-Virgen Santa -bramó el mayor Strayer ante tanta pregunta-, ¿quien se piensa que es usted? ¿El jodido Eisenhower en persona?
El mayor Strayer
El mayor lo habia dicho en un tono jocoso, pero molestó al antiguo teniente Tiopepe. Éste carraspeo. Opto por tomar un aire mas marcial, cuadrandose lo mas firme posible.
-Limitese a llevar a sus hombres a lugar seguro -Strayer moduló el tono de su voz-, intente alcanzar los objetivos marcados y deje al Alto Mando hacer su trabajo, "capitan".
Apoyò su mano suavemente en el hombro derecho de Tiopepe. La reafirmo con un leve palmeo y salio, con la mirada baja, al hangar donde descansaba el resto del batallon a la espera de decidir la hora de salto. No se volverian a ver hasta dentro de unas horas o unos dias. O quizas esa haya sido su ultima vez.
El teniente Tiopepe, convertido ahora en capitan de la compañia Dog, asia con rabia la hoja donde se le notificaba el recien nombrado ascenso. Las insignias de capitan brillaban sobre su hombro. Tendria que dejar a sus hombres del primer peloton en manos de su segundo.
No era un mal suboficial, pero no tenia demasiado predicamento entre la tropa. Un mal augurio, pensarian algunos de los muchachos primer peloton.
Esperaba que esos malos presentimientos no se cumplieran.
Desde la pequeña oficina que hacia las veces de sala de oficiales, salio asimismo al hangar donde
habían estado acuartelados durante cuatro días ya en los que se instalaron camas plegables dispuestas en hileras separadas por pequeños pasillos.
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Se dedicaron a montar y desmontar y a engrasar sus armas personales una y otra vez, así como a afilar sus bayonetas.
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Algunos habían comprado cuchillos de asalto en Londres, y otros se habían equipado con navajas de afeitar. Habían aprendido a matar a un hombre en silencio rajando la yugular y la caja laríngea. Su adiestramiento como soldados de una división aerotransportada no sólo había sido riguroso desde el punto de vista físico. Algunos de ellos habían sido obligados a arrastrarse entre visceras y sangre de cerdo como parte de su endurecimiento.
Para que sus mentes no sufrieran los estragos de aquella espera agónica provocada por el aplazamiento de la operación, los oficiales instalaron varios gramófonos de los que se oían canciones como Walk Alone o That Oíd Black Magic.
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Instalaron asimismo proyectores para pasar películas, sobre todo de Bob Hope. Muchos paracaidistas también se dedicaron a escuchar el programa de Axis Sally en Radio Berlín, Home, Sweet Home («Hogar, dulce hogar»), en el que se emitía buena música entre falsos mensajes de carácter propagandístico. No obstante, incluso cuando poco antes del Día D esta locutora proclamó en repetidas ocasiones que los alemanes estaban esperándolos, la mayoría de los hombres se tomaron a broma sus palabras.
Había también puestos de la Cruz Roja con café y donuts atendidos por jóvenes voluntarias americanas. En muchos casos éstas regalaban a escondidas a los soldados su ración de cigarrillos. La comida que se les daba, en la que no faltaban la carne, las patatas fritas y los helados, era un lujo que inevitablemente dio pie a la aparición de más chistes negros sobre soldados cebados para la matanza.
Muchos hombres intentaban no pensar en lo que estaba por venir lanzándose frenéticamente al juego, al principio con la divisa de la invasión de aspecto harto dudoso, y más tarde con los dólares que ahorraban y con libras esterlinas. Jugaban a dados y a la veintiuna. Un tipo que ganó dos mil quinientos dólares, cifra considerable para la época, siguió jugando deliberadamente sin parar hasta perderlo todo. Le parecía que si guardaba aquel dinero las parcas decretarían su muerte.
Algunos paracaidistas examinaban sus equipos principales y de reserva para comprobar que todo estuviera en orden. Otros escribían la última carta a su familia o a su prometida por si morían en la empresa. Varios soldados sacaron fotografías personales de sus billeteras y las pegaron en el interior del casco. Todos los documentos y efectos personales de la vida civil fueron recogidos y guardados hasta su regreso. Los capellanes celebraron servicios religiosos en una esquina del hangar, y los católicos tuvieron la oportunidad de confesarse.
Tenia ahora una tarea que cumplir. Se dirigio a la zona donde se encontraban los muchachos de la compañia D. Convoco a sus sargentos y tenientes y se los llevo a una apartada esquina, mientras la mayoria de sus hombres seguian jugandose los cigarrillos en torno a animados corrillos. Algunos, los mas reservados, les siguieron con la mirada.
El capitan Tiopepe tenia que confirmar los mandos de los pelotones entre ellos (Vencini, Von Patoso, El Cid, Lino, Presi y Marmiton), asi como ratificarles que esa misma noche saltarian sobre Normandia.
Vamos, que tienes que elegir tres tenientes entre los voluntarios presentes hasta la fecha. El resto quedaran de suboficiales-reservas.
Tambien tienes que confirmarme a uno de los seis para una "mision especial" que tendra que realizar en breve yte comentare por privado.... (y no, no se trata de pintar las lineas a los aviones)....
*En rojo, fragmentos del libro El dia D, de Beevor