Re: Voluntarios para saltar sobre Normandia
Publicado: 30 Oct 2019, 18:12
Querida Annie:
No sé por dónde empezar esta carta. Por un lado, tengo una inmensa alegría, una inmensa alegría de seguir vivo y de saber que cada vez falta menos tiempo para que volvamos a estar juntos. Por otro lado, tengo una inmensa tristeza, una inmensa tristeza por todos los compañeros muertos y por el fracaso de nuestra misión que ha hecho que el desembarco haya sido un desastre. Se que por mi culpa hay miles de hijas, hermanos, esposas, novias, padres… que no volverán a ver a sus seres queridos. Y todas esas muertes pesan sobre mi conciencia, impidiéndome dormir por las noches. Y lo peor de todo es que sé que nunca me sobrepondré a la responsabilidad de nuestro fracaso.
Pero sigo vivo y simplemente el hecho de poder escribirte estas líneas es todo un milagro. Sé que la censura militar eliminará mis palabras, pero tengo que decirte que nuestra misión ha sido desde el principio una gran cagada. Una cagada tan grande que de los 160 hombres de la Dog solo quedamos vivos el Capitán y yo. Todos los compañeros de los que te hablé en las otras cartas están muertos: Presi, Vencini, Lino, Fowler… Todavía no sé cómo pudimos salir vivos el Capitán y yo del maldito pueblo infernal al que nos mandaron. Es evidente que la Misericordia nos cubrió a los dos con su manto en ese infernal día.
Todo empezó mal, con el fracaso del Sargento Presi en su misión previa. Y el maldito fuego antiaéreo lo terminó de joder: ese fue el comienzo del fin. No te contaré los detalles, pero apenas llegamos unos pocos de la Compañía a tierra y cada uno en una punta de Normandía. Aun así, pudimos ir avanzando hasta llegar a nuestro objetivo: un puente perdido, sobre un río apestoso, en un pueblo francés de mierda: la tumba de lo que quedaba de la Dog y de buena parte del resto del batallón. Lo que nadie nos había dicho, o la inteligencia militar no se había enterado, es que el pueblo estaba lleno de las tropas de elite de Adolf Hitler. Cada casa era un bunker, erizado de armas que disparaban plomo sin cesar. Cada calle un pasillo que llevaba directamente a la muerte. Cada esquina una trampa puesta para causar dolor y destrucción. Las lágrimas se me agolpan en los ojos cuando rememoro todas las heroicas acciones emprendidas por los hombres de la Dog. Uno tras otro fuimos cayendo todos sin apenas poder avanzar unos cuantos metros. Todo lo recuerdo de forma borrosa y confusa, rodeado por el humo de las explosiones y una molesta llovizna que nos tenía a todos empapados. Si recuerdo con claridad la imagen del Capitán intentado destruir el monstruo de acero que nos había machacado sin piedad con el bazooka de un soldado muerto. ¡Dios bendiga al Capitán! Sin su ayuda no podría estar ahora escribiéndote estas líneas.
Querida Annie: tengo que decirte que a mí también me hirieron, pero no es nada grave. Apenas un rasguño sin importancia. Estoy en el hospital de campaña y me han dicho que me van a dar un Corazón Púrpura. Gustosamente cambiaría este Corazón por unos cuantos corazones valientes vivos de los muchachos de la Dog.
Me dice el doctor que tengo que dejar de escribir y que tengo que reposar. Lo que no sabe es que yo no puedo reposar. Mi conciencia se encarga de que no tenga ni un instante de reposo. Las caras de los hombres muertos de mi pelotón se encargan de que no pueda reposar. Los gritos y los alaridos de los soldados heridos por mi fracaso se encargan de que no tenga un momento de reposo. Querida Annie: espero que tú me puedas curar y me des el reposo que realmente necesito. Sé que tú me podrás curar. Por eso cuento los minutos hasta volver a verte, mi amor.
Siempre tuyo,
Von Patoso.
No sé por dónde empezar esta carta. Por un lado, tengo una inmensa alegría, una inmensa alegría de seguir vivo y de saber que cada vez falta menos tiempo para que volvamos a estar juntos. Por otro lado, tengo una inmensa tristeza, una inmensa tristeza por todos los compañeros muertos y por el fracaso de nuestra misión que ha hecho que el desembarco haya sido un desastre. Se que por mi culpa hay miles de hijas, hermanos, esposas, novias, padres… que no volverán a ver a sus seres queridos. Y todas esas muertes pesan sobre mi conciencia, impidiéndome dormir por las noches. Y lo peor de todo es que sé que nunca me sobrepondré a la responsabilidad de nuestro fracaso.
Pero sigo vivo y simplemente el hecho de poder escribirte estas líneas es todo un milagro. Sé que la censura militar eliminará mis palabras, pero tengo que decirte que nuestra misión ha sido desde el principio una gran cagada. Una cagada tan grande que de los 160 hombres de la Dog solo quedamos vivos el Capitán y yo. Todos los compañeros de los que te hablé en las otras cartas están muertos: Presi, Vencini, Lino, Fowler… Todavía no sé cómo pudimos salir vivos el Capitán y yo del maldito pueblo infernal al que nos mandaron. Es evidente que la Misericordia nos cubrió a los dos con su manto en ese infernal día.
Todo empezó mal, con el fracaso del Sargento Presi en su misión previa. Y el maldito fuego antiaéreo lo terminó de joder: ese fue el comienzo del fin. No te contaré los detalles, pero apenas llegamos unos pocos de la Compañía a tierra y cada uno en una punta de Normandía. Aun así, pudimos ir avanzando hasta llegar a nuestro objetivo: un puente perdido, sobre un río apestoso, en un pueblo francés de mierda: la tumba de lo que quedaba de la Dog y de buena parte del resto del batallón. Lo que nadie nos había dicho, o la inteligencia militar no se había enterado, es que el pueblo estaba lleno de las tropas de elite de Adolf Hitler. Cada casa era un bunker, erizado de armas que disparaban plomo sin cesar. Cada calle un pasillo que llevaba directamente a la muerte. Cada esquina una trampa puesta para causar dolor y destrucción. Las lágrimas se me agolpan en los ojos cuando rememoro todas las heroicas acciones emprendidas por los hombres de la Dog. Uno tras otro fuimos cayendo todos sin apenas poder avanzar unos cuantos metros. Todo lo recuerdo de forma borrosa y confusa, rodeado por el humo de las explosiones y una molesta llovizna que nos tenía a todos empapados. Si recuerdo con claridad la imagen del Capitán intentado destruir el monstruo de acero que nos había machacado sin piedad con el bazooka de un soldado muerto. ¡Dios bendiga al Capitán! Sin su ayuda no podría estar ahora escribiéndote estas líneas.
Querida Annie: tengo que decirte que a mí también me hirieron, pero no es nada grave. Apenas un rasguño sin importancia. Estoy en el hospital de campaña y me han dicho que me van a dar un Corazón Púrpura. Gustosamente cambiaría este Corazón por unos cuantos corazones valientes vivos de los muchachos de la Dog.
Me dice el doctor que tengo que dejar de escribir y que tengo que reposar. Lo que no sabe es que yo no puedo reposar. Mi conciencia se encarga de que no tenga ni un instante de reposo. Las caras de los hombres muertos de mi pelotón se encargan de que no pueda reposar. Los gritos y los alaridos de los soldados heridos por mi fracaso se encargan de que no tenga un momento de reposo. Querida Annie: espero que tú me puedas curar y me des el reposo que realmente necesito. Sé que tú me podrás curar. Por eso cuento los minutos hasta volver a verte, mi amor.
Siempre tuyo,
Von Patoso.