AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Para poder leer y disfrutar de todos esos AARs magníficos que hacen los foreros.

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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

De momento los populistas no me han dado muchos problemas. Quizá sea porque he tenido la suerte de toparme con algún evento que les ha quitado bastantes senadores y así los voy manteniendo a raya... aunque de todas formas, dentro de pocos capítulos verás que no me importarán mucho el peso de las facciones :babas:

:D
Silas
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Capt. XXIII: Los perros de la guerra (I)

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Cayo Mario decidió abandonar Roma. Como un perro sediento de sangre esperó pacientemente a que la primera víctima se situara a su alcance y se lanzó a por ella con la cólera marcada a sangre y fuego en sus ojos. Confiado en sus propias fuerzas, seguro de que Cayo Casio Longinus sería capaz de mantener a raya en Hispania a las tropas del legado Cayo Licinio Getha y de que Cayo Sempronio Tuditanus se ocuparía de Asia Menor, el Cónsul decidió dar un contundente golpe, derrotar a las tropas rebeldes de Italia, superar a Quinto Cecilio Metello y cruzar el Mare Nostrum para unirse a la frágil posición de Publio Cornelio Scipio en África para acabar, de una vez por todas, con Lucio Cecilio Metello y arrojar la carroña a un Yugurta quien, haciendo aún valer sus acuerdos secretos, seguía hostigando a las legiones rebeldes destacadas en sus dominios.

La diosa Fortuna le echó una generosa mano en esta empresa, tanto por el valor de la pieza que iba a cobrarse como por la importancia psicológica de esta: tan pronto como tuvo notícia de que a pocos días de marcha se hallaba un importante contingente rebelde reunido y mandado por un cándido Lucio Aelio Stilo, el preferido de Lucio Cecilio Metello, se lanzó a por él con desbocada fiereza. Y es que a nadie se le escapaba que Lucio Aelio Stilo nunca destacó por sus habilidades marciales; todo lo contrario: entregado a una vida cómoda, entretenía los días con el estudio de diferentes artes –todas ellas inútiles a lomos de un buen caballo de legado- y sorteaba las noches empeñado en satisfacer las debilidades de su carne. Por todo el Aventino se rumoreaba que no quedaba una sóla prostituta que no recordara el camino más corto hasta su cama e incluso las peores lenguas completaban el chascarrillo explicando que tampoco esa ruta era en absoluto extraña para uno solo de los numerosos esclavos egipcios que habitaban la ciudad.

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Una impresionante columna de líctores, alzando al cielo sus majestuosos hasces, acompañó a Cayo Mario hasta las mismas puertas de Roma. El Cónsul, montado sobre la grupa de un imponente caballo llegado desde tierras de la lejana Hispania Ulterior, de un blanco jamás visto por ninguno de los afamados criadores de la República, ocupó su lugar al frente del grueso de aquel ejército formado por más de veinte mil soldados perfectamente adiestrados y fieles más allá de los límites del Hades. Y así, como en un abrir y cerrar de ojos, la espléndida comitiva partió con una dirección definida, hacia el sur, allí donde hallarían su gloria o su olvido, mientras una nube de polvo ocultaba a aquella perfecta máquina bélica.

Junio, 649 AUC.
Silas
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CApt. XXIV: Los perros de la guerra (II)

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Presumía ante sus amistades de que él burlaba el azar y dirigía su destino en todas y cada una de las facetas de su vida. Y cuando sus legiones llegaron a su destino sabía que esta ocasión no sería ninguna excepción. En los días posteriores y acompañado por sus generales, había recorrido cada palmo de Campania, estudiando concienzudamente su orografía para decidir finalmente que la batalla se libraría en un sector libre de cuantos elementos podían obstaculizar la acción de un ejército como el que comandaba. Ni valles, ni ríos, ni colinas, ni montañas, ni bosques… absolutamente nada, únicamente un gran llano de matorral bajo se extendía varios quilómetros a la redonda conformando un terreno absolutamente árido el cual daba paso a una de las visiones más majestuosas que los ojos del Cónsul habían tenido ocasión de divisar: la batalla se libraría en la planicie que circunda al Vesubio, cerca de Parténope.

A buen seguro que los historiadores adornarían las crónicas con toda clase de epítetos laudatorios dedicados al Cónsul de lo que se preveía como una de las grandes victorias de la República sino fuera porque, en lo que casi podría ser tomado como una burla de los mismos dioses, un ataque de gota mantuvo postrado a Cayo Mario en su litera de campaña. Durante varios días todo tipo de médicos, sanadores y demás gente extraña pasó por delante de un encolerizado general aplicándole todo tipo de remedios, pócimas, ungüentos y rituales. Pero nada ni nadie puedo mejorar la dolencia del anciano general quien finalmente asumió que no podría comandar a sus legiones. Fue Lucio Calpurnio Piso el elegido para la gloria. Con su nombramiento, Cayo Mario buscaba congraciarse con una de las familias más prominentes de Mediolanum. Sin duda alguna, el apoyo que los numerosos dineros acumulados por el paterfamilias de los Piso serían de gran utilidad en los planes que el Cónsul ya había trazado para su gloria personal y de la República.

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Y de esta rocambolesca forma, Lucio Calpurnio Piso siguió al pié de la letra las concisas instrucciones que Cayo Mario le había explicado –con todo lujo de detalles- durante la noche anterior. Llegó a la llanura y desplegó el grueso de sus legiones en orden de batalla y esperó. Las cartas estaban encima de la mesa y la invitación al combate que representaba la provocadora posición del ejército consular era algo que ningún general republicano –fuera o no rebelde- podría jamás rechazar y menos un inexperto legado como Lucio Aelio Stilo, probablemente ya atemorizado. Pero el “hermano” de Lucio Cecilio Metello mostró una serenidad digna de ser recordada, quizás una única chispa de genialidad ciertamente, pero brillante al fin y al cabo. Sabía ineludible el enfrentamiento y los dioses –o la pericia bélica de Cayo Mario- habían decidido que ese sería el momento y el lugar, pero recordando alguna de las lecciones en táctica militar que un día tomara sirviendo a las órdenes de Quinto Fabio Maximo en la lejana ya campaña de las Galias. Así pues, el primogénito de los Stilo dispuso algunas tropas de vigilancia en la vanguardia de su formación y optó por dejar cocer al sol durante largas horas al ejército enemigo: quizá aún pudiera volver a los elementos en contra del Cónsul. Cuando el sol alcanzó su zenit, los legionarios empezaron a impacientarse; el calor que producían sus brillantes corazas, cascos y protecciones, estaba empezando a convertirse en un serio problema. Algunos de los soldados más débiles, exhaustos tras varios días de marchas, se desplomaron sobre el terreno y los centuriones tuvieron que esforzarse a fondo a fin de mantener las formaciones. Centenares de metros más atrás, en el cómodo regazo que brindaba la retaguardia, Lucio Calpurnio Piso se consumía en un mar de preguntas: “Cómo era posible que el enemigo no presentara batalla?”, “Debía avanzar hasta las primeras posiciones rebeldes?”, “Qué pensaría Cayo Mario de él?”. Sintió que a pesar de no haber esgrimido ninguna espada, aquel era el momento clave y sin dudarlo un instante, tomó su caballo, avanzó sin protección hasta las primeras filas y exigió a los porteadores de las enseñas y águilas de plata de cada legión que las levantaran tan alto como les fuera posible al tiempo que animaba a los soldados a resistir en honor “a nuestro Cayo Mario, ausente en cuerpo pero presente, hombro con hombro, entre todos nosotros!”. Y en todos ellos pudo comprobar que la sola mención del cognomen de su general causó en la tropa tal impacto que las legiones olvidaron las horas de calor sufridas recuperando nuevos bríos para la acción. La estratagema de Stilo había sido anulada.

En realidad la batalla no tuvo ninguna historia en particular. Simplemente mientras Piso impartía precisas y efectivas órdenes siguiendo la táctica que Cayo Mario había planificado, Stilo encadenaba error tras error mientras veía horrorizado como sus legiones caían una tras otra. Nunca tuvo la más remota posibilidad; ni por pericia, ni por preparación de sus soldados, ni por planteamiento, los rebeldes en ningún momento intuyeron esperanza alguna de sobrevivir. Lucio Calpurnio puso en práctica la triplex acies con la variante que Mario le había sugerido, esto es, constituyéndola por cohortes en lugar de los acostumbrados manípulos, formando un frente de tres líneas: 4 cohortes en la primera, 3 en la segunda y 3 en la tercera. La brillante mente del Cónsul supo aumentar la dramática efectividad de esta disposición en el momento de entrar en batalla; así las cohortes se colocaron separadas entre sí, de manera que, si las de la primera fila flaqueaban, podían retirarse a retaguardia por los huecos que dejaban los de la segunda y tercera línea. De esta forma, la primera línea de choque siempre se mantuvo fresca y sus fuerzas renovadas; en cambio, los legionarios enemigos sabían que sólo la muerte o las heridas que les causara el contrario podían hacer que fueran relevados y ello, casi siempre llevaba a combatir al extremo de sus fuerzas, en franca inferioridad.

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Las legiones de Mario y Piso dieron buen uso a sus pilum, scutum y galeas; frente a ellos se doblegaron sus enemigos como lo hacían las espigas de trigo en las calurosas tardes de verano, muchos de ellos a menudo sin llegar a blandir sus armas, entregando la pérdida de su juventud grabada en sus aterrorizadas miradas. Fue una tarde sin ninguna gloria para la República, una tarde amarga y triste incluso para los vencedores. Tanto fue así que el propio Cónsul, pese a sus dolores crecientes, quiso ser transportado hasta el lugar de los hechos y puesto sobre la tierra donde había sido derramada inútilmente tanta sangre romana para que sus pies desnudos se mojaran en ese infausto hedor. Los legados más cercanos pronto se encargarían de explicar cómo vieron brotar silenciosas lágrimas de los ojos de Cayo Mario al tiempo en el que éste maldecía la suerte, salud y familia de Lucio Cecilio Metello, el causante de aquel tamaño desastre.

Agosto, 649 AUC.
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CeltiCid
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por CeltiCid »

Excelente relato Silas. Excelente.

Parece que estoy siguiendo la lectura de "Las Legiones Malditas" que acabo de terminar ;)

Sobre la partida, ¿No es exagerando aniquilar todas las fuerzas enemigas sin perder NI UN SOLO hombre?

saludos y gracias por el AAR
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LordSpain
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por LordSpain »

CeltiCid escribió: Sobre la partida, ¿No es exagerando aniquilar todas las fuerzas enemigas sin perder NI UN SOLO hombre?
Para mi en el juego ocurren demasiados alzamientos de guerras civiles con Roma (es verdad que entre más controlados los populistas, menos opciones de que ocurra hay), de las batallas y los ejércitos derrotados (si les sigues juegas al frontón con ellos y los aniquilas a todos sin opción) y de casos como el que comentas.
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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

CeltiCid escribió:Excelente relato Silas. Excelente.

Parece que estoy siguiendo la lectura de "Las Legiones Malditas" que acabo de terminar ;)

Sobre la partida, ¿No es exagerando aniquilar todas las fuerzas enemigas sin perder NI UN SOLO hombre?

saludos y gracias por el AAR
Gracias, me alegra que os guste!.
Sí, ese tema ha parecido muy raro, que todos los contrarios mueran y que los tuyos sobrevivan sin un rasguño, la verdad es que es la primera vez que me ocurre pero enfín...
Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

LordSpain escribió:
CeltiCid escribió: Sobre la partida, ¿No es exagerando aniquilar todas las fuerzas enemigas sin perder NI UN SOLO hombre?
Para mi en el juego ocurren demasiados alzamientos de guerras civiles con Roma (es verdad que entre más controlados los populistas, menos opciones de que ocurra hay), de las batallas y los ejércitos derrotados (si les sigues juegas al frontón con ellos y los aniquilas a todos sin opción) y de casos como el que comentas.
En realidad, alzamientos populistas ni uno. Y lo de las guerras, pues intento no entrar en esos frontones como dices :mrgreen: sino que para respetar un poquito la seriedad, dejo que se retiren con dignidad :army:
Silas
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Capt. XXV: Matadlos a todos!

Mensaje por Silas »

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El viento mesaba de forma desordenada sus largos y rubios cabellos. A aquellas horas de la madrugada la ciudad aún permanecía adormecida, casi oculta entre una espesa bruma matinal que se divisaba a la perfección desde aquella colina. Se habían despertado como de costumbre, es decir, con una brutal paliza propinada entre sonoras carcajadas a base de patadas en el bajo vientre y puñetazos en sus cabezas; desde que llegaron presos ese y no otro era el trato que Roma les otorgaba. A menudo los centuriones alimentaban la ira y crueldad de sus soldados ordenándoles este tipo de gratuitas acciones. En otras ocasiones, eran atendidos con corrección, casi con dedicación, aunque él sabía que esos cuidados no eran más que una forma de recuperar sus cuerpos para someter nuevamente sus mentes. En cualquier caso, la práctica de la tortura, implacable y sistematizada por la pericia romana hasta límites insospechados, era algo con lo que los bárbaros ya contaban desde el momento en el que fueron apresados.

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Cruzaron el patio interior, frío y desangelado. Lugotorix encabezaba la silenciosa marcha sólo rota por el ruido que producían las pesadas y voluminosas cadenas que arrastraban los tres prisioneros. Le seguía Brucetius, cojeando ostensiblemente de la pierna derecha a causa de las heridas producidas dos días antes y cerraba la fantasmagórica marcha él, Arvirargus Vodenosid, quien antes fuera el jefe de las tribus Vodenosid, rey de los Helvecios y ahora reducido hasta la más vergonzosa de las humillaciones. Ascendieron las escaleras que conducían al exterior del recinto y al instante supo que su vida finalizaría en aquel lugar. Lugotorix fue conducido hasta una especie de plataforma, postrado de rodillas y decapitado de un certero golpe de segur. La misma simpleza sucedió con uno de los helvecios de mayor talento militar que había visto en su vida, Brucetius, hijo de Muchatnid Brucetius, que tanta gloria y honor aportó en el pasado a su pueblo; se despidió de él con solo una mirada de gratitud y se negó a ver –cerrando los ojos- la suerte del último compañero de armas. Y finalmente llegó su hora, un último pensamiento voló desde aquella despiadada Roma hasta su mujer e hijos, un último deseo de que el futuro vengara aquella desdicha.

Un sudoroso emisario había llegado al campamento de Cayo Mario sólo un par de días antes. De su mochila sacó un comunicado del Senado; una sugerencia, casi orden, cuyo cumplimiento apenas le proporcionaba ningún beneficio pero que su denegación supondría poner en peligro la estabilidad de la Curia Hostilia. Y pensar que todo un Cónsul debía de mantener un ojo en la guerra civil que aún estaba librando y el otro dedicado al control de un puñado de necios cuyos intereses jugaban, a menudo, más en contra de la República que los propios actos de los rebeldes: era simplemente indignante. Pero fue tal la cólera que surgió de los ojos del primer hombre de Roma cuando leyó el texto que le había sido remitido, que incluso el mensajero huyó de la tienda consular temeroso de perder la vida en las robustas manos del propio Cayo Mario. Los improperios, insultos y descalificaciones que de la carpa salían mantuvieron a una distancia prudencial hasta los legados de mayor confianza del general. Finalmente Lucio Calpurnio Piso, el glorioso de Campania –apelativo con el que fue bautizado entre las legiones itálicas-pudo dialogar y tranquilizar a un Cónsul tan fuera de sí que incluso durante un largo rato no fue capaz de percibir el punzante dolor que castigaba sus débiles piernas.

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Lucio Calpurnio Piso se retiró a sus dependencias y halló tiempo para, en términos muy serios poner en aviso a su padre de las graves consecuencias que podía provocar las decisiones de tan irresponsables padres de la República:

Pater, sabe que nunca he llegado a confiar enteramente en el buen juicio de nuestro Cónsul pero debo decir que en este punto le entregaré toda mi fidelidad y apoyo. Hoy la Roma vive una situación extremadamente peligrosa, tanto que nuestros paters parecen haber olvidado que estamos lejos de la comodidad de nuestras haciendas no por placer sino para combatir a los rebeldes. Preocupados más de saciar sus bolsillos, no han prestado ninguna ayuda a quienes estamos luchando por ellos y, estoy seguro de ello, Cayo Mario sabrá ajustar cuentas debidamente cuando regrese a su domus.

Le supongo informado de la última ocurrencia senatorial: el atrevimiento de su estupidez no ha tenido ningún límite atreviéndose ha “sugerir” al Cónsul que nombrara, nada más y nada menos, que un bárbaro -Arvirargus Vodenosid- como general de la decimotercera legión!. La ingnomínia de esta propuesta no tiene fin; ya no se trata de valorar las nulas capacidades militares del helvético, ni de su escasa lealtad y su excesiva corrupción, no. Únicamente la posibilidad de que un no-romano, un no-itálico, un bárbaro sucio y apestoso, sin formación, cultura, influencia ni honor, pueda alzar nuestras plateadas águilas, nuestros estandartes y enseñas debería ser suficiente como para sembrar un vómito contínuo y perenne a todos y cada uno de esos necios que votaron a favor de tal propuesta. Nuestro mos maiorum ha sido violado, nuestros cimientos como romanos ha sido socavado de tal manera y hasta tal extremo que hoy debemos obediencia a Cayo Mario no sólo como general, no únicamente como nuestro Cónsul no, sino como el hombre público capaz de proteger todo lo que Roma representa.

Por esta razón padre le ruego que salve a sus amigos en el Senado. Aleje de él a todos aquellos con quienes desee mantenerse en paz y amistad. Créame cuando le digo que no hallarán castigo lo suficientemente cruel como para saciar la ira de Cayo Mario aquellos que en un infausto día como el que ha acontecido han apoyado semejante sandez. Nuestro Cónsul ya ha impartido las órdenes precisas, empezando por eliminar la posibilidad de que hechos como el que hoy ocupa mi epístola puedan volver a suceder: “matadlos a todos” y los bárbaros morirán padre... aunque estoy convencido de que no serán los últimos en ser ajusticiados como merecen



Septiembre, 649 AUC.
Silas
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Capt. XXVI: Numquam romanis placuit imperatorem a suis...

Mensaje por Silas »

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Roma no paga traidores”. Esta fue la expresión que pronunció el soldado Marco Vipsanio Lépido mientras, con el certero manejo de su daga, seccionaba por la mitad el corazón de Marco Emilio Scaurus. En realidad las instrucciones que le había transmitido el Cónsul en persona le instruían a pronunciar la frase en su forma completa: “Nunca ha sido del agrado de los romanos que los soldados mataran a sus generales, pero Roma no paga traidores”, aunque el nerviosismo del momento impidió al asustado soldado recordar más que las últimas palabras. Lo que tenía que ser un asesinato secreto en las mazmorras de la República, pronto se convirtió en un rumor que, como el provocado por las olas al romper contra los puertos en una noche de tormenta, corrió de boca en boca por todo el forum. No había caído el sol tras las colinas más lejanas cuando Roma conocía la suerte de uno de sus hombres más queridos. Tal fue la indignación que esa muerte despertó entre una población harta de ver correr tanta sangre que incluso el victorioso legado Lucio Calpurnio Piso tuvo que entrar en la ciudad protegido por una pequeña guardia. Con inusitada rapidez se introdujo hasta el forum magnum la mañana del día séptimo de septiembre para asistir a la sesión extraordinaria y urgente convocada en la Curia Hostilia: el orden del día se reducía únicamente a un solo punto: la desobediencia manifiesta del Cónsul Cayo Mario.

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La gran y circular sala estaba abarrotada. Todos los senadores, prohombres y privatus con derecho a permanecer en su interior durante el desarrollo de este tipo de sesiones se dieron puntual cita en el recinto. Tanto fue así que excepcionalmente se autorizó a la celebración de tal evento en el exterior inmediatamente contiguo al Senatus, en pleno forum y ante la mirada de los cientos de romanos que hasta allí se acercaron esa mañana. La sesión se inició con los formalismos, ritos y oraciones acostumbradas lo que regaló el suficiente tiempo como para que los primeros rumores se extendieran por la ciudad y así, cuando los principales oradores se disponían a tomar la palabra, el número de asistentes convocados se calculaba ya por miles. La primera polémica, aunque no así el tema central, se refirió a la no presencia del Cónsul en aquella cita decisiva; especialmente beligerante contra Cayo Mario se mostró Marco Tulio Ático quien ya desde joven había conseguido gran éxito ejerciendo la defensa de los más provechosos –y culpables- domi nobiles o hombres de negocios de la República. Se decía de él que era capaz de movilizar más gente con sus dotes retóricas que cualquier general republicano. La postura clara y certeramente expresada por Marco Tulio era que ningún otro cometido podía ser más importante que el futuro de la República y, por tanto, no podía la primera figura en el cursus honorum aducir eximente alguna que justificara su ausencia. Por tanto, afirmó voz en grito señalando a Lucio Calpurnio Pisoa quien aplaudo su buen mando y pido que el pueblo de Roma sepa recompensar sobradamente sus importantes triunfos”, carecía de facultad alguna para representar in absentia a Cayo Mario ya que éste, no compareciendo había decidido aceptar lo que allí se resolviera porque “Oh Roma, míra cómo uno de tus hijos más predilectos corre por toda Itália dando muerte a los prohombres más nobles, destacados e indefensos mientras huye de la autoridad de este, el Senado, menospreciando a nuestra bien amada República”.

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Sólo una estruendosa ovación impidió a los más próximos oír como se daba la palabra a Lucio Calpurnio quien no perdió la oportunidad de recordar a Marco Tulio Áticola necedad de tus palabras, o no recuerdas ya, pobre y mísero mortal, cuando defendiste con un éxito superior al que tus méritos merecían, a Antonio Sulpicio Rufo de aquella acusación de estafa mientras tu cliente se daba a la fuga de la ciudad por si la sentencia no le era favorable?. Oh, ampuloso rufián colmado de la más terca hipocresía, ¿puedes ahora mantener justamente lo contrario?”. La risotada de la masa allí congregada dio por resuelta la cuestión.

Septiembre, 649 AUC.


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(*) El título del capítulo "Numquam romanis placuit imperatorem a suis militibus interfecti... at", es la citada frase: "Nunca ha sido del agrado de los romanos que los soldados mataran a sus generales" expresión que, según Eutropio, pronunció el cónsul romano Cepión cuando se negó a pagar a los asesinos de Viriato. Es la aproximación histórica más cercana a la famosa "Roma no paga traidores" que el autor del AAR ha añadido mediante el uso del "at".
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Yurtoman
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Yurtoman »

:Ok:

Ánimo Silas, por cierto, ¿duermes?.

Saludos. Yurtoman.
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Silas
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Capt. XXVII: Posse comitatus

Mensaje por Silas »

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La sesión extraordinaria del Senatus se prolongó hasta más allá de la decimotercera hora. El calor se tornó en algo insoportable y el hedor que desprendía la horda allí reunida, casi asfixiante; pero ni uno solo de los asistentes abandonó su lugar hasta que todo hubo concluido. El resultado fue lo único que pareció estar decidido desde el primer momento. La estrategia con la que Marco Tulio Ático acudió esa mañana a la Curia Hostilia era claro y contundente: un Cónsul, por autoritas, potestas y dignitas que ostentara, no podía ir en contra de los designios del Senado, el órgano superior de la República. Y cualquier desobediencia que desde el consulado sucediera, debería tener su justo castigo. Mis palabras no van personalmente contra Cayo Mario cuyos triunfos salpican las mismas paredes de este foro, sino contra los futuros Marios cuya ambición e insolencia pueda poner en peligro –aún más- a la propia República Romana. No ciudadanos! No seré yo quien agache mi cabeza de modo servil para aceptar aquello que nuestra libertad nos obliga a defender!, resonó por todo el auditorio.

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La defensa de Lucio Calpurnio Piso no fue menos contundente: Romanos!, nos hallamos hoy aquí para separar el grano de la paja, las manzanas podridas de las maduras, en definitiva, para desenmascarar a los enemigos de Roma! Y yo os pregunto: ¿quién está moralmente autorizado a hablar en nombre de la República; aquellos que, dejando atrás a sus negocios y familias, ponen sus vidas en peligro luchando, gladius en mano, contra nuestros enemigos, o aquellos que, desde el interior de estos muros, ordenan que se otorgue a un bárbaro, un extranjero nada más y nada menos! las riendas de una de nuestras bien amadas legiones?!; decidme, oh ciudadanos!, ¿qué espiga merece ser tallada?!, ¿la de un bravo general que pasa los últimos años de su vida batallando en los polvorientos campos o acaso la de estos corruptos senadores, cebados como los puercos de Esparta, para quienes no significa nada nuestro mos maiorum?!!. Ciudadanos! Despertad de vuestro letargo!. O es que ningún respeto a nuestras más sagradas tradiciones queda ya entre vosotros!!!!. El silencio inundó todo el foro, a toda la República, escribió algún senatus.

Dos días más tarde, Cayo Mario observaba el horizonte con aire despreocupado. La decisión había sido tomada la noche anterior, cuando el brillante Lucio Calpurnio Piso le informó de los sucesos de la sesión senatorial. En realidad aquello que se disponía a hacer era la consecuencia lógica de los hechos y a buen seguro que la historia sería indulgente y comprensiva. El destino le ofrecía un par de caminos pero solo él podía decidir cuál era el adecuado. Algún tiempo más tarde su enemigo Afranio escribiría: Con estas cosas él [Cayo Mario] ha alcanzado tanto poder que hoy la esperanza de resistir está en un solo ciudadano; y yo preferiría que éste no le hubiese dado tantas fuerzas a que ahora tenga que resistir a tan poderoso adversario(**). El Cónsul se dirigió hasta su tienda de campaña, se sentó frente a su mesa, tomó la pluma y plasmó en el diario de órdenes la disposición para la mañana siguiente con únicamente dos palabras: Posse Comitatus.

Septiembre, 649 AUC.


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(*) “Posse Comitatus” puede traducirse por “El poder del pueblo”. En realidad se refiere a una ley del mismo nombre aprobada para limitar y restringir el uso del poder militar sobre la propia población. El autor del AAR se ha tomado esta pequeña licencia para simbolizar las decisiones que Cayo Mario va a tomar.

(**) La expresión original fue pronunciada por Cicerón el 9 de diciembre del 50AC y se refería a César.
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

Yurtoman escribió::Ok:

Ánimo Silas, por cierto, ¿duermes?.

Saludos. Yurtoman.
Hehehe... estos últimos días no: han sido las Fallas
:sleep: :aplauso:
Silas
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Capt. XXVIII: Ocupación

Mensaje por Silas »

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Era mediodía cuando las primeras unidades de los legionarios penetraron los límites de la ciudad a través de las puertas situadas en el sector este de Roma; la Praestina y la Asinaria fueron las primeras. Tan pronto como los vigilantes fueron conscientes de lo que acontecía, abandonaron sus puestos y corrieron a refugiarse a sus casas. A las pocas horas, más grupos de legionarios armados con su equipo de campaña completo se habían introducido a través de la Vía Pinciana, la Vía Aurelia, la Vía Portuensis, y la Vía Latina ocupando amplias zonas del Campo de Marte, el Capitolino, el Aventino e incluso el Templo de Belona al pié del Monte Palatino. Otras zonas de la capital permanecieron libres de soldados por respetarse la voluntad de Cayo Mario de cumplir la tradición de no introducir armas dentro de los límites del pomerium señalizado mediante los cippi o mojones dispuestos para tal fin. Pero el Cónsul no era ningún lego ni en materia de ocupación militar ni en los fines que pretendía conseguir. Y así, casi coincidiendo con la entrada de esas primeras tropas, masas de soldados vestidos como simples privatus -pero fácilmente identificables entre sí con la colocación de un crespón rojo en su brazo izquierdo-, bloquearon el acceso a los enclaves estratégicos del Quirinal, los Montes Esquilinos, el Subura y, claro está, el foro romano, donde quedaron atrapados la totalidad de senatus que allí se habían reunido para discutir el texto de la Ley de Restitución. Rápida, silenciosa y contundente, la ocupación de Roma por parte de las legiones de Cayo Mario había concluido pero aún faltaba un cabo por atar.

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En el interior del Senado la expectación era máxima. La inicial sorpresa dio paso a la indignación y finalmente a la resignación. Las conversaciones fueron progresivamente elevando el volumen de las voces hasta que el griterío dificultaba charlar incluso con los senadores más cercanos. Pero súbitamente un silencio se desplomó sobre la sala central. Cayo Mario compareció ante todos ellos exultante y majestuoso. En su tez nadie podría apreciar el rastro de los dolores que le habían mantenido postrado en las últimas semanas; en realidad ni los más próximos de sus legados podían entender cómo ese hombre podía haberse recuperado con tanta premura… si es que en realidad se trataba realmente de una mejoría. Fuera como fuera allí, frente a los padres de la República, se erguía un desafiante Cónsul luciendo la formidable armadura de general romano. Avanzó algunos pasos hasta situarse en el centro de la estancia, justo en el lugar donde el pulido y ribeteado mármol del suelo conformaba una estrella, exactamente en el momento en el cual los rayos del sol de mediodía caían en la sala concentrándose en ese único punto como si alguien hubiera situado al astro rey a pocos metros por encima del techo del Senado. Como si de una visión fantasmagórica se tratara, la figura de Cayo Mario apareció bañada por una luz de un intenso blanco inmaculado, como si el Cónsul hubiera transmutado en la personificación terrenal del mismísimo Zeus Imperator. Muy lentamente y con voz alta y clara, el zorro de Arpinum empezó a desgajar sus palabras, observando uno a uno a los allí reunidos:

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Patres et conscripti,

Pocos días han transcurrido desde que mi leal y buen amigo Lucio Calpurnio Piso acudió a este mismo lugar con un mensaje de conciliación. Pero allí donde él ofreció dignidad, sólo halló odio; donde brindó honor, sólo halló traición. He sabido también de las intenciones del aquí presente Marco Tulio Ático, individuo tan carente de grandeza moral como ávido de poder, quien se ha distinguido en los últimos tiempos en impulsar todas aquellas acciones que minaran la labor de éste Cónsul y favorecieran a los enemigos de Roma. Especialmente valoro sus esfuerzos en favor de la aprobación, esta misma mañana, de la Lex Emendatio por la cual, esta Curia Hostilia restituiría en todos sus honores al rebelde Lucio Cecilio Metello facultándolo, en nombre del Senado y del Pueblo de Roma, para retornar el orden republicano aún a costa de mi existencia.

Hoy me hallo ante vosotros, hombres sin dignidad, hombres sin honor, hombres mezquinos y corruptos, no para implorar por más tiempo vuestra indulgencia sino para tomar las riendas de nuestra República. No temáis, todos volveréis a casa esta tarde; sabré ser benévolo con vosotros sin causa ni razón que me impulse a ello. Pero sabed que aliento y animo desde esta tribuna a todos aquellos que en el pasado cuestionaron mi auctoritas, mi dignitas o incluso mi fidelidad a la República, a hacerlo nuevamente en el futuro próximo, porque nada me placerá más que hallar la satisfacción de su justo e inmisericorde castigo.

Declaro que a partir de este momento, las funciones del Senado quedan suspendidas y que acepto la propuesta de asumir el cargo de Dictador de la República con todas las atribuciones que nuestras leyes y tradiciones han previsto.

¿Hay algún senador que desee elevar su voz para oponerse?



Septiembre, 649 AUC.

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(*) En realidad la imagen de la cúpula no pertenece a la Curia Hostilia sino al templo de Júpiter Optimus Maximus
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CeltiCid
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por CeltiCid »

:aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso: VIVA CAYO MARIO!!!! :aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso:
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Silas
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Re: AAR Roma, Vae Victis: Civis Romanus Sum

Mensaje por Silas »

CeltiCid escribió::aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso: VIVA CAYO MARIO!!!! :aplauso: :aplauso: :aplauso: :aplauso:
Vivaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa :SOS:
(aunque en estos momentos, sino eres amigo suyo, mejor que viva lejos)

:Rendicion:
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