La impresión general de un primerizo en un combate aéreo podría resumirse en: ¿Qué ha pasado, dónde está todo el mundo?
El Group Captain John Kent, llegó a acercarse a una formación de 109s y formó con ellos. Magnífico espectáculo sin duda, salvo cuando vuelas un Spitfire y estás en el Canal, 1940. (One of the few. Edición Fortunes of War). Me lo imagino (él lo deja entrever) acojonadito, mirando a todas partes en la certeza de que eran sus colegas aquellos puntitos inofensivos. Cuando había conseguido aproximarse y formar, miró bien y el tipo que tenía a 15 metros, enfrascado en la tarea - difícil- de mantenerse en posición, era hijo de un carnicero de Dresde, que de haberle visto a él, seguramente le hubiera tirado hasta de las orejas.
El tiro.
Seguro que algún aburrido aficionado ha calculado a estas alturas de la película cuántas balas se dispararon por avión derribado en la 2GM.
Las guncams muestran que los pilotos americanos trazaban líneas con la esperanza de que el japonés pasara por el camino de balas más que abartirlos de un certero impacto del .50 en la oriental sesera. Por supuesto hubo virtuosos del tiro aéreo, Marseille (siempre termino citándole) fue uno de ellos, en todos los ejércitos hubo algunos; sin embargo yo imagino al tirador medio gastando su munición sin darle ni a las nubes. Algunos sobrevivieron y llegaron a reconocerlo. No menos empleada fue la técnica de tirar, provocar una reacción defensiva y salir por piernas en pos de la cervecería de la base. Sí, bien, a lo mejor hasta se apuntaron ese supuesto derribo.
Estamos hablando, bien lo dice Su Majestad, de que volar aquellos trastos, nada tiene que ver con los simuladores. Cabinas pequeñas, mala visibilidad, ruido, frío, radios con estática y gritos, más ruido, miedo, nubes, vibraciones, cansancio físico y mental que no se recuperaban con unas horas de sueño, cansancio provocado por las maniobras. No olvidemos esto. Muy importante y nunca simulable. Varios giros seguidos dejan a cualquiera hecho polvo.
Hasta aquí....
Hoy estoy criticón.
One lovely morning about the end of april 1913, found me very pleased with life in general...