AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Para poder leer y disfrutar de todos esos AARs magníficos que hacen los foreros.

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Silas
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AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

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De la Wikipedia:
La expresión "civis romanus sum" significa en latín: "soy ciudadano romano". El empleo de la frase proclamaba al que la mencionaba como ciudadano libre del imperio romano, y por lo tanto reclamaba un derecho que no podía ser anulado si no era por proceso legal en la Antigua Roma. Aparecen menciones en la literatura romana como en Marco Tulio Cicerón (In Verrem 11, V, 162): "Cervices in carcere frangebantur indignissime civium romanorum, ut iam illa vox et imploratio: “Civis Romanus sum”" (En las cárceles se quebraban las gargantas de ciudadanos romanos de una manera indecente, de manera que en aquellos momentos imploramos la expresión "somos ciudadano romanos").


Otras Referencias:
En 1850, el político britannico Henry Temple afirmó que todos los súbditos británicos en el mundo debieran ser protegidos por el Imperio Británico de la misma forma que un ciudadano romano estaría protegido por el imperio romano. La frase también fue traducido como: "Ich bin ein Berliner" formando parte del discurso de John F. Kennedy durante la Guerra Fría: "Two thousand years ago the proudest boast was civis romanus sum. Today, in the world of freedom, the proudest boast is 'Ich bin ein Berliner'"

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Civis_romanus_sum
Nota: La imagen que encabezará cada capítulo corresponde a un busto romano supuestamente atribuído al propio Cayo Mario.

Ahora, aceptando el guante que en su día me lanzó Yurtoman, me dispongo a postear el AAR en este foro. Espero que os guste a todos!.

Saludos,
Silas,
Silas
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Capt. I: Post hoc, ergo propter hoc

Mensaje por Silas »

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A fe que el centurión de la III legión 'Flamina, Quinto Servilio Fastulos, jamás olvidaría aquella madrugada. Corrían las calendas de enero del año 647 ad urbe condita, pero cualquier romano con dos dedos de frente habría jurado y perjurado por el mismisimo Júpiter Optimus Maximus que ni en el centro del Subura, durante el más caluroso de los estíos, podrían experimentar tanto sofoco como el que a esas horas ya les acosaba cerca de la vieja Cartago. La región, árida y seca de por sí, disfrutaba de un pequeño anticipo de lo que sería uno de los años más cálidos de su historia.

Lo vio aparecer de repente, cabalgando, con el sol a la espalda, solo y sin protección. Apenas tuvo tiempo de alertar al resto de la soldadesca pero ya poco importaba: sabía que todos ellos serían duramente castigados tan pronto como el primus pilus advirtiera que, esa mañana, media guardia se había quedado dormida en sus puestos de vigía. Los acontecimientos se precipitaron con rapidez. A mediodía, los miles de legionarios que se hacinaban en el interior del campamento fortificado salieron de sus barracones convocados por los gritos de sus centuriones; fueron tantos que en un abrir y cerrar de ojos ocuparon el espacio comprendido entre la Porta Praetoria y la Principia. Desde allí, una figura majestuosa avanzó hasta el extremo de una pequeña tarima situada frente a la muchedumbre e inició una encendida declamación. Demasiado alejados de ese privilegiado lugar como para poder oír algo más que los murmullos y rumores con los que la turba respondía al orador, Marco Cornelio Termo y Cayo Metelo Dolabela se miraron. El primero, soldado raso desde hacía siete años, había luchado y vencido a todo tipo de pueblos y todos ellos habían probado el áspero filo de su gladius. El segundo, renunció a un merecido ascenso cuando prefirió yacer con la hija de un rico comerciante, lecho demasiado pretencioso como para que un simple campesino de Campania pudiera irse de rositas. Tanto Marco como Cayo estaban seguros que su general no permitiría que ninguna otra afrenta mancillara su honor ni el de la República. Y aún más, los dos sabían que la tercera legión había unido suerte y fortuna al destino de aquel cónsul que les había conducido de victoria en victoria a través de las tierras desconocidas de un mundo más grande del que pudieran jamás imaginar. El estallido de vítores, gritos y aplausos anunció que el discurso del hijo de Arpinum había concluido y que, según se rumoreaba, debían prepararse para una larga y penosa marcha.

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Solo unas horas más tarde, entre las lujosas residencias que salpicaban las laderas del monte Palatino, un reducido grupo de senadores, ataviados con sus distinguidas togas, accedían a una de las domus más espléndidas de Roma. El brillo de las columnas de mármol con las que se había rematado el magnífico jardín que rodeaba el atrium era, sin duda alguna, motivo de admiración de todos cuantos tenían oportunidad de contemplarlo. Pero aquella tarde el ambiente entre los convocados estaba lo suficientemente caldeado como para comentar cualquier belleza arquitectónica del lugar. La discusión se prolongó hasta bien entrada la tarde. Y es que la nominación de dos cuestores nunca había sido una decisión fácil y era conocido que el ajustado equilibrio de poder en el senado complicaba cualquier candidatura. Pero lo que sucedía en la tranquila morada de Marco Emilio Escauro, líder de la facción religiosa, no estaba muy lejos de ser considerada como una provocación abierta e insultante al poder del cónsul, casi como una traición. No era ningún secreto que Escauro era el mejor situado para suceder a Cayo Mario en lo alto del cursus honorum. Tampoco que contaba con los apoyos necesarios como para ser el siguiente cónsul, incluso con los votos favorables de algunos miembros de su facción. Pero al convocar a los capitostes de las facciones militar, cívico y populista para intentar condicionar el nombramiento de los dos cuestores pendientes, Marco Emilio Escauro iba demasiado lejos.

Quizá no fuera más que un estúpido capricho del destino, una brillante jugarreta de la diosa fortuna o una distracción de la siempre rencorosa pitonisa de Delfos. El caso es que mientras el centurión Quinto Servilio Fastulos y los legionarios Marco Cornelio Termo y Cayo Metelo Dolabela dejaban a sus espaldas la última fuente de agua que podrían encontrar en días y se aprestaban a recorrer centenares de quilómetros hacia un destino indeterminado pero hostil, Lucio Licinio Craso, Lucio Cornelio Cinna y Lucio Cecilio Metelo abandonaban la residencia de Escauro con la convicción que aquello acabaría mal para todos.

Enero, 647 AUC.
Última edición por Silas el 03 Feb 2009, 10:16, editado 2 veces en total.
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Yurtoman
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Yurtoman »

Te felicito de nuevo, esta vez por decidirte a postearlo.

Vamos a salir todos ganando. :Ok:

Gracias. Yurtoman.

PD: bienvenido al foro.
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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

Yurtoman escribió:Te felicito de nuevo, esta vez por decidirte a postearlo.

Vamos a salir todos ganando. :Ok:

Gracias. Yurtoman.

PD: bienvenido al foro.
Gracias!
Me he tenido que volver a registrar ya que no recordaba ni pass ni user :bang: . Lo mejor es que debo tener por ahí un perfil registrado porque al poner mi email me decía que ya existía :cry: ... enfín.
Por cierto, hay alguna forma de centrar una imagen o de justificar el texto?.
Saludos!

Silas,
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Yurtoman »

Vaya, ni el nick recordabas?.

Has tenido suerte de poder escoger el nombre de "Silas". Yo pensaba que ya estaría escogido...en fin.

Saludos. Yurtoman.
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Haplo_Patryn
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Haplo_Patryn »

Creo que no Silas, en esto el foro de Paradox está un poquito más surtido, aunque tiene defectos como el no poder enlazar videos de Yotube, la búsqueda (inexistente) y demás. Cada foro tiene sus cosillas.

Si quieres recuperar tu antigua contraseña y demás, quizás lo más sencillo sería pedírselo a Santi, envíale un privado si quieres.

Saludos y gracias por postear el AAR. :aplauso:
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Ineluki
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Ineluki »

Me apunto!!! :palomitas:
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Iosef »

Esto es del Europa universalis Roma no? :? :?
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Haplo_Patryn
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Haplo_Patryn »

Sí.
Silas
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Capt. II: Una misión en Numidia

Mensaje por Silas »

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Nadie en su sano juicio podría subestimar la habilidad política de Cayo Mario. Él mismo se jactaba del hecho de que un simple potentado de la clase ecuestre de Arpinum hubiera ascendido por toda la escala social, económica y pública de la eterna Roma hasta manejar hilos que ni algunas de las más nobles familias de la patria de Rómulo podrían alcanzar en varias generaciones. Pero lejos de cualquier forma de esnobismo, estando en campaña militar, Mario prefería el rancho de sus soldados a las aburridas cenas con sus comandantes. Quizá en un vano intento de rememorar aquellos felices tiempos, cuando siendo tribuno militar a las órdenes de Escipión Emiliano en Numancia combatían y luchaban sin descanso, o incluso recordando aquellas breves pero intensan escaramuzas que se sucedían por toda Hispania Ulterior durante sus años como propretor, pero el caso es que le gustaba sentarse en compañía del cuerpo de guardia de esa noche y compartir su cena cerca del fuego.

Ante ellos se divertía relatando cómo siendo un adolescente, encontró un nido de un águila con siete polluelos en su interior. Resultando este animal el preferido por Júpiter, a nadie extrañó que una de las videntes más famosas -y caras- del Aventino interpretara, años más tarde, aquello como un presagio de una simple locura: su nominación a -nada más y nada menos- siete consulados. El caso es que nadie nunca pudo tener la certeza de si todo aquello era una historia real o el fruto de la inagotable imaginación de su Cónsul.

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La tercera noche tras partir de Cartago, el zorro de Arpinum recibió un mensaje procedente de Roma. Deposito el manuscrito sobre su mesa de roble -que siempre hacía transportar allí donde fuera durante cualquier campaña- y a la luz de un grupo de velas se concentró en descifrar su contenido. Siguiendo el método que él y un experto griego en códigos elaboraron como pasatiempo durante uno de sus aburridos viajes, contó el número total de símbolos que el mensaje contenía y luego halló su raíz cuadrada. A partir de ahí, dispuso las secuencias del ininteligible texto en tantas filas y columnas, siempre de izquierda a derecha, obteniendo un cuadrado de 9 caracteres de ancho por 9 de alto. Era ya cuestión de minutos y paciencia componer el contenido de la carta tomando, letra por letra, de arriba a abajo y nuevamente de izquierda a derecha. Y así, al poco rato salió de la tienda para respirar un poco de aire, que a esas horas de la noche resultaba extrañamente fresco. Su sonrisa guardaba el secreto de las largas conversaciones que había mantenido, mesea atrás, con Marco Aurelio Cinna, cuando Roma no era un sueño alejado sino una realidad presente y ahora llegaba el ansiado trato: "EL SENADO HA DECRETADO QUE TAPSUS DEBE CAER. TENDRA A SUS CINCO SENADORES CUANDO ELLO SUCEDA. MAR(co) AU(relio)". Por fin empezaba a ganar una de las tantas guerras con las que los dioses pretendían probar su valía y el rey Númida sería el siguiente en conocer su poder.

"Las cosas no ocurren por accidente, son las personas quienes hacen que sucedan". La sentencia había sido pronunciada muchos años atrás por Máximo, uno de los senadores más veteranos de la família de los Cecilio Metelo. La verdad es que, el por aquel entonces joven Mario, nunca tomó muy en serio semejante afirmación hasta que pudo comprobar, en sus propias carnes, como los Cecilios no perdían oportunidad de granjearse un buen rival. Cuando llegó el momento de optar al puesto de edil curul, Cayo Mario supo que había sido vetado por Quinto Cecilio Metelo, hermano de Máximo, y uno de los muchos miembros con los contaba la família con suficiente auctoritas para esa clase de "favores". Pronto supo que todo se debía al choque de intereses comerciales en el negocio de la importación de madera en el Lazio. Al parecer, los principales distribuidores de roble habían reñido con los leñadores de la zona y estos últimos se negaban a continuar sirviéndoles su materia prima. Los primeros habían sido incitados a la rebelión -y a una disminución acusada del importe que pagaban por tronco- por uno de los hombres de Cecilio en un intento por apoderarse de una de las empresas mas rentables del padre de Cayo Mario. Semanas después de conocer la verdad sobre su no elección para un cargo político que en verdad deseaba, Mario, en pleno pomerium y junto a los muros Servii Tullii que un día fueron levantados por orden del rey Servio Tulio, juró que hallaría un momento para su justa venganza.

Por esa razón, el enfado llegó a la casa de los Cecilio Metelo cuando los primeros gobernadores fueron designados y, a instancias del ahora Cónsul Mario, ni uno solo de esos cargos recayó para su cognomen. Por esta vez no correría la sangre -por lo menos no inmediatamente-, ya que no sería un "buen romano" si el castigo por una afrenta fuera ampliamente superior al daño soportado. Por contra, la indignación recorrío todas y cada una de las dependencias que conformaban la villa de Capri de Quinto Cecilio Metelo hijo, cuando éste recibió copia de un destino militar. Por orden especial del Cónsul, se concedía el mando de la V legión, situada en el extremo del mundo, en Gadira ya en la Hispania Ulterior, también conocida como "la lejana", a su padre Quinto Cecilio Metelo (hijo de Lucio Cecilio Metelo) en algo que mas parecía un destierro de facto. Acompañaba esa orden especial un texto, de puño y letra del propio Cónsul, que hubiera pasado desapercibido, incluso interpretado de forma equivocada por cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de leerlo, excepto para los Cecilio Metelo: "las cosas no ocurren por accidente".

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Lo que nunca llegaría a conocer Quinto Cecilio Metelo, es que aquella misma noche, Cayo Mario firmó también dos cartas. La primera, dirigida al capitán de la legión V, Sertorio Graco, le ordenaba repartir la mitad de los efectivos entre las otras tres legiones que se encontraban en Hispania. La segunda, con destino a la residencia de un ya envejecido Máximo Cecilio Metelo en Cápua, contenía una única frase: "son las personas quienes hacen que sucedan, irrumatior!".

Febrero, 647 AUC.
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Von_Moltke
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Von_Moltke »

:aplauso: una de romanos... :babas: :palomitas:
¡Dios que buen vasallo! ¡Si hobiese buen Señor!
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Silas
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Mensaje por Silas »

Gracias a todos por vuestros ánimos!
Seguimos adelante!!!!!
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Capt. III: Una prueba de determinación

Mensaje por Silas »

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Cuando los fenicios procedentes de Tiro fundaron la mítica ciudad de Cartago en el lugar que ocupa no fue por capricho. De día se alcanzan temperaturas de hasta 42 grados y por la noche cae hasta los -8 grados. El enclave está rodeado de una serie de desiertos donde solo crece la vegetación más resistente. Especialmente duro es el situado entre Cartago y la ancestral ciudad de Tapsus, al sur de la primera. La tierra es una amalgama de arena bajo la cual se oculta una ilimitada variedad de todo tipo de guijarros puntiagudos capaces de penetrar la carne de cualquier animal. Este fue el panorama que los primeros exploradores hallaron cuando Cayo Mario los envió unas horas por delante del grueso del ejército y ese fue el escenario que Marco Cilnio Ático, jefe de exploradores, describió en la tienda de campaña del cónsul romano. Pero si alguien esperaba que el valiente militar reconsiderara el cumplimiento de órdenes directas del Senado es que, o bien nunca conoció de la fama del zorro de Arpinum, o acababa de llegar del otro confín de la tierra. La alternativa más evidente era la de utilizar los navíos de la república para transportar a la V legión, a través de un mar infestado de piratas y peligros, hasta las proximidades de Tapsus. Pero Cayo Mario hizo valer uno de los atributos más destacados en el arte militar: la sorpresa.

Así decidió seguir adelante, atravesar Clupea, Neapolis y adentrarse en ese infernal desierto hasta su destino final. Lo cierto es que cuando reiniciaron la marcha, desde Cayo Mario hasta el último de sus comandantes, todos sabían que el número de bajas entre la tropa sería elevado y aquellos que consiguieran realizar la proeza de cruzar aquel maldito desierto, llegarían tan débiles al otro extremo que difícilmente estarían en disposición de asediar y tomar una de las mayores fortalezas de Numidia. Sabedor de todas estas dificultades, el rey Yugurta -al mando de un poderoso ejército-, había tomado posiciones cerca de Cartago aguardando el momento exacto en el que el más prominente de los Marios desapareciera tras la línea del horizonte para saquear y liberar la que un día fue la joya del imperio Numídico.

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Los días fueron pasando y el ejército romano no era más que una larga y desgajada línea a lo largo de una extensión de arena y piedras. A pesar de los esfuerzos de los mandos, la tropa avanzaba descoordinadamente e inconscientemente se agrupaban en función de las fuerzas de cada uno. Cuando se ordenaba acampar, los primeros se ocupaban de levantar el campamento mientras esperaban la llegada de sus descorazonados compañeros en armas. Racionaron el agua y la comida pero más de una quincena de legionarios fueron severamente castigados al ser sorprendidos cometiendo actos de rapiña, entre ellos un enloquecido Marco Cornelio Termo. Al séptimo día de marcha sucedió algo extraordinario: ante la atónita mirada de todos los que en ese momento lo rodeaban, Cayo Mario desmontó de su caballo y decidió proseguir el resto del camino a pié, hombro a hombro con sus soldados. Fue un gesto hecho en silencio pero la noticia se conoció a los pocos minutos por todos y cada uno de los expedicionarios. La decisión pareció despertar fuerzas apagadas entre las filas y los legionarios reaccionaron con vergüenza y fiereza. No iban a permitir que aquel genial militar, aquel hombre de la rex pública, aquel que tantos triunfos y gloria les había proporcionado, tuviera que renunciar a su dignitas y avanzar a pié por un desierto de África. Y así fue como apretaron los dientes y redoblaron el paso. Y así también sucedió que los más jóvenes empezaron a ayudar a los más viejos en su andadura y éstos, los más próximos a la muerte, a rechazar cualquier tipo de asistencia para no retrasar el avance del grupo. Cinco días más tarde, todo había acabado.

Cayo Mario estuvo observando la posición durante algunas horas. Luego, volvió su cabeza en dirección al ejército cuyas unidades aún estaban llegando –o deberíamos decir, arrastrándose- hasta el sector marcado como punto de reunión. Sus comandantes le hablaban de cuantiosas pérdidas, incluso los más proclives a la exageración hablaban de cifras cercanas a la muerte de quince de cada cien soldados. Marco Antonio Trencavelus, quizá uno de los más ineficientes estrategas de la V legión, con un amplio historial de faltas y desconsideraciones en el cumplimiento de las obligaciones propias de su cargo, conversó con el cónsul durante el anochecer ya en Tapsus y le anunció que además, debía considerar la debilidad de aquellos que le acompañaban en esta expedición. Según él, casi veinte hombres de cada cien habían arribado tan débiles que no podrían presentar batalla ni contra el más inexperto e inferior de los enemigos. Luego el tiempo desmentiría nuevamente el juicio del imperfecto Trencavelus, pero Cayo Mario se dio por satisfecho al comprobar que éste le habría descubierto una nueva debilidad que, hasta el momento, le había pasado desapercibida. Cayó la noche.

Abril, 647 AUC.
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Capt. IV: Tapsus

Mensaje por Silas »

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Cayo Metelo Dolabela cesó en su búsqueda. Desde hacía varios días no había podido encontrarse con su amigo Marco Cornelio Termo; aún no sabía que éste había dejado la vida entre las arenas del desierto numídico. Muchas habían sido las veces que su amigo desaparecía por unos días sin que a su vuelta obtuviera mayores explicaciones que una sospechosa sonrisa. Y conociendo al más descabellado representante de la gens Metela, suponía que cualquier exceso era posible en aquel tipo capaz de entregarse en combate con la misma dedicación con la que visitaba los más lúgubres burdeles que se cruzaban en su camino. Así es que prefirió concentrar su mirada en lo que sucedía unos metros más allá. Tras hacerse el silencio, Cayo Mario se dirigió con voz alta y segura:

Estamos ante las puertas de Tapsus para vencer o para desaparecer. El destino y
los dioses así lo quieren. Sé que estáis cansados, sé que muchos de vuestros compañeros no han
llegado hasta aquí y sé también que no nos quedan suministros. Pero todo aquello que deseáis está
allá dentro, más allá de estas murallas que nos impiden reclamar lo que es nuestro, la victoria. En
otros lugares y otros momentos habéis luchado por mí, por la República o por las riquezas que nuestros
enemigos escondían. En cambio hoy os pido que combatamos por nuestras vidas, por la de todos
nosotros. Porque es nuestro deber seguir adelante y no el de desaparecer cobardemente ocultos entre los
suaves pliegues del manto del olvido. Legionarios, ¿¡Cuál es vuestra elección!?


Los gritos y vítores se alzaron con tanta fuerza que incluso algunos de los soldados que desde lo alto de las murallas enemigas se repartían las guardias, acudieron con rapidez a sus puestos de combate, temerosos de que aquel estruendo significara la puesta en marcha del ataque romano. Fueron necesarios noventa y ocho largos días de asedio, combates y mezquindades para que la ciudad se rindiera, pero cuando lo hizo, la cólera de las legiones romanas cayó sobre todos y cada uno de los habitantes de Tapsus. Ancianos y combatientes fueron masacrados, las mujeres violadas y los niños asesinados o tomados como mercancías con las que comerciar en algún mercado de la impúdica ciudad de Alejandría. Durante siete días con sus siete noches, enloquecidos grupos de ebrios legionarios recorrieron las calles de la población, gladius en mano, asesinando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

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Tantos y tan crueles fueron los excesos cometidos que Marco Annio Vero, cronista romano que acompañaba al cónsul, se negó a penetrar en Tapsus para que sus ojos no tuvieran que ver lo que su pluma hubiera tenido que relatar, en su opinión, el peor episodio de pillaje desde que los siete reyes itálicos sembraran el pánico por toda la península. Así, hasta que las huestes romanas no fueron reprimidas convenientemente y recuperado el control por los comandantes, no se pudo tener conocimiento de las barbaridades que aquella desdichada población sufrió. Incluso Cayo Mario tuvo que admitir que había sido un calamitoso error dar rienda suelta a semejante bestia. Poco pudo aprovecharse de esa hermosa ciudad, vacía, quemada y empobrecida ad eternum. Tan violentamente inundó el alma del cónsul la vergüenza del comportamiento de su legión el primer día que paseó por sus calles –ya vacías de cualquier ser humano- que, con lágrimas en los ojos, escribió una comunicación al Senado romano solicitando que no se celebrara festejo alguno, ni conmemoración, ni triunfo, ni ofrenda a cuentas de esa importante conquista. Sin duda la caída de Tapsus era un duro golpe para Yugurta pero la misma crueldad que había seguido a la rendición numídica alimentaría las ansias de venganza de los enemigos de Roma.

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Sólo un par de días después de pacificar a sus propios soldados, Cayo Mario convocó a los diez comandantes de cada cohorte. Hacía tiempo que algunos de ellos dirigían su mirada hacia el mar esperando ser los primeros en divisar la flota romana que les transportaría directamente hasta Italia y les permitiría regresar a Roma, pero nadie, hasta ese momento, conocía las intenciones que el Cónsul de la República guardaba. Tomó la palabra Cayo Mario y en unos minutos todos habían salido de la tienda de mando. Las caras mostraban decepción contenida y cuando el primus pilus de la Tercera Centuria de la Primera Cohorte se acercó a Marco Antonio Trencavelus, éste, con una voz calmada que no podía ocultar un temor inconcreto respondió: "retornamos a Cartago, de nuevo a través del desierto!".

Abril, 647 AUC.
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Capt. V: Asuntos de família

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Aunque la República era uno de los bienes más preciados de los senadores de Roma, con frecuencia ésta daba paso a los intereses personales en el orden de prioridades de los privatus. Mezclar intereses familiares con los de la vida pública nunca fue un problema para ninguno de los más destacados padres de la patria y así las leyes se promulgaban con la primera intención del provecho de ora una determinada facción, ora la contraria. Era un delicado pero perfecto equilibrio donde Roma era, en cualquier caso, beneficiada y perjudicada al mismo tiempo. Desde el mismo instante en el que Cayo Mario fue designado Cónsul, nacieron en torno a él un sinfín de rivalidades y enemigos. Y con la misma profusión, amigos, intereses conectados y todo tipo de intrigas. Era algo a lo que debían adaptarse todos los que decidieran recorrer el cursus honorum y cuanto más ascendían por los peldaños del poder, más cautivadores eran los beneficios pero más peligrosas sus amenazas.

Conocida era la enemistad declarada con Quinto Cecilio Metelo, legado de la quinta legión en Hispania y pública fue la envídia que Lucio Valerio Flaco y Tito Didio cultivaron contra el Cónsul por la popularidad que éste se había granjeado entre el pueblo durante los últimos meses. Roma era una ciudad repleta de tentaciones, pero entre todas aquellas que podían tentar la caprichosa vida de cualquier hombre de éxito en la cosa pública, la más peligrosa de ellas era la de relacionarse con la mujer de algún personaje de la curia senatorial. Peligroso y gratificante, a la vez. Porque, si bien las más terribles consecuencias podían acechar en cada esquina, el placer de erosionar –y en muchas ocasiones, socavar y destruir- la base del poder romano, la familia, era una oportunidad arrebatadoramente cautivadora.

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Y así fue como, por estas y otras razones Cayo Mario, felizmente casado con Julia César, una joven de apenas veinticuatro años que había sido ofrecida a los Mario acompañado de una muy generosa dote, desde hacía varios años que mantenía relaciones –más que privadas- con Cecilia Metela Dalmática. El aburrimiento que para él suponían unos negocios demasiado prósperos como para merecer alguna dedicación y el veto a sus ambiciones políticas sufrido por parte de los Cecilio Metelos consiguieron hacer de sus días en Roma espacios vacíos que debían ser empleados en alguna ocupación. Y eso, a orillas del Tíber siempre era una actividad no exenta de peligros. Pero la elección de ese pequeño bombón no fue una simple casualidad. Hija de uno de sus enemigos favoritos, a la sazón antiguo Cónsul romano y saboteador de los negocios de su padre, Lucio Cecilio Metelo. Y al mismo tiempo, como si los dioses quisieran divertirse a costa de ellos, pequeños mortales, esposa de Marco Emilio Escauro, el preferido entre los elegidos para sucederle en el cargo, un sujeto de escasa pericia aunque una apreciable capacidad de sedución de las masas. En un mismo lecho podía joder un matrimonio, a su mayor enemigo y a su máximo rival, ¿no era maravilloso?. A veces Cayo Mario se sorprendía preguntándose a sí mismo si realmente lo que le atraía más de esa relación eran las delicadas carnes y suaves curvas de una jovencita romana o el morbo de yacer con la hija de su mayor enemigo y la mujer de uno de los hombres más presuntuosos que la República pudiera concebir.

El éxito de la trama residía en saber tensar la cuerda lo suficiente como para que el juego mantuviera su atractivo sin perder un ápice de emoción y peligro. Pero días antes de la partida de Cayo Mario hacia África, el de Arpinium había decidido finiquitar algo que ya había excedido cualquier límite de prudencia; quizá al principio de su mandato hubiera podido permitirse el lujo de castigar la débil moral Metela pero ahora, a pocas fechas de ceder el poder no resultaba en modo alguno prudente mantener un juego que se había agotado. Y lo cierto es que si bien ella pareció entender la decisión del Cónsul, a las pocas horas de tomar Tapsus, el rumor de su infidelidad había corrido por todo el Palatino, con la única diferencia que lo que había sido una experiencia mutuamente consentida, pasaba a ser un episodio de una brutal violación.

Abril, 647 AUC.
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