El fuego de Siracusa (AAR Empire TW)
Publicado: 22 Feb 2018, 00:05
Aquí os dejo mi aporte, un AAR que escribí hace tiempo y comparto con vosotros. Consta de unos pocos capítulos, los iré subiendo según vaya pudiendo, espero que os guste:
EL FUEGO DE SIRACUSA
CAPÍTULO 1
Contralmirante Johan Klopstock
- Como tarde mucho más me voy a dormir aquí mismo…
Y no es para menos; el joven contralmirante Johan Klopstock lleva ya 3 horas sentado en su silla mientras apoya los brazos en la mesa larga y gruesa de caoba en la que se apoyan también otros altos mandos de la reformada fuerza naval prusiana, todos contenidos en un salón decorado a la última moda: dorados, remiendos, jarrones chinos, cortinas multicolores, frescos en el techo (bastante altos, por cierto, sobre todo para alguien acostumbrado al camarote de un navío en línea de 2ª, que elevando apenas el brazo se toca en lo alto) y demás elementos.
Johan Klopstock ha llegado a la urgente junta del alto mando naval lo mejor que ha podido en cuanto a su aspecto se refiere. Le habría gustado vestirse con su traje de gala y así lucir su moderado y respetable número de medallas, galones y méritos, no por soberbia o chulería, si no porque llevan meses (o más) cogiendo polvo en el baúl del camarote sin encontrar la ocasión de ver la luz del sol.
Ronda los 32 años y ya ha cosechado una gran reputación entre sus compañeros de oficio. Marino de toda la vida ha visto más mundo que cualquiera de los presentes en la sala. Ha luchado contra Francia y España en el Caribe, en la costa atlántica de la ibérica, en el Mar del Norte y otras zonas del globo muy dispares. Por eso nadie se sorprende del loro que siempre le acompaña en el hombro derecho, aunque hoy lo tiene a buen recaudo, fuera del salón, su fiel y sumiso ayudante Rolf, un hombre de edad avanzada pero de muy eficiente servicio, quien debe la vida a su señor Klopstock desde una refriega en Barbados.
La armada Prusiana es joven, tanto en mandos como en historia. Desde que Federico I de Prusia decidiera que ya habían tenido suficiente paciencia, su familia y él, al aguantar guerras y disputas defendiéndose sin mover un dedo, Prusia no ha dejado de crecer aplastando a aquellos que osaban desafiarle, con la conveniente reforma en el ejército, y sobre todo, su armada.
Al no existir apenas tradición marítima en Prusia, la aristocracia no ha metido sus avariciosas y altivas narices en la armada, dando lugar a un alto mando naval joven que ha ascendido mediante meritocracia, con la consecuente excelente experiencia y preparación. Sin embargo siempre hay excepciones, como la que, por cierto, acaba de entrar por la gran puerta principal del salón de juntas con gran violencia y escándalo, pero con una condescendiente sonrisa al percatarse de que más de uno se ha asustado con su repentina entrada rompiendo el relajante murmullo de suaves charlas cansadas de esperar.
Este hombre que luce una ropa impecable (no militar), un maquillaje cuidadísimo y unos ruidosos zapatos blancos a la moda, es el Almirante Waldo Brendel, el comandante en jefe de toda la flota Prusiana y amigo de su majestad el recién coronado Federico Guillermo I, que lo pensó demasiado poco al poner a su amigo Waldo al mando de la flota.
El almirante Brendel es un marinero valiente y firme, pero durante el régimen del anterior monarca permaneció muchos años inactivo en Lübeck, ahogando su talento y años de experiencia en las tres botellas de vino que llegó a tomarse diariamente. Pero ahora, con esta nueva oportunidad que se le ha otorgado para demostrar su valía (sobre todo a sí mismo), se encuentra, tal vez, excesivamente entusiasmado con la campaña que se acomete, y ya se sabe, que no hay nada peor que un tonto motivado.
Almirante Waldo Brendel
- Buenos días señores –dice con una amplia sonrisa-, no quiero hacerles esperar más, tomen asiento y comencemos la junta general.
Lentamente, los que estaban de pie se dirigen a sus asientos, muy despacio y sin quitarle de encima una mirada de reprobación al almirante, mientras que los que estaban sentados rencuentran su postura erguida y firme delante de la mesa.
- Como bien saben, la flota principal española al mando del almirante Juan de Lángara y Arizmendi se encuentra refugiada en la ciudad costera de Siracusa, lo cual se considera una invasión por parte del enemigo hacia la recién capturada región de Nápoles, que cedió las costas sicilianas a su majestad. Las ordenes son claras y el objetivo también: la derrota de Lángara y Arizmendi, lo único que nos separa del dominio del Mediterráneo occidental.
Almirante Juan de Lángara y Arizmendi
- Hasta aquí todo bien. Dinos algo que no sepamos- piensa Johan.
- He decidido, con la aprobación de su majestad, el plan de ataque- prosigue el almirante.
En ese momento aparecen de detrás de él dos auxiliares quienes extienden sobre la mesa los planos y dibujos explicativos sobre la estrategia a seguir pensada por el almirante, con lo que, poco a poco, los presentes alrededor de la mesa se levantan de la silla para ver mejor lo presentado.
- La verdad es que este hombre estará oxidado de ideas, pero no le falta iniciativa, ni dedicación ni motivación- piensa Johan.
En aquellos dibujos y planos no falta detalle ni adorno pictórico, se entiende casi a la perfección la estratagema que el Almirante Brendel ha gestado en su cabeza.
-Como ven, señores, está todo perfectamente planeado. Si todos siguen mis órdenes derrotaremos a nuestro rival sin esfuerzo y sin pérdidas significativas, según mis precisos cálculos, ni en tropa ni en material.
- La idea es buena,- piensa Johan- pero tan compleja que su realización suena casi utópica. Comete uno de los grandes fallos de los estrategas marinos de todos los tiempos: apenas se toman en cuenta los factores imprevistos. Cuanto menos se cuente con una marejada adversa, un viento inesperado, una mala formación, etc. flaco favor se está haciendo a la campaña.
- ¿Alguna pregunta?- propone el almirante mientras sonríe y levanta una ceja sin dejar de mirar las caras de los presentes.
Johan levanta la cara de los papeles con intención de hablar pero es agarrado del brazo sobre la mesa por su amigo, el capitán de navío Theodor Kurting. Cuando Johan mira a su amigo Theodor, joven como él, éste le niega con la cabeza de forma tan sutil que casi no comprende lo que el capitán le intenta decir. Theodor sabe que una réplica al almirante cuando está tan entusiasmado puede encender su cólera y, habiendo tantos oficiales delante, es peligroso incluso para un contralmirante como Johan.
Pero es entonces cuando, con aire de indignación, se endereza en su sitio el brigadier Oskar Zum.
Capitán de navío Theodor Kurting
Brigadier Oskar Zum
- Permítame señor que compruebe si he comprendido bien el plan- espeta el brigadier.
- Adelante señor Zum- dice el almirante, consciente de la perfección de su plan.
- Debemos pues dividir nuestra flota en 4 secciones que irán organizadas según el tamaño de los navíos de que disponemos. Por la izquierda y en vanguardia situara a los barcos más ligeros de la flota, que servirán de cebo al enemigo para que éste movilice sus naves en esa dirección. Mientras tanto, lejos a la derecha sitúa usted el grueso de la fuerza con todos los navíos pesados, que entraran por la retaguardia del enemigo para envolverlos, rodearlos y destruirlos desde un perímetro de barcos prusianos.
- ¡Efectivamente!- exclama Brendel.- Veo que lo ha comprendido a la perfección, señor Zum.
Oskar Zum es posiblemente el mejor marino de toda Prusia. Veterano, honrado, honorable, valiente y disciplinado, pero con muy malas pulgas, sobre todo ante lo que él pueda considerar una injusticia, especialmente si perjudica a sus hombres y el barco que capitanea desde hace 30 años.
- Sí señor– hace una pausa-, comprendo que quiere usted llevarnos a mis hombres y a mí a una misión suicida jugando a ser el cebo de sus juegos de barcos– sentencia con una absoluta calma y mirando directamente a los ojos del almirante Brendel.
Waldo Brendel no deja de sonreír pero frunce el ceño, mostrando un gesto que, viniendo de él, es algo temible.
- Oskar, nos conocemos desde hace muchos años y creo que no hay nadie mejor para cumplir esta misión que usted y su navío en línea de 4ª “Coronel”. Estoy seguro de que con su pericia y experiencia no correrán ningún peligro.
Dicho esto, ambos oficiales dejan pasar unos segundos enfrentando miradas, cada uno desde su lado de la mesa, Oskar Zum claramente enfadado y Waldo Brendel con el mismo gesto desafiante.
El salón está en absoluto silencio y con una tensión en la que se puede nadar. Así, Oskar Zum recoge su sombrero de picos de brigadier con enojo y sale por la puerta del salón con la misma serenidad que manifiesta cuando los disparos de cañón le pasan a pocos metros en batalla.
- Bien– el almirante vuelve a sonreír, alegre, como si nada hubiera ocurrido-, ¿alguna otra pregunta?
- ¿Cómo estarán repartidas las formaciones?– pregunta un capitán de navío que Johan no conocía.
- La sección ligera estará comandada por el brigadier Zum con la “Coronel” junto con el “Stettin”, la “Derfflinger” y el navío en línea de 5ª que capturamos en Ferrol, el “Proyectados para el asiento Agüero”, que logrará captar aun más la atención enemiga gracias al casco pintado de rojo característico de los navíos de 5ª españoles. La sección que yo dirigiré- continúa el almirante- con el “Hildebrand” en cabeza, estará compuesta por los navíos en línea de 2ª “Seeadler”, “Frettchen”, “Frithjof”, “Oker”, “Fuchs” y “Gefion”. Por nuestra parte nos encargaremos de rodear al enemigo por la retaguardia y cañonearlo hasta la extenuación- prosigue, inmerso en el plan-. El capitán de navío Theodor Kurting será ascendido a jefe de escuadra, y desde el “Luchs”, con los navíos en línea de 2ª “Dorsch”, “Wolf”, “Iltis”, “Strelitz” y “Ägir” deberán envolver al enemigo por la vanguardia y actuaran como reserva.
Al oír esto, Theodor recibe un codazo de aprobación de su amigo Johan.
- Y por último, el contralmirante Johan Klopstock dirigirá la escuadra de los navíos en línea de 1ª pesados “Flunder” y “Sirius” desde el “Auerbach”. No me falle hijo, usted y sus navíos de 1ª pesados son lo que nos diferencia de esos atrasados españoles.
Pero de forma inconsciente, Johan se lanza a responder:
- Pero señor, el almirante español, de Lángara Arizmendi, dirige el “Santa Teresa”, el buque de guerra más grande del mundo, un cuatro puentes que dirige ágil como si de un bergantín se tratara.
Johan siente el silencio sobre sus hombros. Todos le miran con disimulado asombro, excepto su amigo Theodor, que, clavando las manos sobre la mesa, hunde su cara entre los hombros preocupado por la insensatez de su amigo Johan.
Sin embargo, y para sorpresa de todos, el almirante no se inquieta y adquiere una postura paternalista ante el joven pero respetado Johan.
- Descuide señor Klopstock, conozco a Juan de Lángara y sí, es un gran marino, pero no sabe dirigir una flota.
- Pero señor y si el viento…
El puñetazo del almirante en la mesa le interrumpe la frase, montado en cólera y con la cara tan roja que el maquillaje no logra disimularlo.
- ¡El rey de Prusia se lo ordena, y no hay más que hablar si no quiere acabar capitaneando una balandra de tres al cuarto!- El almirante se vuelve a enderezar enseguida y se coloca la chupa de seda y el lazo.- Eso es todo, señores. Tienen dos días para reabastecerse y partiremos al amanecer del tercero. Buenos días.
Plan de batalla del almirante Brendel:
EL FUEGO DE SIRACUSA
CAPÍTULO 1
Contralmirante Johan Klopstock
- Como tarde mucho más me voy a dormir aquí mismo…
Y no es para menos; el joven contralmirante Johan Klopstock lleva ya 3 horas sentado en su silla mientras apoya los brazos en la mesa larga y gruesa de caoba en la que se apoyan también otros altos mandos de la reformada fuerza naval prusiana, todos contenidos en un salón decorado a la última moda: dorados, remiendos, jarrones chinos, cortinas multicolores, frescos en el techo (bastante altos, por cierto, sobre todo para alguien acostumbrado al camarote de un navío en línea de 2ª, que elevando apenas el brazo se toca en lo alto) y demás elementos.
Johan Klopstock ha llegado a la urgente junta del alto mando naval lo mejor que ha podido en cuanto a su aspecto se refiere. Le habría gustado vestirse con su traje de gala y así lucir su moderado y respetable número de medallas, galones y méritos, no por soberbia o chulería, si no porque llevan meses (o más) cogiendo polvo en el baúl del camarote sin encontrar la ocasión de ver la luz del sol.
Ronda los 32 años y ya ha cosechado una gran reputación entre sus compañeros de oficio. Marino de toda la vida ha visto más mundo que cualquiera de los presentes en la sala. Ha luchado contra Francia y España en el Caribe, en la costa atlántica de la ibérica, en el Mar del Norte y otras zonas del globo muy dispares. Por eso nadie se sorprende del loro que siempre le acompaña en el hombro derecho, aunque hoy lo tiene a buen recaudo, fuera del salón, su fiel y sumiso ayudante Rolf, un hombre de edad avanzada pero de muy eficiente servicio, quien debe la vida a su señor Klopstock desde una refriega en Barbados.
La armada Prusiana es joven, tanto en mandos como en historia. Desde que Federico I de Prusia decidiera que ya habían tenido suficiente paciencia, su familia y él, al aguantar guerras y disputas defendiéndose sin mover un dedo, Prusia no ha dejado de crecer aplastando a aquellos que osaban desafiarle, con la conveniente reforma en el ejército, y sobre todo, su armada.
Al no existir apenas tradición marítima en Prusia, la aristocracia no ha metido sus avariciosas y altivas narices en la armada, dando lugar a un alto mando naval joven que ha ascendido mediante meritocracia, con la consecuente excelente experiencia y preparación. Sin embargo siempre hay excepciones, como la que, por cierto, acaba de entrar por la gran puerta principal del salón de juntas con gran violencia y escándalo, pero con una condescendiente sonrisa al percatarse de que más de uno se ha asustado con su repentina entrada rompiendo el relajante murmullo de suaves charlas cansadas de esperar.
Este hombre que luce una ropa impecable (no militar), un maquillaje cuidadísimo y unos ruidosos zapatos blancos a la moda, es el Almirante Waldo Brendel, el comandante en jefe de toda la flota Prusiana y amigo de su majestad el recién coronado Federico Guillermo I, que lo pensó demasiado poco al poner a su amigo Waldo al mando de la flota.
El almirante Brendel es un marinero valiente y firme, pero durante el régimen del anterior monarca permaneció muchos años inactivo en Lübeck, ahogando su talento y años de experiencia en las tres botellas de vino que llegó a tomarse diariamente. Pero ahora, con esta nueva oportunidad que se le ha otorgado para demostrar su valía (sobre todo a sí mismo), se encuentra, tal vez, excesivamente entusiasmado con la campaña que se acomete, y ya se sabe, que no hay nada peor que un tonto motivado.
Almirante Waldo Brendel
- Buenos días señores –dice con una amplia sonrisa-, no quiero hacerles esperar más, tomen asiento y comencemos la junta general.
Lentamente, los que estaban de pie se dirigen a sus asientos, muy despacio y sin quitarle de encima una mirada de reprobación al almirante, mientras que los que estaban sentados rencuentran su postura erguida y firme delante de la mesa.
- Como bien saben, la flota principal española al mando del almirante Juan de Lángara y Arizmendi se encuentra refugiada en la ciudad costera de Siracusa, lo cual se considera una invasión por parte del enemigo hacia la recién capturada región de Nápoles, que cedió las costas sicilianas a su majestad. Las ordenes son claras y el objetivo también: la derrota de Lángara y Arizmendi, lo único que nos separa del dominio del Mediterráneo occidental.
Almirante Juan de Lángara y Arizmendi
- Hasta aquí todo bien. Dinos algo que no sepamos- piensa Johan.
- He decidido, con la aprobación de su majestad, el plan de ataque- prosigue el almirante.
En ese momento aparecen de detrás de él dos auxiliares quienes extienden sobre la mesa los planos y dibujos explicativos sobre la estrategia a seguir pensada por el almirante, con lo que, poco a poco, los presentes alrededor de la mesa se levantan de la silla para ver mejor lo presentado.
- La verdad es que este hombre estará oxidado de ideas, pero no le falta iniciativa, ni dedicación ni motivación- piensa Johan.
En aquellos dibujos y planos no falta detalle ni adorno pictórico, se entiende casi a la perfección la estratagema que el Almirante Brendel ha gestado en su cabeza.
-Como ven, señores, está todo perfectamente planeado. Si todos siguen mis órdenes derrotaremos a nuestro rival sin esfuerzo y sin pérdidas significativas, según mis precisos cálculos, ni en tropa ni en material.
- La idea es buena,- piensa Johan- pero tan compleja que su realización suena casi utópica. Comete uno de los grandes fallos de los estrategas marinos de todos los tiempos: apenas se toman en cuenta los factores imprevistos. Cuanto menos se cuente con una marejada adversa, un viento inesperado, una mala formación, etc. flaco favor se está haciendo a la campaña.
- ¿Alguna pregunta?- propone el almirante mientras sonríe y levanta una ceja sin dejar de mirar las caras de los presentes.
Johan levanta la cara de los papeles con intención de hablar pero es agarrado del brazo sobre la mesa por su amigo, el capitán de navío Theodor Kurting. Cuando Johan mira a su amigo Theodor, joven como él, éste le niega con la cabeza de forma tan sutil que casi no comprende lo que el capitán le intenta decir. Theodor sabe que una réplica al almirante cuando está tan entusiasmado puede encender su cólera y, habiendo tantos oficiales delante, es peligroso incluso para un contralmirante como Johan.
Pero es entonces cuando, con aire de indignación, se endereza en su sitio el brigadier Oskar Zum.
Capitán de navío Theodor Kurting
Brigadier Oskar Zum
- Permítame señor que compruebe si he comprendido bien el plan- espeta el brigadier.
- Adelante señor Zum- dice el almirante, consciente de la perfección de su plan.
- Debemos pues dividir nuestra flota en 4 secciones que irán organizadas según el tamaño de los navíos de que disponemos. Por la izquierda y en vanguardia situara a los barcos más ligeros de la flota, que servirán de cebo al enemigo para que éste movilice sus naves en esa dirección. Mientras tanto, lejos a la derecha sitúa usted el grueso de la fuerza con todos los navíos pesados, que entraran por la retaguardia del enemigo para envolverlos, rodearlos y destruirlos desde un perímetro de barcos prusianos.
- ¡Efectivamente!- exclama Brendel.- Veo que lo ha comprendido a la perfección, señor Zum.
Oskar Zum es posiblemente el mejor marino de toda Prusia. Veterano, honrado, honorable, valiente y disciplinado, pero con muy malas pulgas, sobre todo ante lo que él pueda considerar una injusticia, especialmente si perjudica a sus hombres y el barco que capitanea desde hace 30 años.
- Sí señor– hace una pausa-, comprendo que quiere usted llevarnos a mis hombres y a mí a una misión suicida jugando a ser el cebo de sus juegos de barcos– sentencia con una absoluta calma y mirando directamente a los ojos del almirante Brendel.
Waldo Brendel no deja de sonreír pero frunce el ceño, mostrando un gesto que, viniendo de él, es algo temible.
- Oskar, nos conocemos desde hace muchos años y creo que no hay nadie mejor para cumplir esta misión que usted y su navío en línea de 4ª “Coronel”. Estoy seguro de que con su pericia y experiencia no correrán ningún peligro.
Dicho esto, ambos oficiales dejan pasar unos segundos enfrentando miradas, cada uno desde su lado de la mesa, Oskar Zum claramente enfadado y Waldo Brendel con el mismo gesto desafiante.
El salón está en absoluto silencio y con una tensión en la que se puede nadar. Así, Oskar Zum recoge su sombrero de picos de brigadier con enojo y sale por la puerta del salón con la misma serenidad que manifiesta cuando los disparos de cañón le pasan a pocos metros en batalla.
- Bien– el almirante vuelve a sonreír, alegre, como si nada hubiera ocurrido-, ¿alguna otra pregunta?
- ¿Cómo estarán repartidas las formaciones?– pregunta un capitán de navío que Johan no conocía.
- La sección ligera estará comandada por el brigadier Zum con la “Coronel” junto con el “Stettin”, la “Derfflinger” y el navío en línea de 5ª que capturamos en Ferrol, el “Proyectados para el asiento Agüero”, que logrará captar aun más la atención enemiga gracias al casco pintado de rojo característico de los navíos de 5ª españoles. La sección que yo dirigiré- continúa el almirante- con el “Hildebrand” en cabeza, estará compuesta por los navíos en línea de 2ª “Seeadler”, “Frettchen”, “Frithjof”, “Oker”, “Fuchs” y “Gefion”. Por nuestra parte nos encargaremos de rodear al enemigo por la retaguardia y cañonearlo hasta la extenuación- prosigue, inmerso en el plan-. El capitán de navío Theodor Kurting será ascendido a jefe de escuadra, y desde el “Luchs”, con los navíos en línea de 2ª “Dorsch”, “Wolf”, “Iltis”, “Strelitz” y “Ägir” deberán envolver al enemigo por la vanguardia y actuaran como reserva.
Al oír esto, Theodor recibe un codazo de aprobación de su amigo Johan.
- Y por último, el contralmirante Johan Klopstock dirigirá la escuadra de los navíos en línea de 1ª pesados “Flunder” y “Sirius” desde el “Auerbach”. No me falle hijo, usted y sus navíos de 1ª pesados son lo que nos diferencia de esos atrasados españoles.
Pero de forma inconsciente, Johan se lanza a responder:
- Pero señor, el almirante español, de Lángara Arizmendi, dirige el “Santa Teresa”, el buque de guerra más grande del mundo, un cuatro puentes que dirige ágil como si de un bergantín se tratara.
Johan siente el silencio sobre sus hombros. Todos le miran con disimulado asombro, excepto su amigo Theodor, que, clavando las manos sobre la mesa, hunde su cara entre los hombros preocupado por la insensatez de su amigo Johan.
Sin embargo, y para sorpresa de todos, el almirante no se inquieta y adquiere una postura paternalista ante el joven pero respetado Johan.
- Descuide señor Klopstock, conozco a Juan de Lángara y sí, es un gran marino, pero no sabe dirigir una flota.
- Pero señor y si el viento…
El puñetazo del almirante en la mesa le interrumpe la frase, montado en cólera y con la cara tan roja que el maquillaje no logra disimularlo.
- ¡El rey de Prusia se lo ordena, y no hay más que hablar si no quiere acabar capitaneando una balandra de tres al cuarto!- El almirante se vuelve a enderezar enseguida y se coloca la chupa de seda y el lazo.- Eso es todo, señores. Tienen dos días para reabastecerse y partiremos al amanecer del tercero. Buenos días.
Plan de batalla del almirante Brendel:
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