La mayoría de vosotros ya recibisteis el relato por capítulos. Ahora, con el permiso de Patxi y para disfrute de mi leal enemigo Koening en particular y de espero, otros muchos en general, lo hago público en el foro, con algunas notas finales.
AAR – Misión 1 - Pathfinder
Cinco, solo cinco hombres de la compañía Dog somos los primeros hombres en tomar tierra en la Francia ocupada justo antes de la llegada del grueso de las Fuerzas de Invasión.
Son las 02:30 del Día D y nunca me he sentido más solo. Ni siquiera tuvimos oportunidad de despedirnos de nuestros compañeros de la Compañía. Nuestra misión es alto secreto y de hecho no fue revelada al resto de oficiales y suboficiales hasta que nuestro avión había cruzado ya el Canal.
Hace calor, el suelo está ligeramente mojado y hay también una ligera niebla que favorecerá nuestra misión. El Cabo Foster M. Sisk y el Pvt Frederick Linacre me acompañan. El Pfc Gilbert “Vavarro” Van Every y el Pvt Jack Sandridge han sido separados del grupo por una ráfaga de viento, y no sabemos exactamente donde han caído y como nos reuniremos.
They are (left to right)
Kneeling: Pfc John Sherborn (KIA Bastogne), Pfc Gilbert "Vavarro" Van Every (DSC), Pvt Jack Sandridge and Cpl Jack E Mattz (KIA Holland)
Back Row: Sgt Willis "Presi" Phillips (KIA Holland), Pvt Benny Niesner, Pfc Jack Miller, Cpl Foster M. Sisk and Pvt Frederick Linacre.
Hemos sido especialmente entrenados para esta misión, instruidos en la colocación y activación de las radiobalizas Eureka, que permitirán el guiado del resto de Dakotas de la compañía hacia zonas seguras de lanzamiento, pero nada nos había preparado para este sentimiento a la par de euforia y tremenda soledad. Somos soldados, y hemos sido entrenados para matar al enemigo; sin embargo, debemos arrastrarnos por el barro y no abrir fuego contra ningún kraut que encontremos, lo cual hace todavía mas incomoda nuestra situación y nos imposibilita de liberar la tensión acumulada durante el vuelo.
Descendemos en un amplio campo de cultivo, protegidos por la rala vegetación, pero de momento a salvo de miradas indiscretas. A 250 metros al norte observamos una granja con un cobertizo, junto a la carretera que ha servirnos de referencia para la colocación de las balizas. Justamente es en ese punto donde se encuentra la primera posición; las otras dos se encuentran en medio de campos como en el que hemos descendido.
Nos ponemos en marcha procurando no hacer ningún ruido. Seis minutos nos lleva explorar y recorrer los escasos 250 metros que nos separaban de la carretera. En algunos momentos nos hemos tenido que arrastrar para acercarnos a los muros vegetales cercanos a observar y comprobar la ausencia de enemigos al otro lado, pero toda precaución es poca. Sin embargo, y pese a nuestro duro entrenamiento, el arrastrarnos por este suelo húmedo francés en tensión ha provocado que los muchachos y yo mismo acabemos fatigados de reptar tan solo unos pocos metros.
Aún así, a las 02:36 se establece la primera radiobaliza; en la granja próxima todo es silencio, no hay movimiento ni se ve una sola luz. Desconocemos si está habitada por pacíficos franceses o una guarnición alemana tiene su acuartelamiento ahí, y ni vamos a intentar comprobarlo. Realizamos nuestro trabajo y partimos con la misma cautela hacia nuestro siguiente objetivo.
Vavarro y Sandridge han acabado en el mismo punto. Descendieron en otro campo cercano pero en el otro lado de la carretera. Al detectar la granja, tuvieron la misma idea que nosotros y la utilizaron como punto de referencia, por lo que en la oscuridad de la noche y a unos pocos metros de distancia nos intercambiamos unos conocidos y alentadores cri-cri que nos hicieron saber que nuestros camaradas estaban cerca, incluso aunque no podíamos vernos prácticamente las caras.
Nuestros compañeros cruzan la carretera con el máximo sigilo, ya que están muy cerca de la granja y no deseamos despertar a nadie. Nada mas acabar de atravesarla y antes incluso de que puedan reunirse con nosotros, detectamos movimiento a toda velocidad por la carretera. Parece un vehículo por la velocidad a la que avanza, pero no somos capaces de distinguir el ruido de motor alguno ni llegamos a ver nada. Simplemente sabemos que están ahí y que han pasado por donde escasamente hace un minuto nuestros compañeros han cruzado. Permanecemos pegados al terreno tras un seto en tensión, esperando ser descubiertos en cualquier momento y ver a nuestros compañeros caer con un tiro en la espalda. Sin embargo, nada de esto ocurre; la noche nos protege.
Permanecemos unos minutos ocultos tras el seto, mientras observamos que lo que creemos es el enemigo se ha dirigido precisamente hacia donde descendieron Vavarro y Sandridge. Si hubiéramos tomado esa dirección, hubiéramos sido descubiertos; afortunadamente, decidimos avanzar hacia el siguiente objetivo desandando el camino que mi grupo ya había recorrido y eso nos ha librado del desastre, de momento. Son las 02:40.
Tres minutos después estamos seguros, hay vehículos buscándonos. Oímos a lo lejos como se astillan las vallas de madera que circundan la carretera y cuya rotura no puede ser provocada por el peso de un hombre. Debemos cambiar la estrategia ahora que estamos reunidos. Hasta ahora el sigilo y la cautela eran nuestra prioridad, pero estamos utilizando las grandes aberturas en el bocage para atravesarlo y es precisamente por ahí el único sitio por donde pueden circular los vehículos, lo cual nos coloca en un riesgo innecesario. Debemos avanzar más deprisa y buscar pasos pequeños, por los que un vehículo no pueda pasar.
Nuevos ruidos acompañan cada uno de nuestros pasos. Parece como si la campiña francesa hubiera despertado en plena noche y un día oscuro nos acompañara. Sentimos la presencia del enemigo buscándonos mientras nos adentramos en la oscuridad desconocida, sin saber a cada paso si nos daremos de bruces con alguno de ellos.
Nos siguen la pista, ahora estoy seguro. Han pasado tan cerca de nosotros (70 metros por el otro lado de un bocage) que hemos podido sentir el temblor de la tierra bajo nuestros cuerpos. Según mis cálculos, han revisado las dos zonas de descenso, y es probable que ya hayan encontrado nuestros paracaídas semienterrados y que las alarmas se disparen en cualquier momento.
Avanzamos ahora rápidamente pero con cautela, un muro de bocage tras otro. Corremos, paramos, avanzamos sigilosamente hacia la pared vegetal, oteamos, recobramos un poco de aliento, y vuelta a empezar. Esto empieza a parecerse al juego del ratón y el gato, solo que no sabemos cuentos gatos tenemos enfrente y desde luego no me gusta nada hacer el papel de ratón. Si tan solo pudiera utilizar mi arma…
Para llegar a la posición de la segunda radiobaliza debíamos atravesar una carretera. Sabíamos que era peligroso y utilizamos lo aprendido y mil veces ensayado para estas ocasiones. Cruzamos en tensión pero sin problemas, alcanzando la posición y estableciendo las frecuencias.
Ya solo nos restan 320 metros hasta el siguiente punto crítico, el cruce de una carretera y otros 300 metros de pastos y sembrados para alcanzar el último punto de nuestra misión.
Alcanzamos la carretera sin novedad, pero justo cuando vamos a cruzarla, somos descubiertos por el enemigo. Vavarro y su compañero abren fuego sobre el enemigo, mientras nosotros avanzamos hacia la carretera. Era un maldito boche solitario y los muchachos no deberían de haber abierto fuego, pero se encontraba justo por donde debíamos pasar y la confrontación era inevitable.
A partir de aquí, los acontecimientos se sucedieron sin control y poco mas puedo añadir. Dejamos al equipo de Vavarro cubriendo nuestra retaguardia mientras nosotros avanzamos rápidamente hacia el objetivo. No hay otra opción, ya que cada vez mas enemigos acuden a los disparos que se producen a nuestra espalda, incluido un semioruga blindado que avanza por la carretera pero afortunadamente (para nosotros) no nos ve cuando cruzamos. Lo único que podemos hacer es alejarnos del combate lo más rápido posible e intentar llegar a nuestro objetivo mientras el otro equipo los entretiene.
Cruzamos la carretera, avanzamos a toda velocidad por un prado mientras observamos un amenazador 88 afortunadamente sin dotación (eran los primeros que nos descubrieron en la carretera) e intentamos llegar al siguiente seto. Solo una idea nos guía: Cumplir la misión. Estamos tan cerca… Una radiobaliza más y la compañía podrá descender con seguridad, aunque si esta va a ser la zona de descenso, me temo que hemos agitado el avispero.
La cadencia de las 45 decae a nuestra espalda mientras corremos. Nada bueno debe estar pasando al otro lado de la carretera. Llegamos al seto y lo saltamos rápidamente, con idea de parapetarnos tras el y vigilar si nos siguen. Mala idea, en ese instante, una ráfaga de mg rasga la oscuridad desde atrás y soy alcanzado. Los muchachos no responden al fuego; ni siquiera sabemos de donde ha venido.
Todo se oscurece, pierdo el conocimiento…
Desperté sobresaltado por el sonido de lo que parecía una tormenta, creyendo que todo había sido una pesadilla. El dolor de la herida me devolvió a la realidad mientras mis ojos se iban acostumbrando a la oscuridad que me rodeaba para ir distinguiendo poco a poco donde me encontraba y en que situación.
Recordaba la cara del teniente alemán, y también, como entre niebla, las sucias manos de aquél soldado alemán registrándole los bolsillos y despojándole de cualquier objeto de valor, más allá del puro interés militar.
Estaba solo, tirado en el suelo cubierto de paja de lo que parecía una cuadra. Pese a las instrucciones de aquel teniente profesional (todavía recordaba sus palabras: “
Métalo dentro junto con los nuestros. Cuide de él especialmente”), sus hombres no solo habían incumplido sus órdenes, sino que lo habían arrojado a un cuarto infecto con alguna que otra patada de regalo.
La tormenta se iba acercando y los truenos parecían estallar justo a su lado. Cuando la consciencia fue tomando el control de su cerebro cayó en la cuenta: No era una tormenta ni eran truenos lo que escuchaba; ¡La invasión! Ahora era consciente de que el ruido provenía de cientos de aviones de transporte aliados que sobrevolaban la zona albergando en sus panzas a miles de muchachos norteamericanos dispuestos a saltar sobre la Francia ocupada de noche con la misión de entorpecer los movimientos de refuerzo alemanes a las playas de desembarco. Los truenos que tan cerca sonaban tampoco eran tales. Ahora recordaba con dolor y pánico el 88 que vio mientras intentaba cumplir su misión, y lo tentado que estuvo de colocarle una carga. Por fin fue consciente de lo mal que se habían desarrollado los acontecimientos justo al final, cuando perdió a los hombres de su equipo y él mismo cayó herido.
Esperaba y deseaba que otros hubieran tenido más suerte, pero se daba cuenta que en su caso, los compañeros de la compañía serían lanzados sin unas coordenadas fiables y aquel maldito antiaéreo, junto con otros muchos, machacaría a los Dakotas incluso antes de que pudieran lanzarlos. Se levantó de un salto (o al menos lo intentó); la debilidad y el dolor le hicieron desplomarse duramente sin sentido sobre el frío suelo. Una lágrima de la cual ya no era consciente rodó por su mejilla en honor a sus camaradas…