Era un 30 de diciembre, no había fuerte viento de levante pero si mucha nieve y un frío de la leche en el valle de Belagoa, donde unos colegas y yo habíamos decidido hacer el último cañón del año, que para mi era también de los primeros.
Al principio la cosa fué bastante bien. Es precioso meterse al agua y progresar por un cauce en el que por todos los lados hay carámbanos de hielo y la roca esta cubierta de nieve. ¿Frío?, bueno, sólo al meterse en el agua y los ratos que estas quieto (mientras los demás rapelan, por ejemplo). Con el neopreno no es que no te mojes, sino que ese agua que entra apenas corre y termina calentándose e igualándose con la temperatura corporal, con lo que pasados unos minutos ya no notas lo fria que pueda estar la del rio...
Era la primera vez que yo hacía ese barranco, aunque 2 de mis compañeros lo conocían de veces anteriores, y según decían esa era la vez que con más caudal lo habían visto. No obstante creían que era factible y que no habría ningún paso especialmente dificil, así que el otro novatillo y yo nos fiamos de su criterio.
Después de un par de horas llegamos a una cascada donde el cauce se estrechaba. La ruidera era impresionante. Todo el agua se recogía en una gruesa manga de agua y caía violentamente a una bañera, unos 3 metros más abajo, de la que salía soltando espumarajos y borbotones por un paso de menos de un metro de anchura... a otra pequeña cascada que por supuesto ya no se veía...
El plan era el siguiente. Uno de los veteranos bajaba el primero y esperaba al siguiente, que sería yo, en una minúscula repisa justo a la izquierda de la cascada, una baldosilla de piedra de apenas 20 centímetros. Tal y como estaba la instalación hecha, la cuerda, y por tanto el que rapela, debía atravesar la corriente para llegar a esa repisa (desde arriba, la instalación estaba a la derecha y la repisa a la izquierda -y abajo-). Así que uno debía empezar a bajar y al llegar a la manga dejarse arrastrar por esta hasta que te llevara justo debajo del salto, y una vez allí dar un pequeño paso lateral y alcanzar la repisa.
Así que, pongamos Felix, bajo el primero sin problemas, se solto y me tocó el turno a mi. Puse una pierna a cada lado del agua, fui bajando poco a poco y cuando empecé a meter la cintura en la cascada y vi lo fuerte que era la corriente, solté ligeramente la mano derecha y aparecí instantaneamente debajo y al al lado de felix. Di el pasito lateral y nos encontramos 2 tios apretujados -y mojados

- mirándonos cara a cara...
Entonces me dice Felix que avance hasta la pavorosa salida de la bañera, me deje caer y una vez en la poza de abajo, alcance la orilla derecha y que tenga cuidado porque en el centro suele haber un caos de rocas y ramas que hacen sifon y que si no ando listo podría tener problemas si la corriente me arrastra hacia allí...
Entonces le miro y le pregunto si no sería mejor que el fuese el primero y me indicase desde abajo, ya que él conoce el barranco y yo no.
Entonces el me mira y me dice... ¿sabes que?... nos vamos a volver!. Es lo más cerca que he estado de estrangular a nadie...
Lo de volver tenía su miga, porque había que comunicárselo a los demás, y si nosotros, que estábamos más cerca de lo que muchos novios han estado nunca de sus parejas, teníamos que gritarnos las cosas para hacernos entender, para hacerlo con los de arriba y viceversa, teníamos que repetir las cosas un montón de veces. El ruido de una cascada al romper, y más cuando rompe a unos milímetros de tus pies, es un rugido infinito.
Finalmente, tras mucho asomar la cabecilla los de arriba y gritar como posesos los de abajo, nos dispusimos a retornar. Había 2 problemas. Felix, que también era el primero que se abría, debía atravesar la corriente, pero esta vez en sentido contrario a ésta, ya que serían los dos de arriba los que tirando de él lo subirían. La diferencia es que como partiría desde mi cabeza podría comenzar poniendo sus piernas a ambos lados de la corriente...
El otro problema es que yo no podía subirme encima de nadie, así que alguien debería remontar el cauce hasta encontrar un paso a la otra vertiente desde la que montar una cuerda para subirme.
La evacuación de felix no fue fácil ni rápida. Creo que al menos 2 veces resbaló y fué arrastrado por la cascada (para tener que volver a trepar hasta mi cabeza para intentarlo de nuevo). La diferencia con la vez que lo hizo rapelando es que ahora la cuerda la sujetaban 2 tíos arriba que no podían tener una idea exacta de lo que estaba sucediendo, y una de las veces ellos seguían tirando de la cuerda hacia arrriba mientras Felix había resbalado y estaba justo enmedio de todo el mangazo... esa vez le ví buscar la navaja que llevaba en el arnés para cortar las cuerdas, pero los de arriba se dieron cuenta de que algo no iba bien y soltaron cuerda a tiempo.
Total, que al final uno de los dos, que como siempre no era yo, ya estaba a salvo. Así que tras descartar inventarse una instalación que evitase la cascada (no había puentes-roca ni llevábamos material para instalar) uno de los colegas tuvo que dar la vuelta, trepar por la roca, avanzar por una ladera empinada, casi vertical, y nevada y alcanzar un árbol encima de donde yo estaba para montar una especie de polea desde la que ayudarme a subir... Todo esto le llevó al menos 45 minutos o una hora, que fueron los más largos de mi vida. Un ruido ensordecedor, un frío del carajo, imposibilidad de moverme y los gritos de los de arriba que se asomaban y me gritaban tranquilo tranquilo... con un tono nada tranquilizador, la verdad.
La verdad es que en ningún momento estuve preocupado, al menos hasta que me echaron cuerda y vi que no podía ni cerrar las manos (en mi candidez de casi neófito, había olvidado alquilar unos guantes...). Mi mayor preocupación era que no pudiesen sacarme y tuviesen que char mano del grupo de rescate de la GC. Eso suponía, no estando federado, un pastón. así que tenía claro que en cuanto viese un picoleto me lanzaba al agua, salía escupido por aquel caos de espuma y ya veríamos donde acabábamos

...
Cuando finalmente me llegó la cuerda, mi colega también me echó sus guantes, que a esas alturas no pude ponérmelos, así que me los guardé en el peto. Como pude me até la cuerda al arnés y empecé a subir. Se suponía que yo debía subir y desde arriba me aseguraba mi colega, pero después de tanto rato estaba totalmente agarrotado, así que la realidad es que él hacía todo el trabajo y yo como podía iba asegurando (con los pies) lo que el me subía. Cuando llegué a la altura a la que los que estaban arriba podían cogerme estos alargaron el brazo y me arrastraron hasta ellos.
Esperamos a la vuelta de mi rescatador y comenzamos a salir por la ladera opuesta, trepando por roca y nieve hasta salir del cauce... llegar arriba fué lo mejor. Me tiré en la nieve totalmente agotado mientras que me sacaban fotos patéticas (el patético soy yo, la verdad).
Ni que decir tiene que en enero me federé y me compré un neopreno de 7 mm -y guantes

-, que aún tengo aunque ya hace algún año que no me meto al agua.