CapÍtulo 3
Aguas del Canal de Malta:
En las dependencias del comandante del navío en línea de 4ª de 58 cañones “Coronel”, el orden y la limpieza no son precisamente una prioridad. Se puede ver desde hace horas al brigadier Oskar Zum sentado en el escritorio con la frente apoyada en su mano, mirando a la superficie de la mesa. Bueno, lo cierto es que uno desde fuera no sabe realmente si el Brigadier Zum está meditando o medio dormido.
La puerta del despacho se abre con suavidad dejando entrar al segundo de abordo, el capitán de fragata Gottfried Bauer. Conoce a su comandante y no se sorprende al verlo en ese estado, el Brigadier Zum es muy de montar el numerito.
Gottfried es un hombre muy curtido, tiene una cuidada barba negra que oculta cicatrices de su rostro. Su mirada es la de un hombre que murió hace muchos años, se suele decir de él que ha luchado en todas las batallas del mundo. Los horrores que Gottfried ha vivido le privaron de su humanidad y ahora es una máquina de guerra al servicio de quien la disponga, en este caso, Oskar Zum. Una vez cerrada la puerta se endereza delante del escritorio.
-Señor Zum, hay asuntos de la tripulación que requieren su valoración y ordenes al respecto.
-Si me vienes otra vez con el asunto de los víveres y el agua ya te puedes marchar por dónde has venido- Dice Oskar sin mover ni un milímetro la postura pensativa que lleva horas adoptando.
-Sabe perfectamente que en estas condiciones la tripulación puede bajar su efectividad en combate, señor- anuncia Gottfried.
-¡Y qué demonios quieres que haga yo!- grita Oskar dando tal puñetazo en la mesa que lo levanta de la silla con gran violencia.
-¡Dos días para aprovisionar un navío que lleva meses sin moverse del puerto con la garantía de un maldito viento favorable que no veo en toda la semana que llevamos intentando cruzar el Mediterráneo! Ahora que estamos tan cerca del combate no estamos en condiciones, mientras que ese almirante hijo de Satanás está siguiéndonos la estela, azuzándonos el paso como a cerdos al matadero. ¡¡Así que si crees que con estas estupideces me ayudas lo mas mínimo, es que tienes serrín en vez de cerebro Gottfried!!- despotrica Oskar sin percatarse en su ira de que esta salpicando saliva por doquier.
Gottfried no se mueve, pero le sigue con la mirada constantemente con gesto serio.
En medio del monologo del brigadier Zum irrumpe otro oficial en la habitación.
-¡Señor Zum, velas españolas justo en frente, en doble hilera cortante. No alcanzamos a ver todos los navíos señor, pero debe haber unos 15 buques, pesados y ligeros!- anuncia de un tirón el oficial.
Oskar Zum se sosiega, se coloca las solapas de la chupa militar y se pone su sombrero de brigadier.
-Esos hijos de puta han salido de Siracusa a nuestro encuentro, odio tener razón…
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La flota prusiana avanza por el mediterráneo con aire invencible. A la cabeza de la tremenda columna de buques de guerra está el brigadier Oskar Zum y su escuadra de 4 navíos ligeros: El Stettin, el Coronel, el Derfflinger y el español capturado de nombre "Proyectados para el asiento Agüero". Están a una gran distancia del resto de la formación de barcos pesados que componen el grueso de la formación. Sin embargo las ordenes del Almirante son claras, La escuadra de Zum son el cebo que la flota enemiga debe picar para que Waldo Brendel tenga su premio en forma de gloria y reconocimiento.
La armada española se ha dado en las narices de Zum, pero es algo que queda lejos de la retaguardia prusiana, donde nuestro protagonista, el contralmirante Johan Klopstock, respira la brisa mediterránea en paz convencido de que la lucha no llegará aun. Es la primera vez en su vida que navega por estas aguas. En el Mediterráneo se siente forastero, debe ser de los pocos mares que Johan no ha surcado aún.
Mientras, Johan tiene este aire de reposo, con la mirada distraída en el agua que tan lejos queda en las alturas del castillo de proa del Auerbach. Hace su aparición por la escalinata de la toldilla Walther Basedow, el segundo oficial del navío.
-Johan, deberías echar un vistazo a las banderas de ordenanza del Hildebrand. Parece que nuestro queridísimo almirante tiene novedades para nosotros.
El loro se altera batiendo brevemente las alas sobre el hombro de Johan, quien adquiere un gesto muy serio al escuchar las palabras de su amigo. Con un movimiento de su mano llega Rolf y deposita en su palma el catalejo. Después de observar durante un rato lo cierra y lo devuelve a Rolf.
-Qué…- se interesa Walther.
-No veo nada desde aquí, pero el Almirante Brendel ha dando órdenes de comenzar con el plan establecido. El brigadier Zum ha encontrado a los Españoles, de eso no hay duda. Toque a zafarrancho y envíe ordenes a la escuadra para tomar rumbo noreste, aunque con este viento en contra no sé cómo vamos a maniobrar. Solo espero que lleguemos a tiempo al combate.
-¡Zaafarrrrancho!- repite el loro.
El contralmirante sabe que mover navíos de estas características a contraviento va a ser una hazaña, con suerte llegaran antes de que todo haya terminado.
Johan adquiere de pronto conciencia estratégica. La brisa mediterránea y la belleza que en el mar es capaz de apreciar carecen de sentido ya. Para él ahora solo cuenta el hierro, la pólvora, la carne y la madera.
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El brigadier Oskar Zum recorre las pasarelas del Coronel que se han convertido en un enjambre de marinos e infantes preparando el zafarrancho y las maniobras. Llega a la proa para ver las acciones en primera línea. Observa a simple vista y con su catalejo, fabricado por él mismo y al que tiene bastante aprecio, por cierto. Cuando el capitán de fragata Gottfried Bauer le observa mirando la flota enemiga, puede sentir cómo intenta leer el pensamiento de su rival español. Es consciente de que lo están observando, piensa Gottfried.
El segundo abordo no habla, cuando el Brigadier tenga algo que decir lo dirá. Así pasan algunos minutos y al fin parece que Oskar abre la boca.
-Estos españoles me confunden. O son tremendamente necios o tremendamente listos, su formación no me convence, parece que les ha sorprendido nuestra aparición, el factor sorpresa es nuestro. Pero no tiene sentido que venga toda la flota a por nosotros, ¿realmente han picado el anzuelo?
-Eso parece señor- responde Gottfried
-Bien, les presentaremos batalla.
-A pesar de superarnos aplastantemente en número- evidencia Gottfried.
-Así es, capitán de fragata Bauer. Ordene a la escuadra virar al oeste. Les daremos las baterías de estribor a esos canallas y que vayan viniendo a estamparse con nuestro muro. Con suerte, alguno rendiremos, el aparente desorden de la línea española puede ser una ventaja.
-A la orden- con el saludo militar Gottfried Bauer se aleja para dar las ordenes a los oficiales. Izan ordenanzas para la escuadra y comienzan a maniobrar como pueden con viento en contra.
Así pues la escuadra de cuatro navíos ligeros comienzan la maniobra para formar en la trayectoria de la flota española una pared de cañones, con diligencia y disciplina propia de los prusianos. Mientras, la flota española se aproxima algo anárquica, como si estuviera jugando una carrera para llegar antes al encuentro del pequeño grupo germano.
Al maniobrar al oeste, los buques prusianos van encontrando viento que cazar, de modo que el primero de ellos, el Stettin comienza a hinchar velas, luego le sigue el Coronel, el Derfflinger y el capturado español Proyectados en último lugar.
La española se acerca rápido con todo el viento a favor. En cabeza, un navío en línea de 5ª clase, el Paloma Indiana. Parece que va a ser el que estrene plomo, piensa Oskar. La flota aun queda lejos de alcance efectivo, pero la escuadra del Brigadier Zum ya se encuentra en posición, a excepción del Proyectados, que parece que le cuesta cazar viento. A pesar de la distancia, el Derfflinger abre fuego sobre el Paloma Indiana probando suerte. La mayoría de los proyectiles no llegan ni a la altura del objetivo pero unas pocas hacen salpicar mar sobre el ala de babor del navío español; faltó poco.
-Ha estado cerca Gottfried, deberíamos seguir su ejemplo. Ordene a la escuadra para fuego lejano y encaremos estribor al enemigo. Abra fuego total a mi orden- dice el brigadier Zum sin quitar ojo al enemigo con una pose relajada. Él sabe que con la inferioridad numérica y el viento en contra no debe preocuparse por efectivos o municiones, la escaramuza será breve, en pocos minutos los españoles lo habrán arrollado. Probar suerte desde lejos puede mutilar algún oficial o romper algún aparejo importante al enemigo.
El navío en línea de 4ª Coronel es un hervidero de gente corriendo y realizando tareas de abordo, gritos insultos, carreras... Casi todo el mundo concentrado en las baterías de estribor, cada pieza con su grupo de hombres, rascando, refrescando, cargando, atacando y picando, niños con estuches de madera trayendo cargas de la santa bárbara, marineros asegurando cabos y aparejos, infantes de marina revisando mosquetes y vigilando que no haya cobardes que abandonen su puesto y los artilleros preferentes con el botafuego en la mano. Cuando los 29 cañones de la batería de estribor están cargados el jaleo amaina y el navío queda a la espera de la orden de disparar, aunque nunca alcanza el silencio total.
Desde el castillo de proa Oskar observa el objetivo. Conoce bien su barco, no existen números que logren contar las veces que el Coronel ha disparado a las ordenes del brigadier Zum.
Oskar Zum gira la cabeza hacia su segundo, el capitán de fragata Gottfried Bauer. Se miran un instante y el Brigadier con una mueca muy dura golpea el aire con su barbilla.
Gottfried se gira hacia la cubierta del alcázar:
-¡¡FUEGOOOO!!
Su grito se ahoga en un estampido que hace vibrar el barco violentamente, alguno de los niños que transportan cargas caen de bruces por la sacudida. La batalla comienza.
Segundos después del batacazo, el Stettin abre fuego también sobre el navío español en vanguardia, el Paloma Indiana y el bergantín que le sigue de cerca. A continuación se oye el flanco derecho prusiano, el Proyectados está en posición y abre fuego también. El objetivo aun está lejos del alcance y ninguna bala llega al enemigo.
El Paloma Indiana responde al fuego con sus dos cañones de proa, uno de ellos alcanza el casco del Derfflinger sin bajas ni daños que destacar. Como si de un arrebato por el proyectil recibido se ofendiera el Derfflinger abre fuego total de nuevo contra el Paloma Indiana, que tiene su proa mirando al navío prusiano. Esta vez el español sí que recibe una lluvia de balazos que, al arrasar la cubierta a lo largo, causa varias bajas y destrozos celebradísimos en las baterías germanas.
Aunque no lo diga, el Brigadier Zum está bastante sorprendido con la situación: de todo el bloque español se han despuntado del grupo dos buques que se lanzan de forma suicida contra la formación defensiva preparada por la escuadra de Oskar. Ahora se encuentran disparando a discreción sobre el Paloma Indiana y el barco menor que lo sigue.
De nuevo las baterías del Coronel abren fuego y perturban brevemente los pensamientos de Oskar. Los navíos españoles continúan avanzando en trayectoria de colisión con el Derfflinger, pero no aminoran. La línea prusiana abre fuego una y otra vez contra el Paloma Indiana que ya comienza a tener daños serios, velas agujereadas y desgarradas y ha perdido casi 20 cañones de los 48 que tenía en un principio. Sin embargo continua su titánica marcha.
De pronto el español pone rumbo al hueco que dejan el Derfflinger y el Coronel.
-Pretende pasar por la proa al Derfflinger- comprende Oskar -continúen el giro para seguir abriendo fuego sobre ese hijo de Satanás, debemos machacarlo antes de que nos pase por el hueco.
El segundo Gottfried da órdenes a timonel y contramaestres para que el Paloma Indiana no salga del umbral de fuego del Coronel.
A esa distancia los infantes de marina del español y el Derfflinger comienzan a dispararse a mosquetazos. Se percibe perfectamente cómo las astillas revolotean y aniquilan a su paso dentro del buque español cuando impactan los zurriagazos prusianos, pero el Paloma Indiana continua sin parar. Oskar comienza a no dar crédito a lo que ve.
El Stettin, el Coronel y el Derfflinger abren fuego al unísono, la ira de Dios. Provocan una matanza en el Paloma Indiana que ya ha perdido la mitad de sus cañones y tropecientos hombres, a saber en qué estado.
Los barcos españoles están tan metidos en la formación que responden el fuego prusiano por las baterías de babor y estribor. Los proyectiles llegan vagamente al Stettin, al Coronel y al capturado Español Proyectados; nada serio.
Entonces el Paloma Indiana pasa por la proa al Derfflinger que se defiende con la batería de proa a quema ropa sin respuesta española. Los aparejos de ambos barcos están a punto de enredarse, se suceden descargas de mosquetes que confirman el blanco al grito de su víctima. Para cuando el español casi ha rebasado por completo al Derfflinger, abre fuego con los pocos cañones que le quedan funcionando provocando daños y bajas en las cubiertas prusianas, pero menos de lo esperado. La defensa planificada por Oskar parece funcionar, de momento.
Sin embargo ahora el Brigadier contempla impotente cómo el bergantín que seguía al Paloma Indiana toma rumbo para coger al Derfflinger por la popa. Lo van a destrozar, piensa.
Y así es, el bergantín entra por el hueco entre el Proyectados y el Derfflinger, al que abate por la popa. Al haber dejado este barco español en segundo plano, ahora se halla con la mayoría de las baterías intactas y el destrozo es muchísimo mayor. Desde el Coronel, Oskar Zum puede ver el color rojo salpicar la cubierta del Derfflinger.
-Señor nuevos navíos españoles acercándose con intención de rodearnos- anuncia Gottfried.
-Bien, ahora que cada uno luche por su propio trasero, aguantaremos lo que se pueda- sentencia el Brigadier.
Oskar Zum echa un vistazo general desde el castillo de proa del Coronel. Por mucho que busca no encuentra la esperanza para él y su escuadra. Concentrados en el Paloma Indiana se les han echado encima seis navíos en línea españoles, todos de 5ª, y están mandando bolazos a todo lo que lleva bandera blanca con águila negra.
Oskar se sobresalta al impactar una bala en la baranda de borda del castillo a un metro de la mano que tenía ahí apoyada. Gottfried, siempre a su lado, no se inmuta e invita con un gesto al Brigadier para que se refugien en el alcázar. Oskar accede mientras se recompone rápidamente. El Paloma Indiana les ha pasado por la popa a distancia prudencial, pero el peligro empieza a crecer.
En el alcázar el caos es el mismo que rebosa todo el barco. Artilleros dando órdenes a gritos afónicos, marineros y auxiliares cargando y disparando los cañones como autómatas, como si cargar y disparar el cañón fuera lo que alimenta de aire sus pulmones y de sangre sus venas.
Afortunadamente ni el Coronel ni el Stettin han sufrido graves daños, pero el peligro es inminente. Gottfried observa que su capitán muestra una cara pensativa, sabe que por fin ha logrado leer la mente de su adversario.
-Creo que no hay nada más que hacer aquí señor Bauer. Están fragmentando nuestra formación, si no reaccionamos rápido, tanto el Derfflinger como el Proyectados se quedarán aislados y bloqueados. Debemos tomar rumbo sur y usar el viento a favor- concluye Oskar.
-¿Llegará el almirante Brendel a sacarnos del atolladero?- pregunta Gottfried.
-¿Es que usted pensaba que íbamos a recibir ninguna ayuda? Usted es duro señor Bauer, pero no muy inteligente. Estamos solos desde que salimos de Cádiz. Hemos cumplido con nuestro deber en esta locura. Ahora el almirante tendrá su trofeo. Rumbo sur para toda la escuadra, romper formación y a escapar de esta trampa.
Efectivamente el grueso de la flota germana, con los navíos más pesados, aún se encuentra intentando tomar posición para envolver a la flota española, pero sin viento a favor y con buques tan pesados aun tienen un largo recorrido por hacer.
Siguiendo las órdenes del brigadier toda la escuadra despliega velas y pone pies en polvorosa volviendo por donde vinieron.
Un oficial se acerca a Oskar:
-Señor, el Proyectados se ha rendido por lo visto, no sabemos si definitivamente.
-Ese navío español…siempre supe que serian los primeros que me fallarían. Mala idea la de dejar parte de la tripulación original. Desertores bastardos.
Así, la escuadra de tres buques restantes intenta escapar mientras los españoles los siguen de cerca, incluso algunos ligeros los superan y entablan combate en paralelo en plena persecución. El Stettin se bate con un bergantín, y el Derfflinger, rezagado, recibe fuego combinado de sus perseguidores por todas direcciones, casi lo han envuelto, lo tiene muy crudo.
De pronto hace su aparición de nuevo el Paloma Indiana, que destrozado y agujereado tanto en casco como en velas lanza una descarga a la batería de babor del Derfflinger intentando rematar a la víctima. El Coronel está disparando lo más rápido que puede al español intentando dar una oportunidad para escapar del cerco al buque aliado. Pero se encuentran a una distancia considerable por lo que no logran detener al imparable buque español. Algunos artilleros en el Coronel empiezan a murmurar y rumorear que lo gobiernan los muertos.
A los pocos minutos el Derfflinger arria velas y se rinde abrumado por el fuego de cuatro navíos contra él.
-Maldición- piensa Oskar.
Los dos navíos restantes prusianos, el Stettin y el Coronel, se lanzan a toda vela para salir del tumulto de barcos que los intentan acorralar. Dos navíos ligeros españoles los dan caza a toda velocidad por ambos flancos y empiezan a batirse en paralelo. No son rival para los dos buques en línea prusianos, pero están recibiendo mucho plomo por la popa que disparan los barcos mayores españoles que intentan darles caza. Una doble andanada de dos navíos en línea enemigos llegan por la popa del Coronel, reventando varios cañones y defenestrando a varios artilleros. Uno de ellos sale despedido con una violencia terrible mientras que otro, proveniente de las baterías de la toldilla, es horriblemente mutilado golpeando partes del cuerpo en la espalda de Gotffried acompañado de metralla de astillas en su costado, que le obligan a hincar la rodilla. La locura es tremenda, estallidos color rojo sucio, pero pocos dejan su tarea desbordados por la demencia, los cadáveres van por la borda y los heridos a la enfermería. Los tripulantes pierden fuerza y se nota, la cadencia del fuego se reduce y las maniobras se realizan con más lentitud, la falta de suministros está pasando factura en el Coronel.
Gottfried se levanta del suelo como puede y se mantiene todo lo erguido que le permiten las astillas que han desgarrado profundamente su costado. Sangra moderadamente pero de eso ni se ha percatado.
Poco a poco los dos buques prusianos dejan atrás a sus perseguidores, que parece que se han percatado de la amenaza que se aproxima por el este: el grueso del almirante Brendel. La pequeña escuadra deja de ser un peligro, sobre todo después de rendir dos buques prusianos a cambio de ninguno español .
-Esto parece que no acabará tan mal después de todo señor Bauer, pongamos rumbo sureste, intentemos agregarnos a la retaguardia de la línea del Almirante Brendel- Ordena el Brigadier.
Así, los dos navíos que quedan de la escuadra se dirigen al resguardo de los buques pesados aliados que, aunque están lejanos, suponen la salvación.
-Por alguna razón, el Stettin se queda atrás señor- dice Gottfried.
-Deben tener problemas, están recibiendo mas fuego que nosotros, solo espero que no se rindan- murmulla Oskar.
Cuando parece que ambos buques están por salir de la zona de combate, dos de 5ª españoles se adelantan a sus movimientos para cortarles el paso hacia el grueso germano, el Gloria Veneto y el Santa Rosa. La situación hace ver que al Stettin no le quedan muchas esperanzas y poco a poco le comen terreno.
Gottfried, con gesto inquietante, tiene la mirada fija en algo a babor.
-Señor, el proyectados se encuentra incendiado.
Rápidamente Oskar se gira y hace uso de su catalejo. Al poco se lo vuelve a guardar sin quitar ojo al capturado español.
-Así es señor Bauer, parece que su rendición va a estar justificada después de todo, esperemos que el fuego no llegue a la santa bárbara.
Antes de terminar la frase ven perfectamente y sin ayuda de óptica que el fuego se ha propagado por todo el barco con una rapidez asombrosa.
El brigadier vuelve a mirar por el catalejo, pero de pronto se lo aparta con violencia. Un gran fogonazo, que a todos llama la atención, a Oskar lo ha deslumbrado a través de las lentes. Pasan dos segundos y un estruendo llega a oídos de todos los seres humanos presentes en la batalla. El fuego del Proyectados ha llegado a la santa bárbara y ha explotado descomunalmente con cientos de tripulantes y heridos en su interior.
Un silencio se hace en el Coronel. A los pocos segundos se oyen voces aisladas de suboficiales y contramaestres mentando a la madre que parió a todos, para continuar gobernando el navío en retirada.
El Stettin, que se había quedado rezagado, ahora se encuentra de nuevo rodeado de enemigos, lo cañonean y envuelven sin cuartel, los mástiles prusianos se mantienen erguidos, los españoles juegan a destruir el casco con ánimo de hundir y desarmar. Al verse rodeado y cañoneado por doquier, el Stettin se rinde.
Al Buque del Brigadier Zum, el último de la escuadra ligera prusiana, le siguen ya muy de cerca por babor los dos buques españoles que intentan cortarle el paso. Están a punto de entablar combate en paralelo de persecución. Se encuentran en mejores condiciones que el navío germano, con casco y velamen lleno de boquetes, ya no es tan rápido como antaño.
-Nosotros os daremos cera- Murmura Oskar –Señor Bauer, deles a esos bastardos nuestra batería de babor a tiro, les vamos a dar plomo para comer, aunque sea lo último que hagamos.
Al oír las palabras de su comandante, Gottfried presiente que el fin se acerca, pero esto no nubla su mente, conoce muy bien a la muerte.
Al cerrar trayectorias, los buques se aproximan aun mas entre sí, y empiezan a dispararse a mosquete, que a esta distancia es menester.
Cuando el Coronel vira y la batería de babor encara al enemigo, la voz de Gottfried vuelve a atronar y otro tremebundo estampido la envuelve repartiendo muerte y haciendo añicos los barcos españoles, que al estar uno tras el otro reciben de lo lindo los dos. Una nueva andanada germana provoca la primera rendición española, la del Gloria Veneto, que parece un queso de gruyer fantasma, un respiro por fin. Pero para desgracia del navío prusiano, del hueco que deja el Gloria Veneto al aminorar y el Santa Rosa al acelerar surgen dos nuevos enemigos de 5ª nuevecitos, abriendo fuego al primer vistazo.
Los germanos siguen dando balazos a todo lo que ven y los españoles responden el fuego provocando mortandad tremenda. A esta distancia el fuego es terrible, casi se puede oler el humo de la pólvora española que desprenden las bocas de hierro de cuatro barcos de guerra a la vez machacando el suelo prusiano. La moral en el Coronel se ve muy mermada, los hombres que quedan siguen cargando cañón y disparando cañón. Algunas piezas se ven operadas patéticamente por un solo hombre que no da a basto con la tarea y hace lo que puede, ya no por valor, si no por supervivencia. Los boquetes de las cuadernas son como ventanales, los niños que traen cargas de la santa bárbara tienen la piel negra, algunos yacen en el suelo moribundos por el agotamiento. El espectáculo es propio de las peores pesadillas, se escuchan gritos en las bodegas y algunos son callados en seco por el impacto de un balazo limpio en carne o astillas rebanando gaznates. A pesar de todo, el Coronel ruge cuando los oficiales invocan la muerte para el enemigo a la voz de fuego. Oskar se encuentra inquieto y aturdido, se apoya en el mesana. Si relaja un instante la mente siente que el miedo lo invade, prefiere concentrarse en el combate. Observa a su segundo, a Gottfried, dando órdenes desde el alcázar sin apartar la vista de tripulación y enemigo. Mirarle da animo combativo al comandante del Coronel. De pronto un tiro de mosquete alcanza el hombro de Gottfried y le hace retroceder un paso, no hace ninguna protesta, se mira la herida y continua con sus órdenes como si nada. Él sabe cómo acabará esto, piensa Oskar.
En el alcázar no quedan hombres que gobiernen los cañones de babor que tanta falta hacen. Un oficial llama a un grupo de grumetes a que se encarguen de las pocas piezas que quedan servibles en la batería. Los inexpertos marineros que llegan a la llamada se detienen súbitamente cuando ven que lo único que queda en la batería de babor del alcázar son partes de cuerpos humanos, algunas irreconocibles y otras erizadas por las astillas de madera.
Todo es presenciado por el capitán Brigadier Oskar Zum, que invadido desde hace rato por una explosiva serenidad, revienta:
-¡Por mil demonios! ¡Marineros de agua dulce! ¡Disparad los mald…!
Oskar Zum no ha podido terminar la frase, ya que una bala de cañón española lo ha decapitado.