Nadie en su sano juicio podría subestimar la habilidad política de
Cayo Mario. Él mismo se jactaba del hecho de que un simple potentado de la clase ecuestre de Arpinum hubiera ascendido por toda la escala social, económica y pública de la eterna
Roma hasta manejar hilos que ni algunas de las más nobles familias de la patria de
Rómulo podrían alcanzar en varias generaciones. Pero lejos de cualquier forma de esnobismo, estando en campaña militar,
Mario prefería el rancho de sus soldados a las aburridas cenas con sus comandantes. Quizá en un vano intento de rememorar aquellos felices tiempos, cuando siendo tribuno militar a las órdenes de
Escipión Emiliano en
Numancia combatían y luchaban sin descanso, o incluso recordando aquellas breves pero intensan escaramuzas que se sucedían por toda
Hispania Ulterior durante sus años como propretor, pero el caso es que le gustaba sentarse en compañía del cuerpo de guardia de esa noche y compartir su cena cerca del fuego.
Ante ellos se divertía relatando cómo siendo un adolescente, encontró un nido de un águila con siete polluelos en su interior. Resultando este animal el preferido por
Júpiter, a nadie extrañó que una de las videntes más famosas -y caras- del
Aventino interpretara, años más tarde, aquello como un presagio de una simple locura: su nominación a -nada más y nada menos- siete consulados. El caso es que nadie nunca pudo tener la certeza de si todo aquello era una historia real o el fruto de la inagotable imaginación de su
Cónsul.
La tercera noche tras partir de
Cartago, el zorro de
Arpinum recibió un mensaje procedente de
Roma. Deposito el manuscrito sobre su mesa de roble -que siempre hacía transportar allí donde fuera durante cualquier campaña- y a la luz de un grupo de velas se concentró en descifrar su contenido. Siguiendo el método que él y un experto griego en códigos elaboraron como pasatiempo durante uno de sus aburridos viajes, contó el número total de símbolos que el mensaje contenía y luego halló su raíz cuadrada. A partir de ahí, dispuso las secuencias del ininteligible texto en tantas filas y columnas, siempre de izquierda a derecha, obteniendo un cuadrado de 9 caracteres de ancho por 9 de alto. Era ya cuestión de minutos y paciencia componer el contenido de la carta tomando, letra por letra, de arriba a abajo y nuevamente de izquierda a derecha. Y así, al poco rato salió de la tienda para respirar un poco de aire, que a esas horas de la noche resultaba extrañamente fresco. Su sonrisa guardaba el secreto de las largas conversaciones que había mantenido, mesea atrás, con
Marco Aurelio Cinna, cuando
Roma no era un sueño alejado sino una realidad presente y ahora llegaba el ansiado trato: "EL SENADO HA DECRETADO QUE TAPSUS DEBE CAER. TENDRA A SUS CINCO SENADORES CUANDO ELLO SUCEDA. MAR(co) AU(relio)". Por fin empezaba a ganar una de las tantas guerras con las que los dioses pretendían probar su valía y el rey Númida sería el siguiente en conocer su poder.
"
Las cosas no ocurren por accidente, son las personas quienes hacen que sucedan". La sentencia había sido pronunciada muchos años atrás por
Máximo, uno de los senadores más veteranos de la família de los
Cecilio Metelo. La verdad es que, el por aquel entonces joven
Mario, nunca tomó muy en serio semejante afirmación hasta que pudo comprobar, en sus propias carnes, como los
Cecilios no perdían oportunidad de granjearse un buen rival. Cuando llegó el momento de optar al puesto de
edil curul,
Cayo Mario supo que había sido vetado por
Quinto Cecilio Metelo, hermano de
Máximo, y uno de los muchos miembros con los contaba la família con suficiente
auctoritas para esa clase de "favores". Pronto supo que todo se debía al choque de intereses comerciales en el negocio de la importación de madera en el
Lazio. Al parecer, los principales distribuidores de roble habían reñido con los leñadores de la zona y estos últimos se negaban a continuar sirviéndoles su materia prima. Los primeros habían sido incitados a la rebelión -y a una disminución acusada del importe que pagaban por tronco- por uno de los hombres de
Cecilio en un intento por apoderarse de una de las empresas mas rentables del padre de
Cayo Mario. Semanas después de conocer la verdad sobre su no elección para un cargo político que en verdad deseaba,
Mario, en pleno
pomerium y junto a los
muros Servii Tullii que un día fueron levantados por orden del rey
Servio Tulio, juró que hallaría un momento para su justa venganza.
Por esa razón, el enfado llegó a la casa de los
Cecilio Metelo cuando los primeros gobernadores fueron designados y, a instancias del ahora
Cónsul Mario, ni uno solo de esos cargos recayó para su
cognomen. Por esta vez no correría la sangre -por lo menos no inmediatamente-, ya que no sería un "buen romano" si el castigo por una afrenta fuera ampliamente superior al daño soportado. Por contra, la indignación recorrío todas y cada una de las dependencias que conformaban la villa de
Capri de
Quinto Cecilio Metelo hijo, cuando éste recibió copia de un destino militar. Por orden especial del
Cónsul, se concedía el mando de la
V legión, situada en el extremo del mundo, en
Gadira ya en la
Hispania Ulterior, también conocida como "la lejana", a su padre
Quinto Cecilio Metelo (hijo de
Lucio Cecilio Metelo) en algo que mas parecía un destierro de facto. Acompañaba esa orden especial un texto, de puño y letra del propio
Cónsul, que hubiera pasado desapercibido, incluso interpretado de forma equivocada por cualquiera que hubiera tenido la oportunidad de leerlo, excepto para los
Cecilio Metelo: "
las cosas no ocurren por accidente".
Lo que nunca llegaría a conocer
Quinto Cecilio Metelo, es que aquella misma noche,
Cayo Mario firmó también dos cartas. La primera, dirigida al capitán de la
legión V,
Sertorio Graco, le ordenaba repartir la mitad de los efectivos entre las otras tres legiones que se encontraban en
Hispania. La segunda, con destino a la residencia de un ya envejecido
Máximo Cecilio Metelo en
Cápua, contenía una única frase: "
son las personas quienes hacen que sucedan, irrumatior!".
Febrero, 647 AUC.