El Conde Ciano
Publicado: 26 Mar 2004, 12:37
Abro este post para comentaros un poco el libro que estoy leyendo ahora mismo: los diarios (1937-1943) de Galeazzo Ciano, el yerno de Mussolini y ministro de Asuntos Exteriores de la Italia fascista hasta su defenestración. Acaba de salir la traducción íntegra al español en Crítica (una edición de lujo, pero bastante cara, a 50 euros), ya que la que existía antes data de la época de Franco y se le habían suprimido todos los pasajes despectivos hacia el Generalísimo (que no son pocos).
La historia del Conde Ciano (como se le conocía, tal vez por ser el delfín del Duce) es digna de un drama de Shakespeare. Amaba profundamente a su suegro, quien a la postre sería su verdugo, y era un fascista convencido, pero en sus diarios critica muchas cuestiones que le granjearon la enemistad de los alemanes. Por ejemplo, no era partidario de unir el destino de Italia al de Alemania; los hechos le dieron la razón. De sus diarios se desprende que era un hombre muy inteligente, capaz de manipular a su antojo, de forma sutil, a embajadores, diplomáticos, altos cargos extranjeros, periodistas e incluso jefes de Estado como Chamberlain.
Ciano se rebeló contra su suegro (desde hacía tiempo era profundamente antialemán) y participó activamente en el Gran Consejo del Fascio que dejó al dictador italiano sin poderes. Tras la caída de Mussolini y la posterior intervención alemana, Hitler pidió su cabeza. El Duce parece ser que no tuvo más remedio que acceder a los deseos del führer, y ordenó la ejecución de su propio yerno aunque suponía dejar a su hija viuda y a sus nietos huérfanos. La hija de Mussolini, a salvo en Suiza, amenazó a su padre y a los alemanes con publicar los diarios, que resultaron ser una pieza muy codiciada por los servicios secretos de Alemania por lo que en ellos se decía de los jerifaltes nazis, entre ellos el propio Hitler. Los alemanes estuvieron a punto de perdonarle la vida a cambio de los diarios, pero finalmente no fue así.
En una carta escrita el día antes de su ejecución, que Ciano logró hacer llegar a su esposa, muestra una gran entereza. Incluso ironiza con su pelotón de fusilamiento: poco antes de la invasión de Polonia, Ribbentrop le propuso una apuesta. Si los aliados respondían al ataque, cosa que los nazis no creían posible, Ribbentrop le regalaría a Ciano una colección de armas antiguas alemanas; de lo contrario, el yerno de Mussolini le haría llegar a su homólogo un cuadro de la escuela italiana. Ribbentrop nunca pagó su apuesta, pero a cambio le envió “un pelotón de desgraciados” para ejecutarlo.
Los diarios de Ciano se centran sobre todo, como es lógico por su cargo, en la diplomacia del convulso periodo de entreguerras., pero son tal vez la mejor muestra del pensamiento de Mussolini (cada vez que el Duce quería dejar constancia de algo, le decía a su yerno “escribe esto en tu libro”). Muestran el profundo malestar que provocó en Mussolini el Anschluss y las presiones que ejerció Italia sobre Alemania para el mantenimiento de las minorías italianas en Austria; el enfado de Mussolini con Hilter a cuenta de lo mismo (“¿qué necesidad tiene Hitler de hacer enfadar a toda Europa?”, se pregunta), o la posibilidad, descartada casi desde el primer momento, de enviar tropas a territorio austriaco para impedir la anexión por parte de Alemania.
Poco antes de la anexión de los Sudetes, Ciano revela en sus diarios que el Eje no era tan fuerte como se pudiera pensar: si en 1938 hubiera estallado el conflicto, Italia sólo habría apoyado a Alemania si Inglaterra intervenía, pero no si sólo lo hacían Rusia y Francia. Además, Ciano tuvo que hacer juegos malabares para convencer a los alemanes de que sus conversaciones con Lord Perth, embajador inglés, y el pacto de amistad angloitaliano no afectaban al eje Roma-Berlín-Tokio (Ciano, por cierto, fue quien más hizo por la amistad de los japoneses).
La Guerra Civil española ocupa un lugar preeminente en la política exterior de Ciano y los comentarios en sus diarios son constantes. Mussolini no creyó casi nunca en la victoria de Franco (“es un excelente comandante de batallón y como tal está llevando la guerra”, le dijo a su yerno) y su postura osciló entre la retirada de los voluntarios y el aumento de las fuerzas. Recuerdo este comentario de Ciano cuando se empezó a vislumbrar la neutralidad de Franco en un eventual conflicto mundial: “¡Qué asco! Nuestros muertos deben estar revolviéndose en sus tumbas”.
En fin, no me voy a extender más con el rollo. Terminaré diciendo que para mí, Ciano es el personaje que más me fascina de la 2GM y sus diarios, junto con las memorias de Churchill, son imprescindibles para entender el conflicto.
La historia del Conde Ciano (como se le conocía, tal vez por ser el delfín del Duce) es digna de un drama de Shakespeare. Amaba profundamente a su suegro, quien a la postre sería su verdugo, y era un fascista convencido, pero en sus diarios critica muchas cuestiones que le granjearon la enemistad de los alemanes. Por ejemplo, no era partidario de unir el destino de Italia al de Alemania; los hechos le dieron la razón. De sus diarios se desprende que era un hombre muy inteligente, capaz de manipular a su antojo, de forma sutil, a embajadores, diplomáticos, altos cargos extranjeros, periodistas e incluso jefes de Estado como Chamberlain.
Ciano se rebeló contra su suegro (desde hacía tiempo era profundamente antialemán) y participó activamente en el Gran Consejo del Fascio que dejó al dictador italiano sin poderes. Tras la caída de Mussolini y la posterior intervención alemana, Hitler pidió su cabeza. El Duce parece ser que no tuvo más remedio que acceder a los deseos del führer, y ordenó la ejecución de su propio yerno aunque suponía dejar a su hija viuda y a sus nietos huérfanos. La hija de Mussolini, a salvo en Suiza, amenazó a su padre y a los alemanes con publicar los diarios, que resultaron ser una pieza muy codiciada por los servicios secretos de Alemania por lo que en ellos se decía de los jerifaltes nazis, entre ellos el propio Hitler. Los alemanes estuvieron a punto de perdonarle la vida a cambio de los diarios, pero finalmente no fue así.
En una carta escrita el día antes de su ejecución, que Ciano logró hacer llegar a su esposa, muestra una gran entereza. Incluso ironiza con su pelotón de fusilamiento: poco antes de la invasión de Polonia, Ribbentrop le propuso una apuesta. Si los aliados respondían al ataque, cosa que los nazis no creían posible, Ribbentrop le regalaría a Ciano una colección de armas antiguas alemanas; de lo contrario, el yerno de Mussolini le haría llegar a su homólogo un cuadro de la escuela italiana. Ribbentrop nunca pagó su apuesta, pero a cambio le envió “un pelotón de desgraciados” para ejecutarlo.
Los diarios de Ciano se centran sobre todo, como es lógico por su cargo, en la diplomacia del convulso periodo de entreguerras., pero son tal vez la mejor muestra del pensamiento de Mussolini (cada vez que el Duce quería dejar constancia de algo, le decía a su yerno “escribe esto en tu libro”). Muestran el profundo malestar que provocó en Mussolini el Anschluss y las presiones que ejerció Italia sobre Alemania para el mantenimiento de las minorías italianas en Austria; el enfado de Mussolini con Hilter a cuenta de lo mismo (“¿qué necesidad tiene Hitler de hacer enfadar a toda Europa?”, se pregunta), o la posibilidad, descartada casi desde el primer momento, de enviar tropas a territorio austriaco para impedir la anexión por parte de Alemania.
Poco antes de la anexión de los Sudetes, Ciano revela en sus diarios que el Eje no era tan fuerte como se pudiera pensar: si en 1938 hubiera estallado el conflicto, Italia sólo habría apoyado a Alemania si Inglaterra intervenía, pero no si sólo lo hacían Rusia y Francia. Además, Ciano tuvo que hacer juegos malabares para convencer a los alemanes de que sus conversaciones con Lord Perth, embajador inglés, y el pacto de amistad angloitaliano no afectaban al eje Roma-Berlín-Tokio (Ciano, por cierto, fue quien más hizo por la amistad de los japoneses).
La Guerra Civil española ocupa un lugar preeminente en la política exterior de Ciano y los comentarios en sus diarios son constantes. Mussolini no creyó casi nunca en la victoria de Franco (“es un excelente comandante de batallón y como tal está llevando la guerra”, le dijo a su yerno) y su postura osciló entre la retirada de los voluntarios y el aumento de las fuerzas. Recuerdo este comentario de Ciano cuando se empezó a vislumbrar la neutralidad de Franco en un eventual conflicto mundial: “¡Qué asco! Nuestros muertos deben estar revolviéndose en sus tumbas”.
En fin, no me voy a extender más con el rollo. Terminaré diciendo que para mí, Ciano es el personaje que más me fascina de la 2GM y sus diarios, junto con las memorias de Churchill, son imprescindibles para entender el conflicto.