Catástrofes de un erróneo sistema de Mando y Control
Publicado: 15 Abr 2018, 10:38
Hola.
Ya he comentado que estoy releyendo las “Memorias de la Segunda Guerra Mundial", escritas por Winston Churchill. Hace años yo no era partidario de releer libros, dadas las ingentes cantidades que quedan por leer. Pero visto que me voy a ir de este planeta mundo (que dijo el padre de Elizabeth Doolittle) sin disfrutar de la inmensa mayoría, he decidido regodearme en los que me gustaron y darles un segundo o incluso tercer repaso. Y así he vuelto a leer “El Quijote”, “Guerra y Paz”, “Los Papeles Póstumos del Club Pickwick” y otros de los que tenía gratísimos recuerdos. Ha sido un acierto, porque con el paso de los años mi mentalidad ha evolucionado y aprecio cosas que antes pasaban desapercibidas. Además, ahora que tenemos Internet, puedo profundizar sin el menor esfuerzo en cualquier detalle que se me ocurra o llame mi atención ¡Que maravilla esto de Internet!
Bueno, entremos en materia. No hace mucho, escribí un post en el que decía que británicos y norteamericanos sabían que estaban lanzado a la guerra al Japón. Lo que no podían ni imaginarse fue la “serie interminable de catastróficas desdichas” que los japoneses iban a causarles en los primeros meses de la guerra. Si lo llegan a imaginar, probablemente no habrían estado tan prepotentes ni los hubieran provocado de esa forma.
Según prosigo la lectura de estas Memorias, que es interesantísima, me ratifico en este criterio ¡Menuda la que les dieron los japoneses a los Aliados, sobre todo a los británicos! En la campaña de Malasia y Singapur los derrotaron en toda la línea y mataron, hirieron y capturaron 145.700 soldados. Y en Birmania perdieron 43.500 soldados más. Pero es que a los norteamericanos les mataron, hirieron y capturaron unos 146.000 en Filipinas. Entre unos y otros, un Dunquerque asiático, pero del que no escaparon. Además de perder hombres, buques, aviones y territorios, Churchill, viendo la tormenta política que se le venía encima por los desastres y recriminaciones de los Dominios, tuvo que someterse a un voto de confianza en el Parlamento, que ganó sobradamente porque era el hombre que Gran Bretaña necesitaba en ese momento. Además, el premier británico siempre podía decir (y en alguna ocasión lo hizo): “Ya lo advertí, y no se me hizo caso. Así de mal me he encontrado el patio cuando he tomado las riendas. Pero aquí estoy para lo que haga falta”. Con esto callaba a cualquiera, sobre todo si había estado en la política antes de su llegada al poder y no había hecho ni la mitad que él para prevenir la catástrofe.
Lo dicho. Estoy convencido que de sospechar ligeramente toda esta “serie interminable de catastróficas desdichas”, hubiera dejado que los japoneses se merendaran China, Siam y Mongolia Exterior… ¡Mucho le importó la hambruna que causó en la India cuando siguió las recomendaciones de Lindemann! Claro que si para atraer a los Estados Unidos a la guerra había que soportar todo esto, no un Singapur, sino siete le hubiera dado a los japoneses. Quiero decir que si Churchill hubiera podido ver el futuro del año 1942, probablemente habría razonado así: “Por provocar así a los japoneses, entre unos y otros vamos a tener cerca de 400.000 bajas, pero Estados Unidos entrará en la guerra a nuestro lado. Habrá que sacrificarlas”. No olvidemos que era un hombre de ideas claras.
A todo esto, cabe preguntarse porqué fue tan deficiente el ejército británico en estos años iniciales de la guerra. Intuyo que no era el soldado el deficiente, sino sus oficiales y, sobre todo, el sistema de mando ¿Por qué? Porque tenían un sistema en el que los individualismos pesaban mucho, igual que todo en la vida de las sociedades tipo anglo. Esto, que estructura una sociedad civil en base a la confianza de que cada individuo sea responsable, y que esa responsabilidad le acicatará a esforzarse por el beneficio común, tal vez es demasiado arriesgada para ser la base de un sistema de mando y control militar. Por este principio, tal vez no se ejercía suficiente presión sobre los subordinados para que se rompieran la cara tanto durante los periodos de calma como durante el combate, como se la partían los alemanes y, no digamos, los japoneses. Eran unos mandos que actuaban bastante libremente, sin apenas control, y que lo basaban todo en la superioridad numérica y tecnológica. Si uno de estos dos pilares fallaba, el sistema se derrumbaba. Auchinleck justifica así las derrotas que Rommel le impuso a su vuelta, tras “Crusader”: “Muy a pesar mío véome obligado a llegar a la conclusión de que para hacer frente a las fuerzas blindadas alemanas con una esperanza razonable de éxito decisivo, tal como nuestras fuerzas blindadas se encuentran actualmente equipadas, organizadas y mandadas, debemos contar con una superioridad de dos a uno” (Pág 51 de “El Gozne del destino”) ¡Dos a uno! ¡Ahí es nada!
Claro que Winston no se traga las explicaciones de su general, y escribe: “Cuando recordamos el dinero, el tiempo y el trabajo que cuesta la creación de una entidad como una división blindada, con todos sus mecánicos expertos y sus hombres adiestrados, el esfuerzo que exigía su transporte por la ruta de El Cabo, los muchos preparativos que había que hacer para alinearla en la batalla, resulta ciertamente penoso ver el fruto de tantos desvelos miserablemente malbaratados por culpa de tan desquiciado régimen de mando. Pero estas reflexiones son todavía más dolorosas cuando se contrasta nuestro fracaso con lo que los alemanes lograron ganar pese al hecho de estar alejados cuatrocientas millas de su base de Trípoli. Pero la nación británica, al bucear en estas cuestiones, no debe dejarse inducir en el error de pensar que la inferioridad técnica de nuestros tanques fuera la única causa de tan considerable y trascendental revés” (Pág. 53 del libro antes citado). No creamos que, pese a todo, el sistema mejoró mucho con el tiempo. Exactamente la misma proporción de fuerzas que pedía Auchinleck, o superior, exigió Montgómery antes de atacar en El Alamein. Pero esta vez el panorama había cambiado sustancialmente, pues los norteamericanos ya estaban en guerra y proporcionando muchísimas tropas y armamento, lo que daba mucho más margen a los británicos para hacer las concentraciones que exigía Monty. Si no hubiera sido por esto, no hubiera habido mucha diferencia entre él y Wavell o Auchinleck.
Churchill era un pelmazo con sus continuos mensajes. Pero es que poco a poco iba siendo consciente de que el sistema de mando y control fallaba, y procuraba suplirlo con su constante verborrea. Cuando se enteró que Singapur no tenía defensa alguna en la zona de tierra, la que da al canal, se quedó estupefacto, y escribió (Pág. 71, Ídem anterior): “Todo cuanto yo había visto y leído sobre la guerra, me había inducido a formarme la convicción de que, habida cuenta de la capacidad y potencia de fuego de las armas modernas, pocas semanas bastan para crear fuertes defensas de campaña, así como para limitar y canalizar el frente de ataque enemigo a base de campos de minas y otros sistemas obstructivos. Además, nunca había entrado en mi cabeza que Singapur careciese de un cinturón de fortines destacados de carácter permanente con los que proteger la retaguardia de la famosa fortaleza. No cierto a comprender cómo pudo ocurrir que yo ignorase todo esto. Pero al parecer ninguno de los oficiales que a la sazón se encontraban sobre el terreno ni ninguno de mis consejeros militares de profesión se dieron cuenta de tan atroz vacío. Sea como quiera, nadie jamás me lo señaló, ni siquiera los que veían mis telegramas basados en la falsa suposición de que la toma de Singapur exigía un previo sitio en toda regla… No escribo esto para intentar excusarme de un modo u otro. Debí saberlo todo. Mis consejeros debieron saberlo y debieron habérmelo comunicado, y yo debería haberles preguntado. Pero la razón por la que no pregunté sobre esta cuestión, entre los miles de preguntas que hice, fue que la posibilidad de que Singapur careciera de defensas terrestres jamás había entrado en mi mente, como jamás entraría la idea de lanzar al mar, pongamos por caso, un acorazado que careciese de fondo.” No es totalmente cierto que nadie propusiese construir defensas. Hubo quien, viendo la que les caía encima, propuso al general Percival, Comandante en Jefe de Singapur, construirlas. Pero Percival dijo que “las defensas afectaban negativamente a la moral” ¡Si sería cretino! Pero no toda la culpa es de este desgraciado. La política de distribución de armamentos y recursos era exclusiva responsabilidad de los Primeros Ministros del Gobierno. Ellos fueron los que aceptaron la defensa de Singapur en premisas erróneas y los que dieron prioridad a otros destinos del armamento y recursos que deberían haber ido a este punto del imperio. El memorando del general Pownall, que figura en el apéndice C (pág 561 del mismo texto), atestigua lo que digo.
El sistema de “sugerencias” de Churchill responde igualmente a esta forma social muy británica en la que el individuo tiene libertad para llevar a cabo sus tareas y sería impropio someterlo a controles, o a consejos de guerra posteriores que ya no van a solucionar la papeleta. Cuando lo cumple, miel sobre hojuelas, pero cuando no, viene la catástrofe. Cuando leo estas derrotas, investigo cómo acaban sus vidas los generales o políticos que las ocasionaron ¿Creen ustedes que fueron recriminados, procesados o apartados del mando? ¡Pues no señor! Y encima Percival, como si fuera un héroe, estaba detrás de Mac Arthur cuando Japón firmó la rendición. Cierto que estaba junto al general norteamericano Wainwright, el que se rindió en Filipinas. Pero a este era lo menos que se le podía dar, tras largarse Mac Arthur en un submarino y dejarle el marrón.
Volviendo a lo antes expuesto, minusvaloraron la potencia y eficacia del Japón y jamás se imaginaron la que les iba a caer.
Eso sí, vengativos con sus enemigos sí que fueron. Ahorcaron al General Yamashita, que fue el que derrotó a Percival en Singapur, por “crímenes de guerra” cometidos por sus subordinados. Por cierto, que la legislación norteamericana no prescribía la responsabilidad en el mando si un subordinado hacía barbaridades, y así lo expuso su defensor, el abogado Harry E. Clarke: “The Accused is not charged with having done something or having failed to do something, but solely with having been something....American jurisprudence recognizes no such principle so far as its own military personnel are concerned....No one would even suggest that the Commanding General of an American occupational force becomes a criminal every time an American soldier violates the law....one man is not held to answer for the crime of another”. (TRADUCCIÓN: No se imputa al acusado haber hecho o dejado de hacer algo, sino de haber sido (el comandante)… La jurisprudencia norteamericana no reconoce este principio en lo que atañe a su propio personal militar… Nadie podría siquiera sugerir que el Comandante en jefe de una fuerza de ocupación fuera un criminal de guerra cada vez que un soldado norteamericano violase la ley… no se puede inculpar a un hombre el crimen de otro”)
No importó; lo ahorcaron y dijeron que así sentaban jurisprudencia… ¿Sí? ¡Y una porra! ¿Acaso condenaron al Comandante Supremo Norteamericano en Vietnam cuando la masacre de My Lay? ¡Venga ya, que se os ve el plumero! Ya lo dijo Breno: “¡Ay de los vencidos!”
Saludos
Ya he comentado que estoy releyendo las “Memorias de la Segunda Guerra Mundial", escritas por Winston Churchill. Hace años yo no era partidario de releer libros, dadas las ingentes cantidades que quedan por leer. Pero visto que me voy a ir de este planeta mundo (que dijo el padre de Elizabeth Doolittle) sin disfrutar de la inmensa mayoría, he decidido regodearme en los que me gustaron y darles un segundo o incluso tercer repaso. Y así he vuelto a leer “El Quijote”, “Guerra y Paz”, “Los Papeles Póstumos del Club Pickwick” y otros de los que tenía gratísimos recuerdos. Ha sido un acierto, porque con el paso de los años mi mentalidad ha evolucionado y aprecio cosas que antes pasaban desapercibidas. Además, ahora que tenemos Internet, puedo profundizar sin el menor esfuerzo en cualquier detalle que se me ocurra o llame mi atención ¡Que maravilla esto de Internet!
Bueno, entremos en materia. No hace mucho, escribí un post en el que decía que británicos y norteamericanos sabían que estaban lanzado a la guerra al Japón. Lo que no podían ni imaginarse fue la “serie interminable de catastróficas desdichas” que los japoneses iban a causarles en los primeros meses de la guerra. Si lo llegan a imaginar, probablemente no habrían estado tan prepotentes ni los hubieran provocado de esa forma.
Según prosigo la lectura de estas Memorias, que es interesantísima, me ratifico en este criterio ¡Menuda la que les dieron los japoneses a los Aliados, sobre todo a los británicos! En la campaña de Malasia y Singapur los derrotaron en toda la línea y mataron, hirieron y capturaron 145.700 soldados. Y en Birmania perdieron 43.500 soldados más. Pero es que a los norteamericanos les mataron, hirieron y capturaron unos 146.000 en Filipinas. Entre unos y otros, un Dunquerque asiático, pero del que no escaparon. Además de perder hombres, buques, aviones y territorios, Churchill, viendo la tormenta política que se le venía encima por los desastres y recriminaciones de los Dominios, tuvo que someterse a un voto de confianza en el Parlamento, que ganó sobradamente porque era el hombre que Gran Bretaña necesitaba en ese momento. Además, el premier británico siempre podía decir (y en alguna ocasión lo hizo): “Ya lo advertí, y no se me hizo caso. Así de mal me he encontrado el patio cuando he tomado las riendas. Pero aquí estoy para lo que haga falta”. Con esto callaba a cualquiera, sobre todo si había estado en la política antes de su llegada al poder y no había hecho ni la mitad que él para prevenir la catástrofe.
Lo dicho. Estoy convencido que de sospechar ligeramente toda esta “serie interminable de catastróficas desdichas”, hubiera dejado que los japoneses se merendaran China, Siam y Mongolia Exterior… ¡Mucho le importó la hambruna que causó en la India cuando siguió las recomendaciones de Lindemann! Claro que si para atraer a los Estados Unidos a la guerra había que soportar todo esto, no un Singapur, sino siete le hubiera dado a los japoneses. Quiero decir que si Churchill hubiera podido ver el futuro del año 1942, probablemente habría razonado así: “Por provocar así a los japoneses, entre unos y otros vamos a tener cerca de 400.000 bajas, pero Estados Unidos entrará en la guerra a nuestro lado. Habrá que sacrificarlas”. No olvidemos que era un hombre de ideas claras.
A todo esto, cabe preguntarse porqué fue tan deficiente el ejército británico en estos años iniciales de la guerra. Intuyo que no era el soldado el deficiente, sino sus oficiales y, sobre todo, el sistema de mando ¿Por qué? Porque tenían un sistema en el que los individualismos pesaban mucho, igual que todo en la vida de las sociedades tipo anglo. Esto, que estructura una sociedad civil en base a la confianza de que cada individuo sea responsable, y que esa responsabilidad le acicatará a esforzarse por el beneficio común, tal vez es demasiado arriesgada para ser la base de un sistema de mando y control militar. Por este principio, tal vez no se ejercía suficiente presión sobre los subordinados para que se rompieran la cara tanto durante los periodos de calma como durante el combate, como se la partían los alemanes y, no digamos, los japoneses. Eran unos mandos que actuaban bastante libremente, sin apenas control, y que lo basaban todo en la superioridad numérica y tecnológica. Si uno de estos dos pilares fallaba, el sistema se derrumbaba. Auchinleck justifica así las derrotas que Rommel le impuso a su vuelta, tras “Crusader”: “Muy a pesar mío véome obligado a llegar a la conclusión de que para hacer frente a las fuerzas blindadas alemanas con una esperanza razonable de éxito decisivo, tal como nuestras fuerzas blindadas se encuentran actualmente equipadas, organizadas y mandadas, debemos contar con una superioridad de dos a uno” (Pág 51 de “El Gozne del destino”) ¡Dos a uno! ¡Ahí es nada!
Claro que Winston no se traga las explicaciones de su general, y escribe: “Cuando recordamos el dinero, el tiempo y el trabajo que cuesta la creación de una entidad como una división blindada, con todos sus mecánicos expertos y sus hombres adiestrados, el esfuerzo que exigía su transporte por la ruta de El Cabo, los muchos preparativos que había que hacer para alinearla en la batalla, resulta ciertamente penoso ver el fruto de tantos desvelos miserablemente malbaratados por culpa de tan desquiciado régimen de mando. Pero estas reflexiones son todavía más dolorosas cuando se contrasta nuestro fracaso con lo que los alemanes lograron ganar pese al hecho de estar alejados cuatrocientas millas de su base de Trípoli. Pero la nación británica, al bucear en estas cuestiones, no debe dejarse inducir en el error de pensar que la inferioridad técnica de nuestros tanques fuera la única causa de tan considerable y trascendental revés” (Pág. 53 del libro antes citado). No creamos que, pese a todo, el sistema mejoró mucho con el tiempo. Exactamente la misma proporción de fuerzas que pedía Auchinleck, o superior, exigió Montgómery antes de atacar en El Alamein. Pero esta vez el panorama había cambiado sustancialmente, pues los norteamericanos ya estaban en guerra y proporcionando muchísimas tropas y armamento, lo que daba mucho más margen a los británicos para hacer las concentraciones que exigía Monty. Si no hubiera sido por esto, no hubiera habido mucha diferencia entre él y Wavell o Auchinleck.
Churchill era un pelmazo con sus continuos mensajes. Pero es que poco a poco iba siendo consciente de que el sistema de mando y control fallaba, y procuraba suplirlo con su constante verborrea. Cuando se enteró que Singapur no tenía defensa alguna en la zona de tierra, la que da al canal, se quedó estupefacto, y escribió (Pág. 71, Ídem anterior): “Todo cuanto yo había visto y leído sobre la guerra, me había inducido a formarme la convicción de que, habida cuenta de la capacidad y potencia de fuego de las armas modernas, pocas semanas bastan para crear fuertes defensas de campaña, así como para limitar y canalizar el frente de ataque enemigo a base de campos de minas y otros sistemas obstructivos. Además, nunca había entrado en mi cabeza que Singapur careciese de un cinturón de fortines destacados de carácter permanente con los que proteger la retaguardia de la famosa fortaleza. No cierto a comprender cómo pudo ocurrir que yo ignorase todo esto. Pero al parecer ninguno de los oficiales que a la sazón se encontraban sobre el terreno ni ninguno de mis consejeros militares de profesión se dieron cuenta de tan atroz vacío. Sea como quiera, nadie jamás me lo señaló, ni siquiera los que veían mis telegramas basados en la falsa suposición de que la toma de Singapur exigía un previo sitio en toda regla… No escribo esto para intentar excusarme de un modo u otro. Debí saberlo todo. Mis consejeros debieron saberlo y debieron habérmelo comunicado, y yo debería haberles preguntado. Pero la razón por la que no pregunté sobre esta cuestión, entre los miles de preguntas que hice, fue que la posibilidad de que Singapur careciera de defensas terrestres jamás había entrado en mi mente, como jamás entraría la idea de lanzar al mar, pongamos por caso, un acorazado que careciese de fondo.” No es totalmente cierto que nadie propusiese construir defensas. Hubo quien, viendo la que les caía encima, propuso al general Percival, Comandante en Jefe de Singapur, construirlas. Pero Percival dijo que “las defensas afectaban negativamente a la moral” ¡Si sería cretino! Pero no toda la culpa es de este desgraciado. La política de distribución de armamentos y recursos era exclusiva responsabilidad de los Primeros Ministros del Gobierno. Ellos fueron los que aceptaron la defensa de Singapur en premisas erróneas y los que dieron prioridad a otros destinos del armamento y recursos que deberían haber ido a este punto del imperio. El memorando del general Pownall, que figura en el apéndice C (pág 561 del mismo texto), atestigua lo que digo.
El sistema de “sugerencias” de Churchill responde igualmente a esta forma social muy británica en la que el individuo tiene libertad para llevar a cabo sus tareas y sería impropio someterlo a controles, o a consejos de guerra posteriores que ya no van a solucionar la papeleta. Cuando lo cumple, miel sobre hojuelas, pero cuando no, viene la catástrofe. Cuando leo estas derrotas, investigo cómo acaban sus vidas los generales o políticos que las ocasionaron ¿Creen ustedes que fueron recriminados, procesados o apartados del mando? ¡Pues no señor! Y encima Percival, como si fuera un héroe, estaba detrás de Mac Arthur cuando Japón firmó la rendición. Cierto que estaba junto al general norteamericano Wainwright, el que se rindió en Filipinas. Pero a este era lo menos que se le podía dar, tras largarse Mac Arthur en un submarino y dejarle el marrón.
Volviendo a lo antes expuesto, minusvaloraron la potencia y eficacia del Japón y jamás se imaginaron la que les iba a caer.
Eso sí, vengativos con sus enemigos sí que fueron. Ahorcaron al General Yamashita, que fue el que derrotó a Percival en Singapur, por “crímenes de guerra” cometidos por sus subordinados. Por cierto, que la legislación norteamericana no prescribía la responsabilidad en el mando si un subordinado hacía barbaridades, y así lo expuso su defensor, el abogado Harry E. Clarke: “The Accused is not charged with having done something or having failed to do something, but solely with having been something....American jurisprudence recognizes no such principle so far as its own military personnel are concerned....No one would even suggest that the Commanding General of an American occupational force becomes a criminal every time an American soldier violates the law....one man is not held to answer for the crime of another”. (TRADUCCIÓN: No se imputa al acusado haber hecho o dejado de hacer algo, sino de haber sido (el comandante)… La jurisprudencia norteamericana no reconoce este principio en lo que atañe a su propio personal militar… Nadie podría siquiera sugerir que el Comandante en jefe de una fuerza de ocupación fuera un criminal de guerra cada vez que un soldado norteamericano violase la ley… no se puede inculpar a un hombre el crimen de otro”)
No importó; lo ahorcaron y dijeron que así sentaban jurisprudencia… ¿Sí? ¡Y una porra! ¿Acaso condenaron al Comandante Supremo Norteamericano en Vietnam cuando la masacre de My Lay? ¡Venga ya, que se os ve el plumero! Ya lo dijo Breno: “¡Ay de los vencidos!”
Saludos