AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Para poder leer y disfrutar de todos esos AARs magníficos que hacen los foreros.

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Von_Moltke
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Von_Moltke »

Otro tirano como Julio Cesar :roll:
Quousque tandem, Marius, abutere patientia nostra? :P


Excelente AAR, me está encantando.
¡Dios que buen vasallo! ¡Si hobiese buen Señor!
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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

Von_Moltke escribió:Otro tirano como Julio Cesar :roll:
Quousque tandem, Marius, abutere patientia nostra? :P


Excelente AAR, me está encantando.
Alaaaaaaaaaaaaaaa..... no es un tirano, es un "servidor a la República" :shock: :Ok:
Espero seguir dando la talla :mrgreen:
Silas
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Capt. XXIX: Res non verba

Mensaje por Silas »

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Un frente cálido había barrido la planície, haciendo pensar a la gente que el largo invierno podría haber llegado a su fin antes siquiera de empezar. Pero no era así. Roma se aprestaba a afrontar otra sucesión de frías y lluviosas semanas cuando el Dictador escribía a su viejo amigo Marco Emilio Lépido:

No existe diferencia entre ser el Primer Hombre de Roma, Cónsul o Dictador; uno siempre está acompañado por el mismo tipo de soledad. Ahora debo elegir entre mis filas a aquellos que deberán ayudarme en la monumental empresa de reconstruir los cimientos de nuestra República. Y salvo tú, amigo Marco Emilio, no conozco en ningún rincón de las tierras bañados por el Mare Nostrum, a nadie más juicioso para hacerme las consecuentes recomendaciones

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A los pocos días Cayo Mario recibió la respuesta de uno de los más respetables Lépidos de la República pero no fue hasta última hora que pudo leer su contenido. Tras unos breves minutos de reflexión, recogió nuevamente la misiva de su mesa de trabajo y la rompió furiosamente en cinco trozos, depositándolos en una especie de pequeño contenedor dispuesto para tal uso. Al momento se retiró a sus aposentos privados. Unas horas más tarde, coincidiendo con la salida de los primeros rayos del sol, Rotuh, el esclavo africano encargado de la limpieza del despacho consular apareció en la estancia, dispuesto a cumplir con su cometido. Se dirigió con paso firme hacia la cocina donde solía arrojar al fuego todo lo que Cayo Mario había decidido que fuera destruído. Pero en esta ocasión, Rotuh se detuvo antes en un oculto rincón de la domus para seleccionar y guardarse en un bolsillo interior aquellos cinco pedazos de papel con la letra de Marco Emilio Lépido. Sin duda alguna aquellas monedas de oro que había recibido unos días antes por parte de un anónimo sujeto debió parecerle suficiente compensación al riesgo que corría de recibir un contundente castigo por parte del Dictador si hubiera sido descubierto. Sin saber cómo, unos pocos días más tarde, aquel legajo garabateado con la característica letra de Marco Emilio Lépido se hallaba en la mesa de un más que interesado Lucio Cecilio Metello. Sin más tiempo que perder, el general rebelde afrontó la lectura de semejante comunicación:

Dictador,

Siempre se ha derramado sangre. Desde que el mundo es mundo ha habido crímenes atroces. Pero antes el muerto, muerto se quedaba. Ahora las sombras vuelven y nos arrojan de nuestros sitiales. Y tú, gran Cayo Mario no eres el último de esta rueda que gira sin fín. Ni todos tus muchos éxitos militares, ni tu larga y victoriosa ascensión por la escalinata del cursus honorum, ni todo el poder que atesoras en tu cargo pueden evitar que en esta maldita hora no puedas confiar ni en uno solo de tus amigos porque en realidad, a todos ellos has perdido.

Guárdate de aquellos que no te son fieles porque la espada silenciosa de la traición es tu mayor y más peligroso enemigo. Has menospreciado el valor de la amistad, aquello que une a las personas con más fuerza que veinte legiones y ahora sólo los dioses conocen cual será tu fin. Quizá todos caigamos contigo en justo pago a nuestras dudas, a nuestra falta de arrojo, a nuestra carencia de valentía. Estoy seguro de que será así y por esta razón aguardo en paz mi destino


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A la mañana siguiente, Lucio Cecilio Metello recibía una comunicación del propio Marco Emilio Lépido. En ella, el Póntifex Maximus lamentaba haber errado en el momento más decisivo de nuestra bien amada República al decantarme por el más necio de los bandos. Tras una serie de apreciaciones privadas y diversas páginas de arrepentimientos por obra o abstención, el anciano Lépido descubría al valiente general rebelde las enemistades y flaquezas tanto de los enemigos del Dictador ocultos en Roma, como de las grietas por donde el ejército republicano podía ser más vulnerable. Así, el gran Cayo Mario había alcanzado la más alta responsabilidad pero como el irresponsable granjero que entregaba la suerte de sus cosechas a los caprichos de las lluvias, el Dictador se hallaba completamente solo y aislado. La fidelidad de los prohombres de Roma era tan frágil como los muros que una vez defendieron las Galias y sus generales de las legiones romanas prácticamente decidían a los dados cuando romperían el juramente de fidelidad que les unía a Cayo Mario. Por la tarde, una vez hubo supervisado los duros ejercicios de adiestramiento a los que sometía a su ejército, preparándolo para una futura y cierta batalla contra las tropas republicanas, Lucio Cecilio tomó pluma y papel y dirigió su mirada hacia las infinitas dunas que rodeaban la posición rebelde; centró sus ojos sobre la hoja en blanco y empezó a escribir:

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Ave Publio Cornelio Scipio!
legado de la 5ª legión republicana,

Muchas son las ocasiones en las que nos hemos visto en las mismas epopeyas y siempre el respeto y el honor ha presidido nuestra relación. Hoy nos hallamos en lados opuestos pero un único amor nos guía: la salvaguardia de la República Romana. Quizá nunca sepamos si fueron acertadas nuestras acciones pero si de algo tenemos hoy la certeza es que nuestro principal enemigo se haya en Roma y su nombre es Cayo Mario. Henchido de poder, saciado de orgullo, cegado por la ambición, él es el lobo que se adueñado del rebaño y, como bien sabían nuestros padres, la única solución posible debe ser la más dramática pero también la más certera.

No te será difícil conocer la opinión del resto de legados y de cómo Cayo Mario se ha servido de ellos en su propio provecho. Desde estas filas llamadas “rebeldes” quiero tenderte mi mano y brindarte el ofrecimiento que nuestra República merece: no más muerte de nuestros valiosos soldados para satisfacer esa sed de sangre que alimenta al Dictador!. Espero que consideres el valor de este ofrecimiento y la amistad y el respeto acaben con esta locura.

No moveré mis legiones, ni mis legados atacarán a ningún ejército -salvo en defensa propia- en los próximos días. Aguardaré tu respuesta hasta que este mes haya concluído


Octubre, 649 AUC.
Silas
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Capt. XXX: Theâtrum

Mensaje por Silas »

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Nona de octubre, Galia Cisalpina.
Tienda de mando de la quinta legión republicana. Un gran estandarte de combate preside la escena. Una sencilla mesa de madera sobre la cual y en total desorden se amontona todo tipo de planos, dibujos, esquemas, listas de hombres y víveres, etc… Alrededor de ella, un grupo de legados permanecen en silencio, en pié y atentos a las palabras que les dirige Publio Scipio. Todos visten sus armaduras excepto el general que se haya sentado y se expresa con cansancio.

- …y deseaba que me uniera al bando rebelde con la promesa de que ni esta ni ninguna del resto de legiones serán atacadas.
- Debe estar esperando su respuesta para actuar.
- En efecto.
- Y ¿qué ha pensado hacer? Sabe usted que todos nosotros le seguiremos, sea cual sea su decisión. Nuestra fidelidad a su persona está muy por encima de las luchas políticas que arrastran a la República.
- General, los soldados están aún cansados tras nuestro viaje desde África.
- Preparad a vuestros hombres, alzad vuestras cohortes. Debemos llegar a Hispania con la mayor rapidez para
ayudar a nuestro buen amigo Longinus.



Nona de octubre, Hispania.
Cayo Licinio Getha observa desde lejos las impresionantes murallas que defienden la plaza de Lusitania. Numerosos soldados pobremente pertrechados van cruzando la escena. De repente, el general detiene a uno de ellos con ténue gesto.

- Estáis ya preparados viejo Suetonio?.
- Lo estamos noble Cayo Licinio, esperamos iniciar el asedio hoy mismo!.
- Cuando esta batalla acabe y entremos en Roma, ningún esfuerzo quedará sin recompensa y me ocuparé especialmente de que tú seas, por tu valor y empeño, uno de los más favorecidos.
- Gracias, oh honorable Getha; pero faltan muchas lunas para ese día y el camino aún está lleno de peligrosos obstáculos.
- Puede que en esto también te equivoques. Estoy convencido que dentro de pocos días, la fortuna pueda hacer girar su rueda de una forma insospechada. Sólo recuerda este nombre: Scipio.



Nona de octubre, Hippo Regus.
En mitad de la noche y sentados frente a un fuego de campaña, dos hombres dialogan mientras saborean un plato de queso con aceitunas. El primero viste como un vulgar legado mientras que el segundo luce en su casco el distintivo propio de los Cónsules. Lucio Valerio Flacco y Lucio Cecilio Metello son sus nombres y habla el primero.

- Cayo Mario no se moverá de Roma. No puede cometer el error de dejar la ciudad para salir y presentar combate a Quinto en Sicilia.
- ¿Porqué motivo?.
- Por que si lo hace, si deja atrás a una ciudad donde todos los prohombres se muestran desleales, puede encontrarse a mitad de camino con una rebelión que no podrá sofocar.
- Y en ese momento quedaría entre dos fuegos y a merced de las circuntancias.
- En ese momento, querido Cónsul, habrían perdido la guerra.



Nona de octubre, Roma.
Domus privada de Cayo Mario en el Monte Palatino. El Dictador entra apresuradamente en un atrium adornado con diferentes plantas, desde el fondo se acerca un individuo vestido con la típica toga del Senado de Roma.

- El traidor le espera en el patio inferior.
- Muy bajo tiene que ser ese patio para que me espere allí semejante individuo. ¿Qué sacaremos de este
encuentro?
- La derrota rebelde.
- ¿Debe un Dictador, un Cónsul de Roma, un republicano servirse de estos métodos para alcanzar la gloria?.
- Señor, solo es una forma de acabar con esto, una…
- Silencio!. El mundo es solo un escenario y de una forma u otra nosotros únicamente somos simples actores. Decidle que no estoy interesado en su oferta, ensillad los caballos y partamos de una vez hacia nuestro destino.



Octubre, 649 AUC.


- - -

(*) Nonae, -arum. Las nonas eran el día cinco de cada mes, excepto en marzo, mayo, julio y octubre en lo cuales eran el día siete.
(**) La frase referente al traidor está extraída de una obra de Shakespeare.
(***) La intervención de Cayo Mario está basada sobre una idea de Arthur Rimbaud en "El baile de los Ahorcados".
Silas
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Capt. XXXI: Mare Siculum

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Lucio Calpurnio Piso se hallaba a una distancia prudencial de las murallas que defendían la ciudad de Siracusa. Semanas atrás sus ejércitos habían iniciado las operaciones de asedio a la ciudad rebelde pero aunque el número de defensores se estimaba en escaso, los progresos se estaban haciendo esperar más de lo previsto. Quizá fuera por esta razón que el legatus observara dos días antes la aparición, en la lejanía del Mare Siculum, de las primeras naves republicanas. En realidad, lo que todos los soldados pudieron observar fue la llegada de dos flotas. La primera, compuesta por siete embarcaciones –entre trirremes y otros barcos auxiliares-, estaba dirigida por Publio Popilio Laenas con la misión de apoyar las labores de asedio desde el mar. La segunda, mucho más numerosa, condujo hasta la zona a un total de diecisiete navíos. Habían partido hacía unos días de Tapsus con el aviso de que un número importante de embarcaciones rebeldes se dirigían hacia Siracusa desde el extremo oriental de la República, dispuestas a acabar con la flota republicana de Laenas. Así pues, el aclamado Lucio Cornelio Cinna zarpó con un solo objetivo: "hallar esa flotilla donde quiera que se encontrase y mandarla al fondo del mar para satisfacción del violento Neptuno". Pero en lugar de tomar un rumbo de interceptación corto que debiera hacerles navegar al sur de la isla Trinacria pasando por los puertos de Agrigento, Gela, Camarina y finalmente la propia Siracusa, el temerario Cinna decidió aprovechar la potencia del sostenido viento que reinaba en la zona aún cuando este barría la costa norte de la isla; rapidez versus distancia fue el dilema que Lucio Cornelio decidió. Todos los que observaran el mar desde Imera primero, y luego Messina, con independencia del bando al cual prestasen sus servicios, el majestuoso trazado que la flota republicana de Cinna dibujó en su camino de interceptación. Así llegaron desde el oeste con todo el velamen desplegado y la blanca espuma cruzando sus proas, ciñendo a pleno sol del día, por las proximidades de la escarpada costa. Sus coloridas velas se hinchaban empujadas por los vientos de componente sur hasta bordear el estrecho de Messina para, bajo la mirada del temible volcán Etna que se alzaba imponente a estribor, poner rumbo a un punto determinado, frente a la costa de Siracusa, unas millas mar adentro del Mare Nostrum.

Marco Tulio Plauto, segundo de a bordo en la embarcación del legado rebelde Cayo Porcio Catón, maldijo a todos los dioses en el mismo instante en el que divisó la llegada de la flota de Lucio Cornelio Cinna. Él conocía como nadie los detalles del plan de batalla ya que había sido su máximo valedor ante Catón. La idea principal era la de derrotar a la débil flota de Publio Popilio Laenas consiguiendo así detener el asedio de Siracusa a la vez que asestar un golpe psicológico al enemigo. Pero ahora, con la llegada justo a tiempo de la superior flota de Cinna, todo lo que podían esperar era salvar el cuello y esperar que la capacidad de sus capitanes les alejara del lugar antes de que no hubiera ninguna embarcación que salvar.

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Todo sucedió con extremada rapidez. Mientras Laenas se afanaba por combatir los navíos de Catón, Cinna desplegó a sus navíos de combate en una maniobra envolvente. En ese momento, Plauto ordenó a su flota una retirada y fue el instante en el que los trirremes republicanos se ocuparon de destruir a aquellas embarcaciones que no pudieron o no supieron escabullirse. Desde la cercana costa, Lucio Calpurnio Piso disfrutaba de un espectáculo inmenso. Los capitanes del Tuscullum, el Aemilia o el Saepinum demostraron una pericia insuperable en la técnica de inmovilizar a las embarcaciones enemigas arrojándoles una especie de ganchos y jabalinas mediante los cuales se conseguía agujerear y cortar las velas rebeldes con pasmosa facilidad. Eso impedía cualquier huída aprovechando la fuerza del viento; los pocos que lo intentaron con la fuerza de los brazos sufrieron las consecuencias de ver barridas sus líneas de remos por las continuas bordadas de los navíos republicanos. Cinna, como el excelente táctico que era, también había previsto cómo destruir las embarcaciones enemigas sin pagar el alto coste que suponía el tomar el mando al abordaje. Ordenó preparar una serie de naves más pequeñas pero también mucho más rápidas y maniobrables, cargadas de alquitrán y diversas substancias inflamables. Dichas embarcaciones, una vez puestas en rumbo de colisión contra las naves enemigas -inmovilizadas previamente o con una capacidad de escape limitada- eran incendiadas, suponiendo una de las mayores amenazas para cualquiera que osara desafiar el talento militar de Lucio Cornelio Cinna.

Llamas, embarcaciones partidas por la mitad, gritos y lloros, sonar de cornetas, muerte y destrucción era todo lo que se podía contemplar desde la costa. En los días siguientes a la batalla fueron centenares los cuerpos que el mar devolvió a la tierra pero en nada importó a los vencedores, ni siquiera merecieron la atención de una piadosa incineración y cuando el Dictador preguntó al respecto únicamente obtuvo una respuesta: “Si ni Neptuno los quiere, que sean pasto de las aves carroñeras pues tal es su afrenta”.

Noviembre, 649 AUC.
Silas
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Capt. XXXII: El nombre de una traición

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La notícia impactó con la misma dureza sobre Cayo Mario como si cien de sus mejores legionarios le hubieran propinado un puñetazo. El Dictador permaneció casi conmocionado durante algunos minutos en un gesto que algunos interpretaron como la visión de un anciano superado por las circunstancias y otros, como el tiempo necesario para considerar las diferentes opciones que debían considerarse. Fuera como fuese, no por menos esperada, la traición supuso menos sorpresa. Larga era la lista de candidatos y pocas las esperanzas de poder subvertir una situación que se había dejado pudrir durante demasiado tiempo como para que ahora pudiera aplicarse ningún tipo de remedio. Los rumores hablaban de todos y cada uno de los nuevos cargos nombrados en Roma: Lucio Lucceius, Lucio Aurelio Orestes, Cayo Licinio Geta o Cayo Casio Longinus entre otros. Incluso las malas lenguas apuntaban hacia los cargos de más confianza del Dictador: el cuestor del ejército, Gneo Pompeyo Strabo, el cuestor de la armada, Marco Juno Silanus, el edil, Tito Quinto Flaminius, el pretor, Manio Aquilius e incluse Marco Emilio Lépido como Pontifex Maximus podían dar el golpe definitivo en cualquier momento. Y seamos claros, las miradas acusadoras no podían dejar de hablar insistentemente de la deslealtad casi pública del legatus Publio Cornelio Scipión ahora en camino desde la Galia y de cómo las dudas que había sembrado su persona mantenían una viva expectativa respecto a qué bando decidiría combatir a su llegada a Hispania. ¿Quizá el resultado de la guerra civil dependiera de él?.

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Pero lo que ni el propio Dictador pudo jamás sospechar es que, privatus como Lucio Cornelio Sisenna al margen, la primera traición realmente importante llegara de oriente. En Asia Menor el brillante y fiel general Cayo Sempronio Tuditanus nunca mostró queja alguna. Eficiente y entregado a la causa republicana había seguido fielmente todas las órdenes que desde Roma le habían enviado. Jamás insinuó ni la más mínima disconformidad y su posición alejada del teatro central le mantuvieron a una prudencial distancia de las maquinaciones rebeldes… o eso era lo que creía Cayo Mario. Al parecer, la gota que colmó el vaso de la paciencia de Cayo Sempronio fue su no nominación como edil de la República, cargo largamente deseado por el general. Y lo cierto es que de haber sido informado correctamente, el Dictador no hubiera dudado un segundo en conceder a uno de sus mejor considerados generales aquel cargo de segunda fila para el cual se había hecho ampliamente acreedor. Pero eso no sucedió y curiosamente, a la caída de la plaza rebelde de Lidia, bastó una pequeña insinuación de uno de los legados rebeldes en este sentido para que Cayo Sempronio Tuditanus pusiera de rodillas a la República. Y ahora, en esos momentos, la Tercera legión se hallaba fracturada por las lealtades de sus legionarios, combatiendo, luchando y muriendo unos contra otros.

Diciembre, 649 AUC.
Silas
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Capt. XXXIII: Lex talionis

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Mientras en Asia Menor lo que quedaba de las legiones intentaban ponerse a salvo, las malas notícias continuaban llegando al despacho de Cayo Mario. El degoteo de exilios iba in crescendo y el Dictador aún buscaba una explicación lógica de lo que había sucedido con Cayo Sempronio Tuditanus, cuando Rotuh entró en la estancia y pronunció únicamente cuatro palabras: “Es Cayo Julio César!”. Al instante el Dictador supo que, para regocijo de sus enemigos, la notícia correría como la pólvora por toda Roma… por toda Italia… por toda la República!. Rápidamente ordenó que su mujer fuera recluída en su domus del Palatino y que no saliera de allí hasta que él no hubiera regresado, vivo o muerto, a la ciudad.

El acto de traición que había cometido Cayo Julio César no podría nunca ser perdonado. Únicamente la ejecución pública de semejante personaje podría calmar la cólera que inundaba el espíritu de Cayo Mario. Si su propio suegro, si el padre de su esposa reunía el valor de cambiar de bando, ¿qué no harían aquellos que aún dudaban del bando en el que convendría permanecer?. ¿Acáso había tratado mal a una de las famílias más importantes de Roma?. ¿No había hecho de su cognomen uno de los más poderosos del Senatus?. ¿Es que tuvo alguna vez el pater familias de los César queja de los numerosos favores, prevendas y riquezas que el Cónsul le había proporcionado?. Al parecer, el premio, la recompensa, la gratificación, el soborno, no siempre le granjeaba a uno la fidelidad de los prohombres romanos, inclusive los de su propia família!. Ahora todos eran sus enemigos. El Dictador tomó asiento frente a su mesa y garabateó con rapidez unas pocas líneas en un rollo corto de papel. Selló, cerró y lacró el mismo y mando a llamar de nuevo a su asistente Rotuh. Cuando éste se personó frente a Cayo Mario, éste observó con furia a su esclavo africano y tras unos segundos de tenso silencio le espetó:

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- Rotuh, conoces las costumbres de un lejano pueblo llamado judío?.
- No Dictador, respondió éste con acento extraño.
- Te gustarían. Tienen algo… conocido como ley del talión, simple pero a la vez terriblemente efectivo. ¿Sabes como funciona?.
- No Dictador, volvió a responder Rotuh.
- Verás, se basa en imponer un castigo idéntico al delito cometido, creo que lo resumen mediante la expresión “ojo por ojo, diente por diente”.
- Sin duda contundente, Dictador, añadió el esclavo.
- Ha mantenido la paz entre los integrantes de ese pueblo, cosa nada fácil a tenor de lo convulso de su historia. Coge ese manuscrito y hazlo llegar a su destinatario; pronto los rebeldes entenderán el sentido de esta sabia costumbre judía.
- En seguida, Dictador.
- Rotuh… por cierto, ocúpate de que únicamente llegue a quien debe hacerlo y no a nadie más, o serás el siguiente en experimentar los efectos de la lex talionis en tus propias carnes.


A los pocos días, Rotuh entró de nuevo en el despacho de Cayo Mario. Esta vez el Dictador le esperaba con una media sonrisa dibujada en su rostro. Sin dejar hablar a su esclavo, el zorro de Arpinum esperó que su sirviente aguardara el permiso oportuno para hablar y le espetó: “Quinto Cecilio Metello, quizá?”, y sin aguardar confirmación retornó su mirada de nuevo al redactado de las últimas instrucciones para sus legados.

Febrero, 650 AUC.
Silas
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Capt. XXXIV: Alea iacta est

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Cayo Mario divisó las últimas embarcaciones que le habían llevado de vuelta a allí donde todo empezó. Pero a diferencia de tiempos pasados, Tapsus era hoy un puerto republicano y amistoso en lugar de la ciudadela hostil que contemplara la última vez que puso los pies sobre sus verdes y arenosos huertos. Había llegado a la provincia de África con la intención de asestar el golpe definitivo a los rebeldes. Tras la brillante victoria naval de Lucio Cornelio Cinna sobre Cayo Porcio Catón en mitad del Mare Siculum, Lucio Calpurnio Piso tuvo el camino libre de trabas para la liberación de Siracusa, pero no sólo satisfecho con la rápida resolución del asedio en cuestión, Piso tomó a una parte de sus legiones y, en una marcha forzada cruzando la siempre dura y en ocasiones escarpada orografía de la región, fueron al encuentro de las legiones rebeldes. Pero las tropas enemigas habían dejado de ser una fuerza organizada, disciplinada y amenazante y ahora únicamente se limitaban a vagar por todo el extremo contrario de la isla. La deserción, horas antes de la llegada de la legión republicana, de Quinto Cecilio Metello levantó las sospechas respecto no tanto a un cambio de parecer del militar como de una de las formas más refinadamente romanas de esconder la cobardía. Pero con independencia de los motivos por los cuales el legatus rebelde dejó en la estacada a sus soldados, el resultado fue algo parecido a una cacería de agosto. La ausencia de gloria llegó a tal extremo que, a pesar de que aquella victoria pacificaba el vértice sur de Italia, nadie reclamó el más mínimo honor. Todo lo contrario, fue el propio Dictador quien se empeñó en recompensar los méritos de un asombrado Lucio Calpurnio Piso con un austero desfile triunfal aunque las circunstancias de la guerra civil hicieron aconsejable que éste se desarrollara en la propia isla y no en Roma como había sido costumbre los últimos centenares de años.

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Por otro lado, cientos de millas más allá de los pilares de Grecia, los últimos destacamentos republicanos, supervivientes de la Batalla de Lidia, habían conseguido guarecerse tras la protección que los sólidos muros de Pérgamo podían brindarles. Tras aquella infausta derrota, Cayo Mario había nombrado a un total desconocido sin ninguna experiencia militar como nuevo legatus de lo que quedaba de la tercera legión, de nomen y cognomen Lucius Cornelius Sulla, un completo desconocido, tal era la escasez de hombres de armas con la que contaba la República. Lo primero que hizo el tal Sulla fue contactar con un viejo conocido de Roma, antiguo prohombre que había decidido partir hacia otros futuros sin que nadie moviera un dedo por forzarlo a huir, ni tentarlo para que regresara, Mamerco Aemilius Lepidus. Dicho romano de origen, cómodamente instalado en la corte de la Liga Licia y con hilo directo con el Arconte Eurycrates Xenonid consiguió que éste permitiera el paso de los efectivos republicanos a través de su territorio. No era una decisión fácil si tenemos en cuenta que el bando rebelde había cobrado una superioridad aplastante en las provincias vecinas y por tanto, en toda Asia Menor. Dar cobijo a los perdedores no era una decisión acertada cuando uno dirigía a un reino rodeado de posibles enemigos. Por eso las gestiones realizadas tanto por el citado Lepidus como por Sulla llamaron la atención del propio Dictador hasta el punto que Cayo Mario ordenó a la flota de Lucio Cornelio Cinna que fueran transportadas hasta Pérgamo las ociosas tropas que permanecían en Leptis Magna. Sería un cara o cruz para Lucius Cornelius Sulla; debería demostrar su aptitud para el cargo o morir en el intento. Aún así, nadie podría arrebatarle al Dictador la esperanza de no dar por perdidas aún las provincias que componían Asia Menor, Grecia y Macedonia ahora ya en serio peligro.

Al otro extremo de la República, allí por donde se ocultaba el Sol, la tensión alcanzaba tintes dramáticos. A Cayo Mario no le había quedado otra opción que enviar al general Publio Cornelio Scipio al frente de la Quinta Legión para socorrer la difícil posición de un Cayo Casio Longinus quien, de retirada en retirada, iba soportando la desazón del aislamiento. Y no era una situación agradable para nadie ya que los rumores más insistentes apuntaban desde hacía meses al legatus Scipio como uno de los hombres que iban a seguir la estela de deslealtades. Si uno conocía el volumen en efectivos de la legión que comandaba y la pericia del militar en cuestión, casi podía intuir el fantasma de la derrota en los huesos propios si las malas lenguas tenían razón. Así es que a Cayo Mario únicamente le quedaba saber, de una vez por todas, si Publio Cornelio se mantendría fiel a la República o a los rebeldes. Por tanto, envió a Hispania al bravo general con la misión de destruir a los ejércitos enemigos y decidió esperar acontecimientos. ¿Qué legión sufriría los embates de Scipio, el rebelde Cayo Licinio Getha o el republicano Cayo Casio Longinus?. La suerte estaba echada. Mientrastanto, ajenos a todo lo que sucedía, Aurelia Cotta y Quintus Pompeius Rufus decidían ingresar en las filas rebeldes.

Mayo, 650 AUC.
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Capt. XXXV: Lucius Cornelius Sulla

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Lucius Cornelius Sulla decidió esperar. Hacía solo unos pocos días que las tropas de refuerzo llegadas desde África y se había preocupado de que fueran adiestradas y disciplinadas conjuntamente con los pedazos de la Tercera Legión, superviviente de Lidia. Nunca había dirigido los destinos de ningún ejército pero no necesitaba que nadie le explicara cual era la mejor manera de que unos soldados se convirtieran en legionarios de la República: "trabajar y sufrir en equipo hasta que les duela el respirar", había afirmado a uno de sus ayudantes. Y a buena fe que conseguiría que aquellos desgraciados resurgieran de sus propias cenizas para levantar orgullosas sus águilas y estandartes. Sulla era el heredero de la pequeña fortuna de una de las ramas menos favorecidas por la fortuna de la gens Cornelia.

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Una excelente educación no había podido evitar que el joven Lucius desperdiciara parte de su juventud distrayendo los años entre actores, putas y otras perversiones. Pero la suerte cambió cuando el Cornelio decidió retomar su carrera a través del cursus honorum allí donde las circunstancias le apartaron del camino; es decir, desde cero. Empezó a ser nombrado para pequeños cargos, previo pago de substanciosas cantidades de dinero y sin saber cómo ni por qué accedió al cargo de gobernador de Lusitania. Tan gris fue su administración que no se recuerda de él ni algún caso de corrupción local, algo increíble para cualquier buen romano que así se considerara. Con el mismo anonimato con el que fue nombrado fue desposeído del cargo a la caída de la província en manos de los rebeldes. Y de nuevo, al cabo de algunos meses de indolencia y borracheras, se vió de camino hacia la lejana Lidia con el encargo de salvar a un montón de mierda republicana en forma de legionarios, ponerlos a buen recaudo y prepararlos para entregar las vidas de ellos y la suya propia en una nueva batalla que a nadie le importaría lo más mínimo. Pero Lucius Cornelius Sulla no era de este tipo de individuos que se rinden antes de alzar su gladius. Quizá su suerte estuviera ya escrita pero él redactaría sus propios versos y sin nada que perder, éstos amenazaban en convertirse en los más brillantes poemas de la historia de Roma.

Mientras la totalidad de los legionarios alternaban infernales marchas cargando de guijarros sus mochilas con largas sesiones de entrenamiento en la lucha cuerpo a cuerpo y el manejo de sus armas, Sulla dejó atrás Pérgamo para ir al encuentro de los principales capitostes, reyezuelos y demás mandatarios de la zona, necesito saber si frente a mi tengo únicamente a un par de legiones rebeldes o toda Asia Menor arde en deseos de darnos un puntapié en el culo expresó a uno de sus legados antes de partir. Y así fue como Lucius Cornelius escribió un largo y pormenorizado informe que impresionó al Senatus.

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…hoy Asia Menor es un conglomerado de pequeños estados unidos y separados, amistados y enfrentados por un sinfín de reyertas locales y diversas alianzas. Debería Roma elegir muy bien sus amistades, sabiendo que no solo deberán hoy satisfacer nuestras necesidades sino que también en los próximos años y lo que ahora puede parecer un regalo de los dioses, mañana tornarse la peor de las medicinas...

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…Roma cuenta con la fidelidad que nos otorga una larga alianza con cuatro pueblos: Eurycrates Xenonid, mandatario de la República Democrática de la Liga Licia, Lycurgus Zoticid como gobernante de la República Oligárquica de Rodas, Ariarathes rey de la Monarquía Aristocrática de la Capadocia y finalmente Mithridates rey de la Monarquía Despótica del Ponto. En realidad deberíamos estar satisfechos con la buena labor que llevó a cabo el último general romano que cerró estos pactos dado que quien por estos lares consigue amistarse con la Capadocia y el Ponto, suele llevarse el gato al agua en lo que se refiere a control de este extremo de la República…

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De las cortes visitadas por la pequeña delegación que encabecé, sin duda sería la del Basileus Mithridates la que despertaría entre las filas senatoriales mayor repulsión. El monarca dirige ese pueblo con la misma inmoralidad con la que nuestros reyezuelos itálicos administraron nuestro pasado. Mithridates ostenta la única voluntad y el Consejo no es más que una cobertura legal a todos sus caprichos, por retorcidos que éstos sean. Su voracidad no tiene parangón al este de Roma y ese concepto que nuestros padres desarrollaron, conocido como moralidad, aún no ha arribado a estas tierras. Justo antes de ser recibido en su presencia, tuve que aguardar turno en una extraña fila de peticiones gracias a la cual imparte justícia, soluciona conflictos y otorga y retira privilegios. Casi sin pestañear juzgó un par de idénticos casos de infidelidad conyugal en donde los maridos habían sido sorprendidos en lechos ajenos. Con total impavidez asistí a la primera sentencia en la cual no solo se eximía de cualquier causa al esposo –culpable a todas luces de pasarse por la piedra a una de las amistades de su esposa- sino que se condenaba a su mujer a entregar la mitad de sus cuantiosos bienes familiares –sí, de toda su família- al marido infiel y la otra mitad al propio Mithridates en concepto de pago por su atención. Lo grave sucedió a la conclusión del segundo caso; conocida la enemistad que enfrentaba al acusado y al Basileus por una serie de negocios sin fortuna que en el pasado les habían unido, el marido fue declarado culpable y sentenciado a ser despedazado. Tal fue la barbarie de dicha sentencia que tuvimos que aguardar bochornosamente durante un largo tiempo hasta que los Trimhtos o asistentes legales del Ponto hallaron en su ordenamiento jurídico algún artículo que, aunque de forma circunstancial, fuera útil para la aplicación de semejante castigo que a la postre…

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… Mithridates no fue ni claro ni sincero con nostros. Se limitó a repetir, una y otra vez, el gozo que le producía nuestra alianza, lo maravilloso que era el pueblo romano, bla, bla, bla. Ese patán incluso fingió no saber nada de la guerra civil que nos afecta y negó, casi hasta la indignación, haber mantenido contactos con el bando rebelde.

Pero hoy sabemos que de su boca no brotó ninguna verdad y que las serpientes del averno, guardianas de la entrada al inframundo, muerdan y digieran cada uno de los pedazos de carne que puedan arrancar de su cuerpo aún vivo. Justo antes de dejar atrás la capita cómodamente situada frente al Mare Cimericum, un confidente nos puso en contacto con un tal Nicomedes, descendiente de un rico armenio que hizo fama y fortuna en estas tierras. Ulteriores comprobaciones han confirmado que lo que aquella tarde nos reveló Nicomedes era del todo cierto y que Mithridates no sólo había concertado diversas reuniones con los rebeldes sino que incluso se estaba preparando para intervenir a modo y manera de lo que venía haciendo Yugurta en las províncias africanas. A estas alturas, la única duda que nos queda por desvelar es si el más temeroso Mithridates finalmente dará el paso o preferirá permanecer atento a los sucesos para aparecer únicamente en el momento de gracia


Lucius Cornelis Sulla retornó a Pérgamo unos días después. Las notícias no eran tan malas como alguien podría suponer pero tampoco podían relajarse en exceso. Ahora solo faltaba comprobar el estado de preparación de sus tropas, confiar su suerte a los dioses y entrar en batalla.

Junio, 650 AUC.
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Yurtoman
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Yurtoman »

Menuda currada te estás pegando compañero.

Esto va para best seller. :Ok:

Saludos.
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Xesco
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Xesco »

Estoy en Libia ya hace un par de semanas por temas de trabajo y la lectura de este impresionante AAR me ha hecho recordar la visitas que he tenido oportunidad de hacer, aprovechando los viernes festivos en este país, de las ruinas de Leptis Magna y de Sabaratha. IMPRESIONANTES !! Leptis Magna tuvo que ser MUY grande, tal como su nombre indica. Es una ciudad de grandes avenidas y con un anfiteatro precioso. Desde su parte más alta se puede contemplar el escenario y detrás el maravilloso Mediterráneo como si de un magnífico decorado se tratara. Y despues Sabaratha, ruinas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con su anfiteatro conservado en muy, muy buen estado. Así como innumerables mosaicos en distintas casas y zonas de baño. Una visita muy recomendable. Si supiera como colgar unas fotos os pondría unos pequeños ejemplos de lo que podríais encontrar en una visita.

Siempre con el permiso de Sila (Lucius Sulla en los foros de Paradox según creo) nuestro literato. Menudo AAR se está "currando" el tío :babas: :babas:

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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

Gracias Yurtoman!
Xesco escribió:Estoy en Libia ya hace un par de semanas por temas de trabajo y la lectura de este impresionante AAR me ha hecho recordar la visitas que he tenido oportunidad de hacer, aprovechando los viernes festivos en este país, de las ruinas de Leptis Magna y de Sabaratha. IMPRESIONANTES !! Leptis Magna tuvo que ser MUY grande, tal como su nombre indica. Es una ciudad de grandes avenidas y con un anfiteatro precioso. Desde su parte más alta se puede contemplar el escenario y detrás el maravilloso Mediterráneo como si de un magnífico decorado se tratara. Y despues Sabaratha, ruinas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con su anfiteatro conservado en muy, muy buen estado. Así como innumerables mosaicos en distintas casas y zonas de baño. Una visita muy recomendable. Si supiera como colgar unas fotos os pondría unos pequeños ejemplos de lo que podríais encontrar en una visita.

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Un saludo desde Tarabulus
Pues también gracias, da ánimos eso de ver que tu AAR está gustando a la gente!.... qué envidia..... Leptis Magna!!!!!!!... con tu permiso tomaré la descripción del lugar para incorporlarla al AAR, qué mejor que una visión de alguien que está in situ!!!!

Por cierto, aunque la comparación no me desagrada en absoluto, en el foro Paradox no soy Lucius Sulla, sino Silas, autor también de una AAR del HOI2 titulada "Diario de un presidente" (http://forum.paradoxplaza.com/forum/sho ... p?t=211835).

Saludos!
quo
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por quo »

Impresionante AAR y narración. :Ok:
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Xesco
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Xesco »

Silas escribió:Gracias Yurtoman!
Xesco escribió:Estoy en Libia ya hace un par de semanas por temas de trabajo y la lectura de este impresionante AAR me ha hecho recordar la visitas que he tenido oportunidad de hacer, aprovechando los viernes festivos en este país, de las ruinas de Leptis Magna y de Sabaratha. IMPRESIONANTES !! Leptis Magna tuvo que ser MUY grande, tal como su nombre indica. Es una ciudad de grandes avenidas y con un anfiteatro precioso. Desde su parte más alta se puede contemplar el escenario y detrás el maravilloso Mediterráneo como si de un magnífico decorado se tratara. Y despues Sabaratha, ruinas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con su anfiteatro conservado en muy, muy buen estado. Así como innumerables mosaicos en distintas casas y zonas de baño. Una visita muy recomendable. Si supiera como colgar unas fotos os pondría unos pequeños ejemplos de lo que podríais encontrar en una visita.

Siempre con el permiso de Sila (Lucius Sulla en los foros de Paradox según creo) nuestro literato. Menudo AAR se está "currando" el tío :babas: :babas:

Un saludo desde Tarabulus
Pues también gracias, da ánimos eso de ver que tu AAR está gustando a la gente!.... qué envidia..... Leptis Magna!!!!!!!... con tu permiso tomaré la descripción del lugar para incorporlarla al AAR, qué mejor que una visión de alguien que está in situ!!!!

Por cierto, aunque la comparación no me desagrada en absoluto, en el foro Paradox no soy Lucius Sulla, sino Silas, autor también de una AAR del HOI2 titulada "Diario de un presidente" (http://forum.paradoxplaza.com/forum/sho ... p?t=211835).

Saludos!

Disculpa entonces si te he confundido :roll: En mi descargo te diré que tu AAR del HoI2 lo tengo en PDF en mi ordenador y me lo estoy leyendo poco a poco. Impresionante trabajo.

Por supuesto que puedes cojer lo que he comentado para ambientar tu AAR. Y si necesitas que te pase alguna foto o alguna otra descripción me lo dices, me das un email y te las envío.

Magnifico trabajo
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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

Xesco escribió: Disculpa entonces si te he confundido :roll: En mi descargo te diré que tu AAR del HoI2 lo tengo en PDF en mi ordenador y me lo estoy leyendo poco a poco. Impresionante trabajo.

Por supuesto que puedes cojer lo que he comentado para ambientar tu AAR. Y si necesitas que te pase alguna foto o alguna otra descripción me lo dices, me das un email y te las envío.

Magnifico trabajo
Nada que disculpar, además Lucius es un fantástico escritaar :aplauso:
Te recomiendo que te armes de paciencia con mi otra AAR -en el pdf-, si mal no recuerdo al final se quedó en 300 páginas :SOS:

Saludos Xesco!
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